Julio Argentino Roca murió el 19 de octubre de 1914. Se apagó a la sombra de antiguas glorias, que incluyeron modernizar Argentina, expandirla territorialmente y colocarla en un espacio preponderante a nivel mundial.
A pesar de estar al margen del poder, tras ser vencido por una facción de su propio partido, el General nunca dejó de ser noticia. Cada tanto, la prensa daba cuentas de sus actividades. Sabemos así, por ejemplo, que en 1911 realizó un último viaje a Europa. A su regreso lo esperaba en el puerto una multitud encabezada por Joaquín V. González, Benito Villanueva y Pablo Riccheri.
Simultáneamente el grupo que lo marginó se resquebrajó y las puertas del Ejecutivo volvieron a abrirse. El 25 de febrero de 1912, la Revista Sherlock Holmes cubrió su esperado regreso a la Rosada:
“Después de varios años de ausencia de la Casa de Gobierno, de la que fue proscripto por la política de Figueroa Alcorta, el teniente Roca hizo una visita (…) para saludar al Doctor Roque Sáenz Peña.
Más de treinta años de enemistad, que en ciertos momentos llegó a ser un tanto agresiva (…) El último fracaso de la política del doctor Figueroa Alcorta, se ha constatado con esta reconciliación”.
Luego de un viaje diplomático a Brasil, el tucumano repartió sus días entre su hacienda en el campo cordobés y su casa en la capital porteña. Amaba pasear por Palermo y detenerse cada vez que identificaba a algún conocido, para detenerse a charlar.
En cierta oportunidad halló a Joaquín V. González junto a Emín Arslán, brillante escritor y ex cónsul otomano. El árabe terminó admirándolo profundamente y comentó aquél encuentro en las páginas de su revista “La Nota”, en 1917:
“Era el General Roca, que al vernos había hecho detener su auto y venía hacia nosotros (…) Todo en su aspecto denotaba la distinción, la energía, la firmeza (…) El doctor González me había hablado a menudo del General Roca y siempre con grande admiración (…) esa lealtad es realmente rara en el mundo político; pues en la política como en el amor, uno resulta siempre víctima de su fidelidad…”.
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Desde entonces, Arslán mantuvo una fluida amistad con Roca. Conoció su hacienda y estaba a punto de volver a acompañarlo a Córdoba, cuando el General falleció repentinamente.
Ni Luis Güemes, su médico de cabecera, pudo advertir la gravedad de aquella infección pulmonar que terminó, en horas, con la vida del exmandatario.
Sus exequias comenzaron el 20 de octubre, recibiendo honores de presidente en ejercicio. Las imágenes dan muestra del multitudinario y sentido funeral. Nación decretó duelo por dos días y la bandera estuvo a media asta más de una semana, para despedir a uno de los últimos augustos argentinos.
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La Casa Rosada, suya durante años, fue cobijo para sus restos. Agustín de Vedia, describió aquel velorio de manera magistral:
“Rígidos soldados forman la última guardia. Veteranos y cadetes se cuadran ante el féretro. Caen muchas lágrimas sobre las prendas militares y sobre la bandera. La angustia domina todas las expresiones de la amistad. No pasa un solo indiferente y cuesta advertir simples curiosos. Muchos miran los despachos desde los cuales gobernó Roca, y aquel en que ahora está tendido, antes de que lo conduzcan al reposo eterno”.
Horas más tarde, continúa De Vedia, “suenan los tambores y las voces de mando, y allá va el cortejo final de la vida. Las luces de las calles están veladas por crespones. Los padres levantan en brazos a sus hijos para fijarles el recuerdo del héroe… Doblaban las campanas a los templos. Rendían honores los batallones y las escuelas”.
Más de cien años nos separan de aquel octubre, en el que el país lloró a Roca. Lamentablemente la Argentina de hoy parece observarlo desde otros parámetros, ajenos a su tiempo y por lo tanto injustos. Lo juzgan desde parámetros fieles al relato histórico, servil a determinadas ideologías.
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Es hora de comenzar a rescatar su figura de manera objetiva, dentro de los parámetros de su época. Dejando de lado los conceptos vetustos de hallar en las figuras históricas a héroes o villanos.