OPINIóN
ARGENTINA CAMPEÓN

No lo entenderías

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Tres. Puede ser el indicador de un estilo que deja de pensar el pasado y se reconocerse al mundo. | telam

El dicho popular indica que, si una persona se pierde en la selva, la única oportunidad de salvación es caminar en línea recta en forma continuada. Si sigue así el tiempo suficiente, llegará a sus límites. Ahora bien, en un laberinto la cuestión es bien distinta: sólo podrán encontrar la salida aquellos que tengan una gran memoria, y puedan recordar los pasillos por los que ya han transitado. Los que se amigan con la incoherencia de sus vueltas extrañas y no tengan miedo de ensayar lo distinto.

Pasaron ya varios días desde que el árbitro Szymon Marciniak decretara el final de la electrizante final del Mundial de Fútbol frente a las 89 mil almas presentes en el Lusail Iconic Stadium y a más de tres billones y medio sintonizando la emisión. En Argentina, los festejos y la alegría por el título obtenido siguen impregnados en el tejido social y nos invitan a (re)pensar qué significa esa tercera estrella que ya está bordada en el entramado social.

Se produjo algo distinto en este Mundial para los argentinos. No fue sólo la consagración de Lionel Messi y su equipo. La victoria –merecida– de nuestro líder deportivo significó algo más, fue un reaseguro importante: la ratificación de que, si alguien se propone un objetivo y trabaja seriamente, con paciencia y con humildad, a la larga lo puede alcanzar. Fue el desafío a la idea de que estamos perdidos en nuestro propio laberinto y que si caminamos en línea recta podremos llegar a la Tierra Prometida. La euforia encierra esa catarsis confirmatoria. Pero… ¿Qué hubiera pasado si Dibu Martínez no desplegaba su arte y el disparo de Randal Kolo Muani llegaba a buen puerto en el minuto 2:43 del tiempo extra del segundo tiempo suplementario? La pregunta es una amenaza demasiado compleja para el edificio conceptual y emocional que recién ahora, luego de más de doscientos años, empieza a mostrar sus cimientos.

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El escritor Marcos Aguinis publicó en el año 2001 su libro El atroz encanto de ser argentinos. Entre el ensayo y la reflexión sociológica, ofrece una caracterización certera sobre el ser nacional y sus fundamentos. En el inicio nos brinda una clave: el nombre de nuestro país proviene del vocablo latino “argentum”, que significa plata. La infinita riqueza que afiebraba a los conquistadores del nuevo mundo y signaba el destino de éxito y bienestar en nuestro propio nombre.

Más adelante, explicará que nuestro pueblo se configuró a partir de contradicciones y mixturas: el hacendado españolista, los intelectuales liberales, el criollo, el mestizo, el vecino de “buena familia”, el gaucho desterrado y el arrabal malicioso y oscuro. El jazz, la samba y la milonga mezclados en una combinación única. Todos los países de América recibieron inmigración en los siglos XIX y XX, pero Argentina fue mucho más receptiva y así, hubo un destino: entre el tango y la melancolía del inmigrante se conjuró la idea de sufrimiento perpetuo. Que nos acompañó hasta el penal convertido por Gonzalo Montiel para el inicio de otro estado de conciencia: es Argentina, no lo entenderías. En estas cinco palabras, con elegante eficiencia, se muestra con orgullo un nuevo nivel de autoconocimiento.

Y tal vez la aceptación de que no estamos tan incómodos en nuestro laberinto. Sabiendo que la Copa del Mundo es sólo un logro deportivo, pero que también hay algo más: es posible identificar un estilo propio. Integrando la línea recta, pero también los vaivenes de nuestra identidad oscilante. Es posible levantar la copa y a los diez minutos sentarnos y charlar con la familia como si estuviéramos tomando mate en el patio de casa, mientras los chicos juegan pateando una botellita de agua.

Allí radica lo mejor. Significa que podemos amigarnos con nuestros monstruos para trabajar con energía por un futuro mejor. La reserva moral está allí, latente.

La tercera estrella se fija en el firmamento de la historia argentina y puede ser el indicador de un estilo que deja de pensar el pasado y empieza a reconocerse abierto al mundo y a toda posibilidad. Porque como dijo un anónimo tik-toker en estos días de liturgia mundialista: “al final de cuentas, para ser argentino sólo hay que tener ganas de serlo”. ¡Salud!

*Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación y de la  Comunicación Social USAL.