OPINIóN
Desde Madrid

Perfil del aire: un disparo de Nieve

Madrid parecía Moscú y, curiosamente, hace más de cincuenta años lo fue.

nieve españa
Tormenta de nieve "Filomena" en España. | AFP

El fin de semana pasado, la sorpresiva y abundante nevada que cayó sobre la ciudad, provocó en Madrid un fugaz renacimiento de la alegría. Con casi medio metro de nieve en la calle y los copos cayendo de manera incesante, los niños se tiraban bolas de nieves y los vecinos, a paso cauto y lento, no reprimían tampoco su pulsión infantil y se olvidaron del carácter templario impuesto por las restricciones de la covid.

Madrid parecía Moscú y, curiosamente, hace más de cincuenta años lo fue. Para verlo solo hay que mirar Doctor Zhivago de David Lean donde Omar Sharif y Julie Christie se pasean por una ciudad nevada que, en realidad, se trata de un decorado que se levantó en el barrio de Canillas al noreste de la ciudad. Por entonces, la dictadura franquista fomentaba los rodajes en España con el fin de crear una vía económica y también, en su ingenuidad, un instrumento de propaganda. Así fue como los madrileños de aquel barrio asistieron y protagonizaron, ya que buena parte de ellos actúan de extra en la película, los días previos a la Revolución del 1917. Cuenta Gil Parrondo, el director de arte del film, que David Lean y el equipo inglés se sorprendieron cuando los vecinos se pusieron a cantar, espontáneamente, La Internacional. No necesitaban estudiarla: buena parte del barrio obrero era comunista.

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La sorpresa es saber, viendo la película, es que durante el rodaje no nevó. En 1965 se vivió aquí uno de los inviernos más cálidos y la nieve, en Madrid y en Soria, donde se rodaron las escenas de la estepa rusa, se camufló con toneladas de sal, polvo de mármol y plástico blanco. Todo lo contrario a lo que ha sucedido ahora, con la mayor nevada en casi cien años. «Un año de comunismo y Madrid parece Moscú», se leía en las redes sociales.

Claro que, cuando dejó de nevar, comenzaron a formarse placas de hielo. Las máquinas del ayuntamiento abrieron caminos en el centro de las avenidas por donde empezaron a circular bomberos, vehículos de emergencia civil, ambulancias, el ejército y la policía. A los costados inmensas montañas de nieve sucia parecían barricadas. Los escasos peatones, aquellos que pudieron sortear la puerta de casa y el tráfico lento de los vehículos nos llevó de Moscú a la Viena de posguerra, la misma que refleja otra película, El tercer hombre de Carol Reed. Un disparo de nieve en medio de la pandemia, un intervalo casi lúdico, para caer, a continuación, en un escenario gélido, duro, en el que es imposible circular, con buena parte de la ciudad aún hoy  casi aislada, sin colegios y con los accesos entorpecidos por la nieve que todavía no se retiró. Mientras tanto, la covid, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, aún sigue allí.

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Mal que mal, a pesar de todo, la vacunación avanza y España, más allá de las dificultades logísticas es el cuarto país que más ha vacunado en Europa. Eso no quita que ya estemos aquí en la plenitud de la tercera ola, aunque las autoridades se resistan a tomar medidas más estrictas como en Portugal, Reino Unido e Irlanda donde ya se está pidiendo a la gente que no salga a la calle y mantienen cerrados restaurantes y tiendas además de suspender todas las actividades culturales.

La única noticia estimulante la acaba de publicar la revista científica Science. El informe asegura que la covid será reducida, en menos de diez años, a través de la vacuna, a un patógenos que causará en los niños resfríos leves y producirá en los adultos una infección asintomática.

¿Diez años? No es poco. Mientras tanto, el año que tenemos por delante sigue pidiendo que seamos templarios, algo que no solo va contra nuestra concepción del mundo, sino que la mínima disciplina comunitaria está lejos del espíritu de nuestro tiempo. Cuenta Slavoj Žižek en su último ensayo, «Como un ladrón en pleno día», que en un hotel de Skopie, en Macedonia, donde se alojó, su compañera preguntó al conserje si se podía fumar en la habitación: «Claro que no, está prohibido por la ley», pero agregó a continuación: «En la habitación tiene ceniceros, de manera que no hay problema». La contradicción entre prohibición y permiso se asumía de manera tan descarada que quedaba anulada, se trataba como si no existiera. Este incidente nos ofrece probablemente la mejor metáfora de la delicada situación ideológica en la que nos encontramos. Ante la covid o ante la vida, que no es lo mismo pero es igual.

* Miguel Roig