Una noticia analizada por el ombusdman del lector en el diario Perfil domingos atrás es un ejemplo claro y distinto del título del artículo. En Finlandia, un tribunal de Helsinki acaba de condenar a dos periodistas por publicar supuestos secretos de Estado vinculados al ejército finlandés. Fueron condenados a pagar una multa equivalente a 50 días de su sueldo, luego de un largo proceso penal criticado por varios organismos que consideran la sentencia como un atentado contra la libertad de prensa.
El tribunal que los juzgó, si bien admite la importancia de la libertad de información en una democracia,consideró que el trabajo periodístico no denunciaba injusticias ni abusos de poder tan relevantes para la sociedad que justificaran la publicación de información confidencial para el estado.
Una noticia analizada por el ombusdman del lector en el diario Perfil domingos atrás es un ejemplo claro y distinto del título del artículo.
Porque en Finlandia un tribunal de Helsinki, acaba de condenar a un periodista en particular por publicar supuestos secretos de Estado vinculados al ejército finlandés, que dicho periodista consideró era de interés público develar.
No es la primera vez que esto ocurre. El doloroso caso de Julián Assange así lo atestigua.
Cuando este agente creyó que lo que había descubierto era de sumo interés público, lo publicó y lo divulgó, con las serias consecuencias que ha tenido para su salud su prolongado encierro, dado que ha estado refugiado y solicitado su extradición varias veces, por haber mostrado, en sus publicaciones, claras violaciones a los derechos humanos.
La opacidad del poder tiene a su vez antecedentes sumamente trágicos. En EEUU, hasta ahora, nadie sabe porqué existen documentos secretos no desclasificados si las muertes sucesivas de líderes tan carismáticos como Malcom X, el Presidente John Fitzgerald Kennedy, Martín Luther King y el entonces candidato a Presidente Robert Kennedy, fueron fruto de mentes alteradas, como ocurriera presuntamente con John Lennon en la ciudad de New York, o fueron conspiraciones cuidadosamente ocultadas, con el propósito deliberado de intentar cambiar el curso de la historia norteamericana.
La opacidad del poder
Justamente EEUU tiene antecedentes valiosos al respecto. El interés del Presidente Nixon para ocultar el espionaje a la convención demócrata en el caso Watergate fueron investigadas por el diario Washington Post, que luego lo eyectara del Poder. Además, las increíbles revelaciones totalmente documentadas, referidas a la prosecución de la guerra de Vietnam, pese a sus desastrosos resultados en el campo de batalla.
Y a su vez, las pesquisas del diario Boston Globe, sobre los escandalosos abusos cometidos por sacerdotes, cuidadosamente soslayados por la jerarquía católica del estado norteamericano, que llevara a miles de reclamos judiciales que tuvieron que ser aceptados por la Iglesia y que requirieron la reparación posible, o sea pecuniaria, en cada uno de estos dolorosos casos.
Desde ya que no podemos soslayar el hecho que como diría Sigmund Freud la opacidad del Poder muchas veces sirve para ocultar la deliberada pulsión de muerte.
En la Alemania nazi, el Führer Adolf Hitler se negó a darle la mano al admirable atleta afro-norteamericano Jesse Owens, ganador de tres medallas olímpicas en 1933, por su color de piel, mientras creaba campos de exterminio cuidadosamente ocultos bajo la denominación de campos de trabajo, tanto que Auschwitz tenía como letrero alusivo y como puerta de entrada a ese Infierno del Dante, el engañoso lema: “El trabajo da libertad”.
A su vez, los ingleses ocultaron cuidadosamente los campos de concentración rodeados de alambres de púas, creados para encerrar a los holandeses en la guerra de los Boers (1899-1902).
A su vez, los afrikaaners, descendientes de esos holandeses también ocultaron cuidadosamente las consecuencias calamitosas de su régimen para 25 millones de habitantes de raza negra del apartheid sudafricano. Pero sólo posible hasta la llegada al poder del incansable Nelson Mandela, quizás la figura más importante del siglo XX, junto a esa legendaria imagen india, que fuera la del mítico Mahatma Gandhi, que comenzara su prédica y práctica de no violencia justamente en ese histórico sur africano.
En la América Latina, el Estadio Nacional de Chile sirvió como pantalla para las atroces torturas del pinochetismo en la dictadura iniciada en 1973.
Lo ocurrido en la dictadura brasileña ha seguido en las sombras, lo mismo que en la uruguaya o en los largos años de Stroessner en el Paraguay, aunque las muertes del General Prats en Argentina y de Osvaldo Letelier en EEUU, ambos refugiados chilenos, demostraron lo siniestro del Plan Cóndor que unía a los fascismos latinoamericanos.
En todas partes y en todas las épocas
Sin embargo en Argentina el Juicio a las Juntas Militares propiciado por el Presidente Alfonsín en 1985 trajo la condena a los partícipes de ese proceso “nazi” genocida que culminara en la tragedia de Malvinas, luego del robo de bienes, bebés y desaparición forzada de personas.
Todos esos hechos aberrantes se ocultaron bajo el secreto de los campos de exterminio, pero luego la abolición de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, el impulso dado por las Madres de Plaza de Mayo y las Abuelas del dolor ha permitido paliar en algo el más doloroso y oculto período del Poder en nuestra historia nacional.
También en lo financiero, el Poder oculta sus desvíos, las sobretasas que cobra el FMI sobre préstamos que ha aceptado acordar y la triplicación actual de sus tasas de interés, presuntamente debidas a la guerra ruso-ucraniana y a la caída de bancos norteamericanos, con lo que ningún país latinoamericano ha tenido nada que ver, denunciadas recientemente en la Pontificia Universidad Vaticana.
Es decir que la opacidad del poder sigue ocurriendo en todo el globo terráqueo, aún en casos tan inexplicables como que en la Patagonia Argentina, a pesar de varios fallos judiciales favorables, todavía la comunidad habitante no tenga acceso a la muy bella vista del Lago Escondido.
Por ello, siempre es necesario y quizá imprescindible, ir develando lo opaco del Poder, aunque sea paso a paso, pese a fallos como el de Helsinki.