Ya saben nuestros lectores que Pablo Ruiz Picasso nació en Málaga, en 1881 y que murió en Moulins, Francia, en 1973. También que su trascendencia no se agotó en la fundación del cubismo, revolucionaria tendencia que rompió definitivamente con la representación tradicional al liquidar la perspectiva y el punto de vista único. A lo largo de su dilatada trayectoria, Pablo Picasso exploró incesantemente nuevos caminos e influyó en todas la facetas del arte del siglo XX, encarnando como ningún otro la inquietud y receptividad del artista contemporáneo. Su total entrega a la labor creadora y su personalidad vitalista, por otra parte, nunca lo alejarían de los problemas de su tiempo.
También es sabido que fue hijo del artista José Ruiz Blasco, y que en 1895 se trasladó con su familia a Barcelona, donde el joven pintor se rodeó de un grupo de artistas y literatos, entre los que cabe citar a los pintores Ramón Casas y Santiago Rusiñol, con quienes acostumbraba reunirse en el bar Els Quatre Gats. Entre 1901 y 1904, Pablo Picasso alternó su residencia entre Madrid, Barcelona y París, mientras su pintura entraba en la etapa denominada período Azul, fuertemente influida por el simbolismo.
Basta de misterios con las obras de Matisse y Picasso
En la primavera de 1904, Picasso decidió trasladarse definitivamente a París y establecerse en un estudio en las riberas del Sena. Pero no sigamos en toda su muy conocida trayectoria porque queremos señalar por instancia de un querido amigo y economista argentino, Carlos Leyba, más sensible que algunos actuales economistas, a quienes el gran maestro Raúl Prebisch les negaría tal categoría y toda sensibilidad no solo cultural sino también social, porque Carlos Leyba, se sorprendió al ver en 2015 en un museo de Berlín una obra gauchesca firmada por Pablo Ruiz Picasso antes de entrar en el período Azul, tanto así que logró comprar una imagen. Se trataba de una carbonilla y pastel sobre papel titulada “Dramas Criollos”,y después de intentar la circunstancia de esa obra poco conocida aunque se habría exhibido en algún museo estadounidense a través de una revista catalana, fue que había sido pintada en una suerte de café concert, muy famoso llamado “Los cuatro Gatos” a raíz de una representación de títiriteros uruguayos, que en tono de broma lo disfrazaron de gaucho a un tal Frederic Pujulá, introductor del esperanto en Catalunia y amigo de la bohemia, para hacerlo participar de una festichola charrúa a don Frederic, que aprovechó el joven Picasso, que seguía el festejo con amigos, dibujar a ese improvisado gaucho rioplatense, que terminó, vaya a saberse cómo, en un museo berlinés. Talvez nuestros lectores o algún especialista pudiera darnos más datos o bien darnos a conocer circunstancias distintas.
*Periodista, escritor y diplomático