OPINIóN
Coronavirus

La pandemia, las encrucijadas del presente y los cambios para el futuro

La humanidad está siendo puesta a prueba por un enemigo invisible, que puso a prueba la globalización y también la ciencia y la tecnología.

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El triunfo de la muerte, cuadro de Pieter Brueghel(1525-1569). | Cedoc Perfil

La humanidad suele percibir los peligros en las grandes fuerzas del Universo (como asteroides, terremotos, tsunamis y erupciones volcánicas) o en las armas de destrucción masiva, pero por lo general en amenazas acordes a su tendencia de especie megalómana. Esta vez la amenaza paradójicamente -y como otras veces en la historia- proviene de un enemigo invisible. Un enemigo que puso a prueba su globalización y también la importancia de su ciencia y tecnología.

Ese invisible enemigo traspasó la Muralla China, silenció la noche de Nueva York, apagó la magia de los parques de Mickey Mouse, quitó el brillo del glamour a Milán, evitó que alguien quiera tomar cualquier camino para llegar a Roma, transformó los viajes de placer en un arrepentimiento, y logró que un argentino desistiera ante el ofrecimiento de un mate y que un nieto por amor dejara de abrazar a sus abuelos. Un enemigo que usa gotitas de saliva en lugar de artillería, que jaquea a la humanidad en muchos de sus aspectos y que la humilla exhibiendo descarnadamente su fragilidad.

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El enemigo es el virus SARS-CoV-2, un coronavirus, que genera la enfermedad COVID-19. Se detectó por primera vez en la ciudad china de Wuhan, provincia de Hubei, en diciembre de 2019. En poco tiempo afectó a personas en más de 100 territorios y la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia a la enfermedad que provoca. Su genoma está formado por una sola cadena de ARN. Los coronavirus fueron descriptos por primera vez en la década de 1960 y se conocen siete cepas relacionadas con enfermedades respiratorias en la especie humana.

LA EPIDEMIA. Ni la primera, ni la última, ni la más importante…

Grandes epidemias ocupan oscuros momentos de nuestra historia universal. A modo de ejemplo podemos citar a algunas de ellas. La plaga de Atenas durante la guerra del Peloponeso en el 430 a.C., posiblemente de fiebre tifoidea, mató a la cuarta parte de las tropas atenienses y a una cuarta parte de la población a lo largo de cuatro años, y terminó con la preminencia de Atenas. La peste antonina tuvo un primer brote entre los años 165 y 180 d.C., posiblemente de viruela traída del Oriente, en él murieron aproximadamente cinco millones de personas y durante un segundo brote, entre los años 251 y 266, hay crónicas que hablan de que en Roma morían cinco mil personas a diario. La peste de Justiniano se inició en el año 541 y representa el primer brote registrado de peste bubónica, empezó en Egipto y llegó a Constantinopla, murieron unas diez mil personas por día en el pico de la epidemia, terminó con una cuarta parte de los habitantes del Mediterráneo Oriental.

La peste negra comenzó en el siglo XIV, fue un nuevo brote de peste bubónica que comenzó en Asia llegando al Mediterráneo y Europa Occidental en el año 1347, terminó con la vida de veinticuatro millones de europeos en el transcurso de seis años. Las epidemias de cólera azotaron en los siglos XIX y XX: entre los años 1816 y 1826 la enfermedad azotó a India y se extendió a China y el Mar Caspio; entre los años 1829 y 1851 a Europa, Nueva York en 1832 y la costa pacífica de los Estados Unidos hacia 1834; entre los años 1852 y 1860 a Rusia con más de un millón de víctimas fatales; entre los años 1863 y 1875 a Europa y África; entre los años 1899 y 1923 a Rusia especialmente dado que en Europa había progresado mucho la salud pública para ese entonces; entre los años 1961 y 1966 a Bangladesh, India y Rusia; y entre 1991 y 1993 a América Latina. La gripe española se inició en el año 1918 en Fort Riley, Kansas, Estados Unidos y se expandió por el mundo con veinticinco millones de víctimas fatales, incluso hay estimaciones que el número habría sido más del doble del indicado.

 

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El tifus, la viruela y el sarampión generaron grandes epidemias. El tifus, asociado a los tiempos de guerra, tuvo su primer gran impacto en el año 1489 durante la lucha en Granada entre cristianos y musulmanes, y con posterioridad en los años 1528 y 1542. También jugó un papel importante en el año 1811 en la destrucción de la Grande Armée de Napoleón, en Rusia. La viruela por su parte mató en el siglo XVI a gran parte de la población nativa de las islas Canarias; en el año 1518 a la mitad de la población nativa de la isla La Española; en la década de 1520 a ciento cincuenta mil personas sólo en Tenochtitlán (México); y en la década de 1530 azotó a Perú. El sarampión en la década de 1600 terminó con la vida de más de dos millones de personas pertenecientes a la población nativa de México y entre los años 1848 y 1849 -junto a la gripe y la tos ferina- con la de cuarenta mil nativos hawaianos.

Otras epidemias fueron las de: gripe asiática en el año 1957, gripe de Hong Kong en el año 1968, gripe rusa en el año 1977, síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en el año 2002, gripe aviaria en el año 2003, gripe A (H1N1) entre los años 2009 y 2010, VIH/SIDA y ébola.

La Argentina también tuvo sus propias epidemias. El cólera, la viruela, el tifus y la fiebre amarilla fueron responsables de acontecimientos trágicos en la historia de nuestro país en los siglos XVII y XVIII. La epidemia de fiebre amarilla de los años 1870 y 1871 en Buenos Aires, marcó un antes y un después para la ciudad, con aproximadamente unas 14.000 víctimas fatales. Esa epidemia obligó a crear el Cementerio del Oeste, hoy Cementerio de la Chacarita, y a cambiar la fisonomía de la urbe dado que las familias más pudientes se mudaron hacia el norte. Ya en el siglo XX, más precisamente en el año 1956, tuvo lugar la mayor epidemia de Polio en el país, con 6.496 afectados de esta enfermedad que causaba una severa discapacidad e incluso la muerte.

Con la aparición de virus que desconocemos, donde: 1) la población no sea inmune a ellos, 2) los virus tengan la capacidad de generar casos graves de enfermedad y 3) se transmitan de persona a persona de manera eficaz, asistiremos a nuevas epidemias.

LA REFLEXIÓN. Un fenómeno biológico que nos obliga a repensarnos

La pandemia de COVID-19 viene a dar un baño de realidad a la humanidad en el siglo XXI, a la mayoría de los hombres y mujeres que teníamos hasta aquí la falsa premisa de vivir en un mundo casi estático, dónde nuestra especie -a la que incluso abstraíamos de la propia Naturaleza como si hubiera sido fruto de la generación espontánea- tenía el dominio absoluto de su medio, la capacidad de encontrar la solución a todo por medio de la tecnología, y donde las crisis que nos preocupaban eran de tipo económicas y/o políticas, dos construcciones meramente humanas. Nos consideramos el centro del Universo, pero claramente estamos muy lejos de serlo. 

 

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Nuestra cultura e interpretación del mundo nos llevó a minimizar y despreciar el entendimiento sobre la Naturaleza y el Universo. Lo que pensamos que como humanidad dominamos son cosas muy menores respecto a las fuerzas de la Vida y el Cosmos que nos rodean. Nos debiéramos enterar que no podemos evitar ni terremotos ni erupciones volcánicas, que tampoco dominamos los grandes asteroides que se acercan a nuestro Planeta y que no podemos evitar la aparición de nuevas enfermedades. Respecto a la vida y las condiciones ambientales del planeta que habitamos las sabemos destruir, pero no tenemos la capacidad de dominar sus consecuencias.

Hemos moldeado y estructurado así nuestra sociedad y nos manejamos a menudo a nivel individual como si fuéramos a vivir para siempre. Hablamos de “nuestra casa”, “nuestro auto” cuando en realidad sólo seremos temporariamente propietarios en el mejor de los casos. Pero si sería cierto hablar de “nuestra vida”, “nuestra especie”, “nuestros hijos” y “nuestra salud”.

Respecto a la pandemia de COVID-19, cualquier persona cercana a las ciencias naturales y biomédicas podrá decir que con seguridad no será la última y tal vez tampoco la más grave pandemia de este tipo que azotará a la humanidad. Nosotros no podemos saber cuándo aparecerá otra nueva enfermedad que nos acorrale, pero si podemos aprender a decidir mejor nuestras prioridades como sociedad y dónde pondremos tras esta experiencia mundial nuestros mayores y mejores esfuerzos.

Una crisis sanitaria como la que vivimos hoy nos debe hacer reflexionar sobre lo relativo que es el valor que asignamos a la mayoría de las cosas y como lo que es más esencial para nuestras vidas lo hemos desvalorizado y hasta despreciado, es tal nuestro egocentrismo que consideramos más valiosas las cosas que nosotros creamos que los elementos que necesitamos para nuestra existencia misma a los cuales contaminamos: el agua, el aire, el suelo. Nos debiéramos preguntar que nos ciega tanto para que lo obvio no resulte tan obvio, para que el sentido común parezca el más escaso de los sentidos. Nos debiéramos preguntar qué mal nos aqueja en esta sociedad del consumo para no darnos cuenta de tantas cosas que estamos haciendo muy torpemente. Es hora de una reflexión global para repensar el rumbo que deseamos transitar como humanidad.

EL FUTURO. Será diferente, pero ¿cuán diferente?

Muchas personas reflexivas, con más o menos argumentos, dan por sentado que esta crisis sanitaria global generada por la pandemia de COVID-19, con su consecuente crisis socio-económica, traerá cambios. Es probable que así sea dado que este tipo de crisis globales suelen acelerar procesos históricos. Que se acelere la incorporación de tecnología a nuestras vidas; que cambie el mundo del trabajo; que modifique las modalidades de estudio y tal vez estimule otra preferencia de carreras universitarias; que el rol del Estado en muchos países se vea fortalecido; que avance la tecnología aplicada a la medicina, vigilancia y el funcionamiento en los grandes aglomerados urbanos; y que tenga seguramente un impacto en las relaciones humanas cuyo alcance e implicancias aún es prematuro dilucidar.

La historia apoya con sus ejemplos esa probabilidad. Por tomar un ejemplo la peste negra a la cual nos hemos referido anteriormente, se originó en Asia, avanzó durante diez años, cruzó los montes Urales y llegó a Europa en el año 1347. Se estima que el saldo fue de veinticinco millones de víctimas humanas en Europa, cuarenta millones en África y sesenta millones en Asia, totalizando aproximadamente para ese entonces un 10% de la población mundial. El paso de la peste tuvo sus consecuencias, marcó el rumbo de la historia. Empezó a cambiar una forma de pensar. Ganó terreno el humanismo respecto del teocentrismo (Dios en el centro de todo) y poco tiempo después se inició el Renacimiento, florecieron las artes en el Viejo Mundo, desapareció el feudalismo y surgió el mercantilismo que creció hasta la Revolución Francesa.

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Algunos ejemplos de la historia, como el que acabamos de mencionar, muestran que la humanidad se hace grandes replanteos y logra importantes progresos luego de atravesar profundas crisis que han tenido a las epidemias y los conflictos bélicos como protagonistas.

Damos casi por descontado que habrá cambios en nuestra sociedad y que esos cambios sanitarios, sociales, económicos, políticos, educativos y culturales moldearán a nuestra sociedad (al menos Occidental) para los próximos años.

Ojalá esta vez podamos tomar conciencia de lo que realmente importa. Empecemos a valorar nuestra propia vida y el ambiente sano que necesitamos para vivir. Empecemos a pensar que es posible otro modelo económico y social para el desarrollo, que salgamos del falso mito de que el bienestar requiere de un desarrollo que necesariamente convierte a los bienes que nos ofrece la Naturaleza en desechos que rebalsan los basurales y contaminan el aire, el agua y el suelo. Empecemos a preocuparnos y ocuparnos de estar mucho mejor preparados para afrontar este tipo de crisis sanitarias; a preocuparnos seriamente por el cambio climático y la extinción de especies, por la necesidad de respetar los ambientes naturales y la vida silvestre. O en caso contrario nos deberíamos simplemente dejar de llamarnos a nosotros mismos “seres racionales e inteligentes”, porque habremos demostrado que no lo somos.