El coronel Juan Domingo Perón, Secretario de Trabajo y Asistencia Social, Ministro de Guerra y Vicepresidente de la Nación, estaba sentado en la primera fila junto al general Pedro Pablo Ramírez, presidente de la Nación, y su esposa, en un acto en ayuda de las víctimas del terremoto de San Juan en el Luna Park la noche del 22 de enero de 1944. Cuando una joven y hermosa artista del teatro, la radio y el cine llamada Eva Duarte, que había logrado ingresar en el ring-side, y sentarse a su lado –“vi el asiento vacío y corrí hacia él, sin pensar si correspondía o no me senté”-, entre palabra va, palabra viene, lo deja turulato cuando le dice:
- Coronel
-¿Qué pasa…? respondió él, mirándola a los ojos.
-Gracias por existir.
Ya casada con Perón el 10 de diciembre de 1945, a pesar de su escasa educación académica, y su inexperiencia política y administrativa, tuvo el atrevimiento necesario para convertirse en la primera mujer que hacía una campaña política en Argentina acompañando a su esposo, ser aclamada en el Luna Park en el primer acto masivo de mujeres en la historia argentina y realizar una gira internacional para conocer los sistemas de ayuda social existentes en Europa.
De regreso al país se entregó de manera obsesiva a su trabajo en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Joven, hermosa, por sus propios méritos y esfuerzos, se gana el cariño de la gente.
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Después de viajar por el país y comprobar la miseria que padece gran parte de la población, decidió personalizar la asistencia social a través de la Fundación que lleva su nombre, entregando a las familias humildes desde alimentos, colchones, utensilios de cocina, heladeras, ventiladores, sillas, ollas, sábanas, frazadas, camas, ropa, ajuares de novia, anteojos, muebles, remedios, hasta máquinas de coser marca Singer, sillas de ruedas, dentaduras postizas, becas y nombramientos; pan dulce y sidra en las fiestas de fin de año y muñecas, bicicletas y pelotas de fútbol el día de Reyes.
Su labor incluyó ampliar la cobertura previsional, construir escuelas en las regiones más pobres del país, ciudades universitarias, viviendas dignas, hospitales modernos con atención permanente, cadenas de proveedurías para abaratar los precios de las mercaderías, hogares para ancianos, para madres jóvenes y solteras que, como la propia Evita tiempo atrás, llegaban de ciudades del interior a Buenos Aires y no tenían donde alojarse, organizar campañas contra enfermedades endémicas, reducir el analfabetismo y la mortalidad infantil, promocionar el deporte y el turismo social mediante la creación de colonias de vacaciones, complejos recreativos, y hoteles de uso exclusivo de los trabajadores, a lo que hay que agregar la asistencia brindada a una serie de países.
Una asistencia social inédita, proveniente de impuestos al juego –lotería nacional, casinos e hipódromos-; los aportes obligatorios impuestos por ley sobre los jornales de los obreros el 1 de mayo y el 17 de octubre; las donaciones, no siempre voluntarias, de las empresas; y el uso de inmuebles, personal y medios de transporte del Estado.
La “Abanderada de los humildes” como empezó a llamarla el pueblo, era incansable. No existían feriados ni jornadas no laborables. Desde las primeras horas de la mañana hasta altas horas de la noche, exigía a los funcionarios del gobierno la pronta solución de los problemas, opinaba acerca de convenios laborales, pronunciaba discursos en congresos y convenciones, recibía delegaciones extranjeras, representantes del sector privado, dirigentes gremiales y personas con carencias, visitaba fábricas, respondía centenares de cartas diarias, mimaba niños y ancianos.
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Su figura se hizo familiar en los grandes actos, en los discursos transmitidos en cadena por todas las radios, en los noticieros cinematográficos semanales “Sucesos Argentinos” de exhibición obligatoria en los cines, y en los libros de educación primaria a través de la expresión “Evita me ama”, que los alumnos debían deletrear y silabear.
Como parte de una constelación de mujeres que, desde los tiempos de Julieta Lanteri, fundadora del Partido Feminista Nacional en 1919, venía luchando por sus derechos, Evita constituyó la Rama Femenina del Partido Peronista, que logró que las mujeres votaran por primera vez a nivel nacional –pues a nivel provincial lo habían hecho en San Juan en 1924- y sumaran más de 2.400.000 a favor del peronismo sobre un total de más de 3.800.000 (casi el 64%), el 11 de noviembre de 1951.
Con ropa costosa, incluso de la casa francesa Dior, -“porque soy la mujer del presidente de la Nación y mujer del líder de un pueblo que ha depositado en él toda su fe, toda su esperanza y todo su amor”-, comparte la alegría popular el 1º de Mayo, Día del Trabajo; el 17 de Octubre, y el Día de la Lealtad, ajena a las críticas a la política económica y a los métodos represivos usados por el gobierno peronista.
Así como fue idolatrada por la “chusma”, los “cabecitas negras”, “el aluvión zoológico”, “los “descamisados”, fue odiada por la oligárquica Sociedad de Beneficencia, que por su origen popular, por haber sido actriz y por su fidelidad a la clase trabajadora, le negaron la presidencia de la Comisión Directiva de esa institución, poniendo como excusa su juventud. Asimismo, el intento de los sindicatos por imponerla como candidata a la vicepresidencia de la Nación es rechazado por la Federación Universitaria Argentina, la Sociedad Rural, la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires, la Bolsa de Comercio, la Unión Industrial Argentina, la Iglesia Católica, sectores de Las Fuerzas Armadas y partidos políticos opositores, sobre todo la Unión Cívica Radical.
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Ante semejante clima de efervescencia política, en el Cabildo Abierto del Justicialismo del 22 de agosto de 1951, Evita hace pública su renuncia de acompañar a Perón en la fórmula presidencial para la elecciones de noviembre de ese año, contrariando por primera vez en su vida al movimiento obrero. Una bomba destroza los escaparates de la casa Peuser donde estaba expuesto su libro “La razón de mi vida”.
Evita convoca a la cúpula de la CGT y al ministro de Guerra para organizar la distribución de armas a milicias de trabajadores en defensa de Perón, y el 1 de mayo de 1952 “le pide “a Dios que no permita a esos insensatos levantar la mano contra Perón, porque ¡guay de ese día! Ese día, mi general dice yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres del pueblo y con los descamisados de la Patria, para no dejar en pie ningún ladrillo que no sea peronista”.
El 7 de mayo Evita cumplió 33 años y el Congreso le concedió el título de “Jefa Espiritual de la Nación”. El 4 de junio acompaña a Perón en la jura de su segundo mandato constitucional y en el balcón de la Casa Rosada, donde recibe el tributo de amor de la multitud reunida en la Plaza de Mayo por haber ayudado y beneficiado a los más humildes como nadie lo había hecho, lo que hoy, 7 de mayo, seguimos recordando a un siglo de su nacimiento en Los Toldos, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires.
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P.M./C.P./D.S.