En los últimos días, miramos con preocupación el devenir de la segunda ola de Covid-19 en Europa y las medidas extremas que se están tomando en los países más afectados. En Argentina, apenas comenzado el verano y con la promesa de alguna vacuna en el corto plazo, transitamos un período de distracción y distensión en medio de la pandemia instalada.
Es así como, en vísperas de las fiestas, vemos que los cuidados se van relajando y nos disponemos a pasar un momento de celebración después de un año de alejamientos. No siempre en un todo de acuerdo con las recomendaciones de las autoridades sanitarias, que procuran moderar nuestras manifestaciones festivas, extendiendo un manto de prudencia que queda muy corto. Porque preferimos confiar en que algunas horas de alegría nos ayudarán a difuminar los alcances de la dura experiencia andada a lo largo de este 2020. Ya habrá tiempo para volver a aislarnos si la contingencia lo exige. Ya habrá espacio para distanciarnos hasta que las soluciones arriben.
Hoy por hoy la situación está lejos de resolverse y cada minuto merece ser franqueado con prudencia y responsabilidad
Sin embargo, hoy por hoy la situación está lejos de resolverse y cada minuto merece ser franqueado con prudencia y responsabilidad. Si planificamos unos instantes de cercanía con nuestros mayores, que sea cuidándolos y cuidándonos, tomando los recaudos necesarios para hacerlo de manera más segura.
La cultura de compartir las fiestas, de nuclearnos en torno a la mesa en cada celebración, nos hace familia. Son episodios biográficos en los que percibimos nuestra identidad más radical y nos situamos en el centro de nuestro ser personal. Las familias son los ámbitos de confluencia por excelencia, los microsistemas de mayor intimidad. Son los entornos más próximos, en los que somos valorados por el solo hecho de ser, de pertenecer, sin intereses particulares de ninguna índole. Porque las familias son comunidades primarias que permanecen unidas frente a la adversidad.
En circunstancias en las que las personas nos vemos desgarradas por la distancia, las ausencias, el dolor, la pérdida de seres queridos y las dificultades económicas, bien vale aferrarse a estos vínculos potentes e incondicionales que las familias entrañan para resignificar lo vivido y poder continuar adelante.