Los pichiciegos, la novela emblemática de Enrique Fogwill publicada en 1983 y que transcurre en una cueva subterránea durante la guerra por las Islas Malvinas fue traducida al inglés por Nick Caistor y Amanda Hopkinson para Serpent´s tail, en 2007. Amanda Hopkinson ha traducido a Isabel Allende, Elena Poniatowska y Diamela Eltit; Nick Caistor, su esposo, ha traducido entre otras obras La liebre de César Aira, Los siete locos de Roberto Arlt, Segundos afuera de Martin Kohan. ¿La novela de Fogwill, la novela que habla sobre estos pocos soldados argentinos e indefensos, en la lengua del invasor? ¿Qué sentirán nuestros indefendidos ex combatientes? Seguramente esta traducción no esté destinada a nuestros ex combatientes, seguramente este gesto, traducir Los pichiciegos, sea un gesto para las generaciones futuras, para alumnos de escuelas que lean inglés en distintas comunidades de la aldea global, alumnos y docentes que entiendan otro frente de batalla, e imaginen lo desamparadas que son y serán siempre las trincheras convertidas aquí, en Los Pichiciegos , la novela de Fogwill, en esa íntima cueva. Para los lectores argentinos, Los Pichiciegos, tiene el dolor de la representación desesperada de nuestros soldados que resistieron como pudieron, sumergidos, alienados, enajenados.
Los Pichiciegos, tiene el dolor de la representación desesperada de nuestros soldados que resistieron como pudieron, sumergidos, alienados, enajenados.
Tzvetan Todorov, en su ensayo Un cruce de culturas apela a un término de Goethe, el de Weltliteratur, y dice allí que este término, el de la literatura universal, no es más que el mínimo común denominador de las literaturas del mundo. Lo que le interesa son justamente las transformaciones que sufre cada literatura nacional en la época de los intercambios universales. Indica una doble vía.
Por una parte, no hace falta en absoluto renunciar a la propia particularidad, todo lo contrario: hay que profundizar en ella, por así decir, hasta que se descubra en ella lo universal. Por otra parte, frente a la cultura extranjera, uno no debe someterse, sino ver en ella otra expresión de lo universal, y, por tanto, procurar incorporarla a sí: «Hay que aprender a conocer las particularidades de cada nación, a fin de dejárselas, lo que justamente permite que se entre en intercambio con ella: porque las particularidades de una nación son como su lengua y su moneda».
Se pregunta también allí como achicar la brecha de las diferencias y las disidencias entre los pueblos y apela entre otras actividades, a la traducción. Entonces ese lector en lengua inglesa tendrá que hacer un esfuerzo para traducir a su enciclopedia, es decir a su modo de ver y entender el mundo, los pertrechos argentinos. Tendrá que imaginar un ave, un pichiciego traducido como armadillo, tendrá que imaginarse una cueva y cómo pasan los días esos Pichi, y a medida que vaya incorporando la parafernalia que rodea a estos muchachos, a medida que sus nombres y sobrenombres vayan acercándose y construyan la trama de esta novela llena de espacios en blanco, ese lector no argentino, estará más cerca de entender la desgracia de una guerra, de toda guerra. Como dijo otra inglesa, Adeline Virginia Stephen Woolf, “hay que educar a nuestros hijos para que no quieran ir a la guerra”. Educar es mostrar a veces a través de la ficción, por más cercana a la realidad que esta sea, la polifonía del mundo en que debiéramos vivir y respetarnos.
*Profesora de literatura inglesa.