Todavía no sé cuándo será ni cómo me enteraré. Pero sé que mi papá va a morir en Venezuela.
Es difícil explicar para mí como hijo por qué, cómo y cuándo mi papá decidió volver a Venezuela. Es así. Mientras que desde hace varios años, miles y miles de venezolanos escapan de su país como y cuando pueden, mi papá hizo el viaje contrario. Con cuatro hijos en Argentina -y ahora dos nietas, una a la cual todavía no conoce- él tomó la decisión de volver al que siente como su país.
La esperanza caribeña. Mi papá, Giuseppe, nació en 1950. Sus padres, oriundos de un pequeño pueblo montañoso del sur de Italia, fueron de los cientos que emigraron hacia Caracas. Mi papá se crió, estudió y formó su familia en Venezuela. Allí fue donde conoció a mi mamá, que nació en Chile pero por el trabajo de su papá terminó en el país caribeño. Allá nacieron mis dos hermanos mayores, hasta que en 1983 toda la familia viajó para Argentina. Acá nacimos mi hermana menor y yo. Y desde entonces, mi familia que había sido de todas partes, era de Argentina.
Tras cerrar fronteras y cancelar vuelos, Maduro anuncia la llegada de ayuda rusa
Durante más de 15 años, mi papá viajó casi anualmente a Venezuela. Mi abuela vivía ahí. Incluso fuimos todos para allá a mediados de los 90. Casi no salíamos de la casa y de noche no frenábamos en los semáforos. Eso recuerdo. Mi papá siempre repetía que en Venezuela la cosa se estaba poniendo cada vez peor. Nunca entendía por qué.
Su pensamiento liberal contrastaba con el apoyo que Hugo Chávez iba cosechando en su amado país. Ante cada elección, él estaba seguro de que Chávez perdería. Pero siempre era al revés. Y a él eso no le gustaba. Por eso, desde Argentina, hizo todo lo posible para mandar a su mamá de vuelta a Italia. “Ahí no puede quedarse a vivir”, decía. Y lo logró. Los últimos años mi abuela los pasó tranquila y feliz en su pueblo del viejo continente.
De vuelta a Caracas. Fue a fines de los 2000 cuando papá empezó a hablar seriamente de la necesidad que tenía de volver a Caracas. Él se había puesto en pareja con una venezolana con la que se reencontró en uno de sus viajes. Los dos decidieron vivir en Argentina. Pero la mamá de ella enfermó. Ese fue el principio del fin. Primero viajó ella. A los pocos meses papá nos sentó a nosotros cuatro y nos dijo: “Vuelvo a Venezuela por un tiempo corto. No se preocupen que todo estará bien, Maduro ya está perdiendo poder y todo volverá a la normalidad. Cuando eso pase, vendo lo que tenemos allá y vuelvo”. Era el año 2010…
Ya han pasado más de nueve años. Papá sigue en Venezuela. Podría volver, pero él decide quedarse allá.
En ese tiempo, y luego de cientos de charlas telefónicas y algunas presenciales en sus cortas visitas a nuestro país, hablamos varias veces de qué es lo que estaba haciendo allá. Nunca lo entendimos. Ni mis hermanos, ni yo. Nadie lo entendía. Nadie lo entiende.
En 2016 tomé la decisión de ir a visitarlo. Me fui una semana para Caracas. Cuando me despedí de él, lo hice sin saber si lo volvería a ver.
Durante esos días pude vivir un poco la Revolución Bolivariana. En las calles no faltaban los carteles de apoyo a esa revolución. Los últimos nuevos edificios, que habían sido construidos en los primeros años del chavismo, estaban en dudosas condiciones. Los que habían conseguido vivir por primera vez en un departamento equipado con electrodomésticos de origen chino, se aferraban a no perder ese espacio. Eso sí, ya no funcionaba ninguno de los electrodomésticos.
Los motociclistas enmascarados de Maduro aterrorizan en la frontera venezolana
La revolución no existió. No la vi en Caracas. Cuando el precio del petróleo empezó a caer y Chávez dejó este mundo, la revolución se convirtió en destrucción. Basta con ver cualquier índice económico, educativo, productivo, social, demográfico… Invito, de todo corazón, a todos aquellos que defienden al gobierno de Maduro a viajar a Venezuela. Yo les consigo casa (la de mi papá) y comida gratis. Por eso no se preocupen. Eso sí: salgan de día y de noche. Y no vale que sean invitados oficiales del gobierno. Vayan como simples turistas. Sólo les aviso que es un “poco” peligroso. Un día salimos a recorrer el centro de Simón Bolívar. Mientras bajábamos al subte, se nos paró un hombre adelante y otro atrás, y asegurando que tenía una pistola en su bolsillo nos quiso robar. Mi papá empezó a los gritos y salieron corriendo. La vuelta turística fue corta. El resto la pasamos charlando y tomando ron en la casa. Esa semana vi tres armas en las calles.
Hoy sigo más atento que nunca las noticias de Venezuela. En estos dos años y medio la situación ha empeorado. Basta que recuerde lo que yo vi con mis ojos: los supermercados sin comida, las farmacias sin medicamentos y las clínicas sin enfermos (mi papá tiene un amigo que tiene una clínica y estaba sin pacientes). Hoy está peor.
Mi papá vive con los poco más de 10 dólares de jubilación que cobra por mes más unos entre 50 y 80 dólares que cambia en el mercado negro. Eso le alcanza para pagar los servicios y la comida. Con esa cantidad de plata él es de clase media. Cuando le avisa alguno de sus amigos que hay comida en algún súper, agarra su auto y va para allá. No importa la cola que haya. Él espera y compra todo lo que puede.
Guaidó promete regresar a Venezuela pese al temor por su seguridad
Mi papá tiene casi 70 años. Necesita medicamentos. Por suerte le quedan algunos de los cientos que le llevé cuando viajé para allá. Están vencidos, pero no tiene otros. No se consiguen.
Los días van transcurriendo y mi papá sigue en Venezuela. Las fronteras van cerrando y ya casi no quedan líneas aéreas que viajan para o desde allá. Los pasajes deben pagarse en dólares cash.
En pocos días será el bautismo de mi hija y él no vendrá. No puede venir. Su pasaporte venció hace un par de meses y todavía está esperando que llegue papel para poder renovarlo. Quizá si tuviera algún amigo chavista lo conseguiría. Tenía algunos, pero ya se han ido del país.
Papá no quiere volver, pero si quisiera, tampoco podría.
Mientras escribo estas líneas, otros cinco mil venezolanos se habrán ido de su país con una mano atrás y otra delante como lo hicieron mis abuelos cuando viajaron desde Italia hacia Caracas. Todos arman sus valijas para irse. No sé si algún otro día mi papá podrá armar una valija y salir de ahí. Me basta con que pueda irse con un bolsito caminando por algún paso fronterizo. Pero eso no pasará. Mi papá va a morir en Venezuela. No sé cuándo. Sólo espero que no sea pronto.