Los analistas eligen algunos parámetros para contrastar la actual coyuntura internacional con la del inicio de siglo: disputas comerciales, aumento de la desigualdad, extensión de la xenofobia, carrera tecnológica, decadencia del multilateralismo, falta de gobernanza o debilidad de las democracias.
Sin embargo, la estadística de conflictos armados destaca más que nada. Sólo en 2024, 49 mil personas fueron asesinadas. En 2025, las guerras en Ucrania, Gaza y Sudán entraron en su tercer o cuarto año y sin treguas o paz definitiva a la vista. Y no se trata únicamente de víctimas fatales, heridos, desplazados o hambreados.
Veamos sino el caso de Ucrania. “Hay 20.000 casos documentados del secuestro de niños ucranianos aunque la estadística extraoficial es hasta 10 veces más alta”, nos dice el embajador de ese país en Argentina, Yurii Klymenko, conmovido por el sufrimiento de sus conciudadanos civiles bajo la invasión rusa desde 2022.
“Las guerras mienten”, decía Eduardo Galeano, cuando ponen por delante razones como la seguridad, la dignidad nacional, la democracia, la libertad, el orden o Dios. Eso sí, antes de mentir, ya comenzaron a matar, en especial a víctimas que refutan sus razones, a los más vulnerables: mujeres, niños, personas con discapacidad.
Los 1.200 israelíes masacrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, por ejemplo. O los más de 15 mil niños fallecidos en Gaza desde entonces, y el 70% de todas las muertes de mujeres en el mundo, en RD Congo, Sudán, India o Pakistán. Cada 12 minutos muere un civil en un conflicto armado, según Naciones Unidas. Van 14 mil en Ucrania, y 634 niños, nos recuerda Klymenko.
La filmografía de escuadrillas de bombarderos dejando caer sus cargas pueden ser reemplazadas hoy por videos de drones tomados desde un teléfono. Podrán ser guerras casi sin tropas, a distancia, pero sus principales víctimas seguirán siendo casi las mismas. En eso, las guerras no logran ocultar su peor verdad.