Si de algo no tenemos dudas, es que nuestra vida no volverá a ser lo que era. El Covid-19, y con él la pandemia, cambió definitivamente nuestra manera de entender los eventos que nos acontecen. Desde lo más simple, como puede ser tomar un café en el bar del barrio, hasta situaciones de mayor complejidad, como migrar a un país o simplemente viajar, se han vuelto un desafío difícil de desentrañar.
Desde hace meses estamos exponiendo nuestro foco atencional a determinada información que, casi con exclusividad, nos relata acerca de la catástrofe que el mundo entero está padeciendo. Horas de programas de televisión y centenares de páginas escritas sobre la cantidad de muertes, enfermos, consecuencias económicas, crisis emocionales y desbastación de toda índole. La información negativa nos inunda de desesperanza e incertezas respecto de lo que nos va a deparar el futuro.
Hasta el momento, todas las noticias tenemos son desalentadoras. Incluso aquellas que llegan de sitios que se encuentran desarrollados económicamente, o que son considerados del primer mundo.
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Una voz interna se repite una y otra vez en cada uno de los habitantes de este planeta, que dice: “el mundo es un lugar peligroso”. Y no sólo el mundo, podríamos agregar que “el otro” es igual de peligroso. Este contexto nos vuelve suspicaces y paranóicos incluso con las personas de confianza. Históricamente los seres humanos se han agrupado con el objetivo de protegerse de ambientes hostiles o de grupos peligrosos. La especie ha evolucionado a partir de la importancia que se le ha otorgado a la percepción del riesgo sobre posibles infecciones u otras enfermedades. Percibir esta amenaza ha sido determinante para sobrevivir, por ello se conserva en la actualidad. Esto resulta claro si analizamos el motivo (a veces involuntario, otras veces reforzado desde afuera) que explica nuestro alejamiento.
La actualidad obliga a invertir la lógica que naturalmente establece que estemos acompañados. Todas nuestras relaciones de proximidad están en jaque. Nuestros padres, hermanos, hijos, amigos y vecinos se transformaron en potenciales propagadores del virus y, con ello, la paronia surge como mecanismo de defensa que tiende a la protección de la propia vida. La normalidad cambió. La información que invade nuestras redes nos corrobora sobre la peligrosidad que hay también en el afuera; en cualquier lugar, incluso con cualquier persona.
Pues bien, ¿cómo hacer para volver a confiar después de esta crisis que viene a etiquetar a todo lo que es ajeno como peligroso? Esta pregunta explica, en parte, el motivo por el cual ha aumentado la xenofobia y el racismo en el mundo. Cuando hay riesgo (real o simbólico), la tendencia es volverse más atentos al comportamiento del otro, juzgando la conducta que se tiene desde una perspectiva más conservadora. Si algo se ha instaurado con claridad es la creencia que el otro puede hacernos daño.
La pandemia nos volvió más conservadores. Más independientes y autónomos. Menos empáticos con las necesidades del otro, sus sufrimientos y sus necesidades. Sin embargo, sabemos que de esta manera no funciona. No funcionamos. Somos seres sociales por naturaleza. Todos los logros y progresos que hemos alcanzado, fueron gracias a la comunión y el lazo social que establecimos. Nuestros esfuerzos por sobrevivir hubiesen sido en vano de no haber estado acompañados; los avances tecnológicos, científicos (sólo para nombrar algunos) hubiesen resultado imposibles de conseguir sin la comunidad. La verdadera pandemia es la de la soledad, el individualismo, el egoísmo y la meritocracia. Creer que la otredrad es un riesgo, resulta el verdadero peligro. No sabemos cómo vamos a continuar. Aún no se puede vislumbrar una salida. Pero si de esto queda un aprendizaje, es que solos no somos nada. La cercanía y la empatía son la verdadera fortaleza que tiene nuestra salud mental. Si el otro es visto como peligroso, la salida será difícil. Debemos crear experiencias fundadoras que marquen la posibilidad de volver a creer en un “nosotros”. Nuevas experiencias que determinen que se puede confiar, que nos permitan crear la dimensión de que un mundo mejor es posible. Despojándose de aquello que no se necesita, de aquello que pesa. Siendo feliz con menos, pero sin que falte lo importante.
* Psicólogo (UBA). Especialista en Psicología Clínica y Terapia Cognitiva. IG y FB @marianoratopsicologo