Esta elección siempre fue una batalla entre dos miedos: el miedo a que volviera Cristina Kirchner y el miedo al ajuste de Mauricio Macri. El resultado está a la vista.
Todos los conceptos políticos del macrismo quedaron en crisis. Quedará para los anales de la historia el clásico sobre gradualismo vs. shock, por ejemplo. Como muchos otros eventos, esto ya será contrafáctico. No habrá manera de zanjar la discusión. Como tampoco ya se podrá saber qué hubiera pasado si se le hacía caso a Monzó de entrada y el gobierno no se encerraba en “la Newman”. Los adoradores de Mauricio dirán que con el diario del lunes…
El gobierno se pasó 4 años hablando de la teoría de “el primer metro cuadrado”, aduciendo que lo que realmente le importaba a la gente era mejorar su calidad de vida desde lo más íntimo al despertarse hasta que se volvía a dormir. Por eso era importante la rampa en la esquina, el metrobus, que funcionaran los servicios públicos, el asfalto que nunca llegaba, la luz led cuando volvía a su casa, buena conexión de internet, etc. Todo eso quedó enterrado en la elección de este domingo. Subestimó algo esencial: todo eso sirve si la gente puede pagar sus cuentas. Si no, es como invitar a alguien a recorrer Disneylandia sin poder subirse a ningún juego.
Parece que el círculo rojo no (y su propia ala política) no estaban tan equivocados cuando le decían que se abra, que incorpore peronistas, que redimensione el ajuste, que más allá de las inversiones bienvenidas era esencial recomponer el consumo interno. En definitiva, que no peque de soberbia. Pero esto la Argentina contemporánea ya lo vivió: cuando alguien gana desafiando la ley de la gravedad, luego gobierna con esa misma impronta. Ya sucedió con Cristina 2011-2015. Resultado: Newton nos recuerda que no en vano se le cayó la manzana encima.
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La Argentina había vivido dos fuertes situaciones de crisis desde el retorno a la democracia. Las dos se llevaron puestos dos gobiernos. Esta vez parecía que iba a ser la excepción porque ciertos parámetros habían dado muestras disruptivas en 2015. Sin embargo, lo tradicional regresó: al gobierno que se le desata la crisis no es el mejor médico para resolverla, a juicio de la sociedad.
Si para sacar a un país adelante hacía falta “cirugía mayor” –Menem dixit– se necesitaba que la gente percibiera la gravedad de la crisis para justificar el “bisturí hasta el hueso”. El macrismo creyó que ese paso no era necesario. Que la Argentina había de una vez por todas entrado en una fase donde la concientización popular iba a generar la dispensa necesaria frente a los problemas, y ya no hacer las cosas a los golpes. Macri creyó que con poner un cartel que diga “Estamos trabajando por una mejor ciudad. Disculpe las molestias” la mayoría social iba a comprender. Tarde entendió que entre administrar la ciudad y el país había un salto cuántico.
Otros traerán a colación por qué no se puso en práctica el famoso “Plan V”, o por qué no se adelantó la elección en la provincia de Buenos Aires ¿Realmente hubiera ayudado? ¿La profunda derrota de Vidal es solo responsabilidad del arrastre de boleta de Macri? Sería una conclusión simplista: el desastre de la “hada virginal” no tuvo atenuantes. Se cayó la hipótesis de “la gente no lo quiere a Macri pero sí a María Eugenia”. Ella por ahora no será la próxima presidenta: la maldición de Ugarte sigue presente.
Un tema no visible es cuánto se puede gobernar a contramano de los imaginarios de la sociedad. Los argentinos se sienten cómodos con el llamado capitalismo renano, al estilo de la Europa continental de la que vinieron muchos inmigrantes. Un Estado suficientemente presente para proteger, sin matar la gallina de los huevos de oro: los pequeños productores y comerciantes. La Argentina es un gran país de Pymes. Eso explica mucho de su potencial. Sin embargo, muchos conocen anécdotas en donde el presidente casi que menosprecia a los pequeños, sintiendo que el mundo es de los grandes. Nunca comprendió lo que él llama “esa cosa emocional que tienen los argentinos”. Gobernar con crisis económica y contradiciendo los imaginarios sociales, solo tiene una salida: cambio político.
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Esto lleva a otro hit del oficialismo: el tan mentado “cambio cultural”. Es muy probable que la Argentina lo necesite. Pero ¿cómo hacerlo? ¿con aumentos de tarifas del 800 % y la economía en recesión en 3 de los 4 años de mandato? Lucía complejo. Resultados a la vista.
Con la contundencia del resultado en la mano ¿sirvieron para algo las campañas? ¿Cuán clave eran el profesionalismo, la organización, la disciplina, la micro segmentación en redes, el big data, los datos de las demandas ciudadanas cuadra por cuadra, “la Nasa” (como lo calificó Pichetto)? De vuelta: cuando se subestima lo esencial y la sociedad quiere dar un mensaje contundente, no hay tecnología de punta que lo arregle.
Así como se pueden listar un sinfín de errores conceptuales del gobierno, también cabe advertir que Alberto no recibió ayer un cheque en blanco. Todo lo contrario. La sociedad se cansó en 2015 de la soberbia de Cristina. Ahora –por todo lo expuesto– se cansó de la soberbia de Macri. En síntesis: ya no quiere más soberbios. Los Fernández deberían pedirles a sus militantes que borren del mapa lo más rápidamente posible la arenga “Vamos a volver”. Al final no ganó una propuesta política. Ganó el odio más fuerte.
*Consultor político. T: @carlosfara.