Si miramos el método tradicional de enseñanza, es lineal y asimétrico en el cuál hay alguien que sabe y enseña y alumnos que escuchan y aprenden.
Incluso en la Universidad, muchas veces repetimos de memoria datos e información que en poco tiempo olvidamos.
Muchas veces, tras cinco o seis años de carrera tenemos la sensación de no saber realmente nada.
El modelo educativo consolidado a partir de las diferentes revoluciones industriales prevalece casi sin cambios hasta el día de hoy, desconociendo las particularidades de cada persona en su proceso de aprendizaje.
Es un aprendizaje bajo, un juego de asimetría, un camino prediseñado en el que si se cumplen ciertos pasos se llegará al conocimiento.
¿Pero qué pasa cuando mientas estamos en ese camino se nos despierta la sensación de que no es suficiente? ¿Y si además de eso hay algo más? ¿He pensado cuál es mi deseo, dónde está mi propósito de vida, cómo es mi mundo emocional, qué lugar ocupa el cuerpo a la hora de aprender?
Cuando saber y aprender a hacer entusiasman
Ciertamente, el aprendizaje sucede de otra forma y nos encontramos con senderos que desafían las convenciones habituales. Es el camino del aprendiz. No hay un mapa prediseñado por un maestro sabio y un aprendiz que tiene que repetir una lección, más bien, es un camino donde el aprendizaje se convierte en una experiencia de totalidad, abarcando no solo la mente, sino también el cuerpo y las emociones.
¿Y cuáles son los enemigos del aprendizaje? Son los que provienen de lo más profundo de nuestro ser y nos son tan propios que nos cuesta identificarlos.
Desde temprana edad, somos entrenados para buscar respuestas y obtener calificaciones en lugar de explorar la incertidumbre y el proceso mismo de aprendizaje.
Decir un “no sé” en la escuela es signo de una mala calificación en el boletín. La imposibilidad de declarar que no sabemos puede convertirse en un enemigo silencioso que nos impide avanzar hacia lo nuevo.
Nos aferramos a la ilusión de que lo sabemos todo, sin darnos cuenta de cuánto desconocimiento y potencial de crecimiento nos perdemos en el proceso.
Hay barreras que son emocionales, como la desconfianza. Cuando esto no sucede, nos cerramos a nuevas experiencias por temor a ser engañados. Otro obstáculo emocional es la trivialidad, que es usar un humor tóxico o sínico para evadir o no darle entidad a lo que nos sucede.
Le damos tanta importancia a la mente, que dejamos de lado la posibilidad de aprender a través de los movimientos. Nos cuesta ver al cuerpo como parte de la experiencia de aprendizaje y, sin embargo, no hay libro que reemplace lo que se vive a través del cuerpo.
El cuerpo es una puerta de entrada para modificar nuestro mundo emocional y desde ahí nuestras acciones.
Lo más duro es enfrentarse a la propia arrogancia, que es no permitirse aprender por creer que ya lo sabemos todo. Esta autocomplacencia nos encierra en una jaula de conocimiento limitado, impidiendo la expansión de nuestras habilidades.
Reconocer estas barreras ontológicas es el primer paso para trascenderlas y abrirnos a un aprendizaje más profundo y significativo.
El verdadero desafío del aprendizaje no radica tanto en superar barreras externas, sino en enfrentar y trascender las barreras internas que limitan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos plenamente como seres humanos en constante evolución.