OPINIóN
Análisis

¿Ni vencedores ni vencidos?

Historia de la guerra civil larvada de junio a noviembre de 1955 que dejó muertos, derrocó a Perón y generó una grieta que aún lastima a los argentinos.

Juan Domingo Perón 2021116
Rregreso de Juan Domingo Perón del exilio, el17 de noviembre de 1972 | CEDOC-TELAM

La reelección presidencial influyó en la caída de Juan D. Perón. De no haber sido reelegido para el período 1952/1958, probablemente hubiera triunfado para el período 1958/ 1962. Pero eso impondría una interpretación contra fáctica. En 1955 viví el tercer golpe cívico-militar del Siglo XX como cadete del último año del Colegio Militar. Trataré de dar una vivencia e interpretación personal del mismo, deteniéndose en lo que aprecio fue determinante.

El 16 de junio se militarizó la lucha política y se generó una metodología criminal que alcanzaría su clímax en los años ´70. Mi amigo, Robert Potash, expresó: "Los hechos del 16 de junio constituyen un cruento capítulo de la historia argentina, ya que armas de guerra adquiridas con el propósito de defender a la Nación contra un ataque extranjero, fueron empleadas contra los propios argentinos por medio de sus FFAA y por civiles armados (…) Tal era la cólera de los enemigos de Perón, tal su ansiedad por ver su caída, que estaban dispuestos a herir y a matar a inocentes para lograr su propósito”.

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Participaron decenas de aviones de la Armada y  de la Fuerza Aérea. El número de muertos civiles se aprecian en más de trescientos y el de heridos en más de seiscientos. La Fuerza Aérea tuvo tres muertos y el Ejército diecisiete, entre ellos nueve soldados del Regimiento de Granaderos a Caballo. El día siguiente pude apreciar personalmente los daños materiales. Elogiaron el cruel y artero ataque conocidos políticos (radicales, conservadores, socialistas, comunistas y nacionalistas). En aquel entonces, muy pocos condenaron abiertamente el ataque al indefenso pueblo. Tras el fracaso del criminal atentado los protagonistas del mismos huyeron a Uruguay, y tres meses después regresaríam como "libertadores”. 

Una madrugada de septiembre, en Córdoba

La autollamada Revolución Libertadora- con las Fuerzas Armadas (FFAA) divididas- se inició formalmente en Córdoba, en la madrugada del 16 de septiembre de 1955, siendo el único golpe de Estado gestado fuera de Buenos Aires. El Gobierno estaba seriamente debilitado, quizás agotado, y la figura presidencial desgastada como consecuencia de casi diez años de gobierno y una deteriorada situación económica.

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El golpe triunfaría, más por la inacción de Perón, que por el poder de combate de las fuerzas rebeldes que era sensiblemente inferior a las leales. La Armada actuó con gran unidad de comando que se aglutinó masivamente con los rebeldes del Ejército. Tuvieron participación activa, y decisiva, el almirante Isaac Rojas, el capitán de navío Arturo Rial y el general retirado Eduardo Lonardi. Los tres gozaban de prestigio en sus respectivas fuerzas. A último momento se adhirió el converso general Dalmiro Videla Balaguer, quien en 1951 había recibido la medalla a la Lealtad Peronista; algunos se refirieron a él diciendo: Videlita, Videlita, devolvé la medallista”; a lo que el general respondió que “había cruzado el Jordán y se había purificado”.

El levantamiento se inició en la Escuela de Artillería (Córdoba) y participaron comandos civiles revolucionarios; se plegó la base naval de Puerto Belgrano (provincia de Buenos Aires) y en menor medida adhirieron las guarniciones del Ejército de Mendoza y San Luis. Contó con la aquiescencia de todos los partidos opositores y conocidos grupos de interés, de tensión y de presión.

Fue decisiva la actitud y participación de la Flota de Mar que, después de bombardear depósitos de petróleo en Mar del Plata, amenazó con hacerlo con las destilerías de La Plata y Dock Sud. Los lemas de los revolucionarios fueron: “Cristo Vence” y “Dios es Justo”. El día 19, el foco rebelde de Córdoba vacilaba y se creía derrotado, pero con el correr de las horas tropas leales se pasaron a las filas rebeldes. Según algunos, Perón se sentía derrotado y traicionado y no buscó una alternativa que hubiera ocasionado un baño de sangre y quizás una guerra civil; sin estar definida la situación presentó su renuncia y se refugió en la Embajada del Paraguay, en Buenos Aires, que rápidamente le otorgó el derecho de asilo. Lonardi asumió como presidente provisional el 23 de septiembre y proclamó una frase conciliatoria:” Ni vencedores ni vencidos”. Lo acompañó como vicepresidente el almirante Rojas.

El 13 de noviembre, Lonardi, en forma ignominiosa y traidora, fue depuesto por sus pares y reemplazado por el desconocido general Pedro E. Aramburu, que no tuvo una actuación importante en los acontecimientos. Rojas continuó como vicepresidente.

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En la Armada, fueron pasados a retiro obligatorio todos los almirantes -excepto Rojas- y cuarenta y cinco capitanes de navío. En el Ejército, similar proceder se adoptó con setenta y cinco de los ochenta y seis generales; y se reincorporaron ciento setenta oficiales dados de baja por la rebelión de 1951.

A partir de la asunción de Aramburu se instaló un acentuado anti peronismo en el país y en las FFAA. El criterio dominante-principalmente en los mandos medios y altos del Ejército- era manifestarse como antiperonista por sobre el rendimiento profesional; a tal extremo que por la Orden de Operaciones 44/ 1956 se dio de baja o fueron pasados a retiro obligatorio, sin explicación alguna, más de cuatrocientos excelentes oficiales y suboficiales. El saldo final de la autollamada Revolución Libertadora fue un país más dividido que nunca. Hubo vencedores y vencidos. Generó odios y  una grieta sin resolver aún.