OPINIóN
Pandemia

Coronavirus: el fin del exceso de individuación

Las catástrofes pueden unir. Las pestes también. Aquello que no resulta asible es tanto más peligroso que lo detectado aún sabiendo que no se puede controlar fácilmente.

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Coronavirus | Miguel Á. Padriñán / Pexels

Las catástrofes pueden unir. Las pestes también. Aquello que no resulta asible es tanto más peligroso que lo detectado aún sabiendo que no se puede controlar fácilmente. Como agua que se escurre entre los dedos, los tiempos de Coronavirus dejan tras de sí la fragilidad humana.

Una vía doble: frágiles y aguerridos. La comparación de los días del ser humano con los de la flor del campo que hoy nace y mañana se marchita donde el viento pasó por ella y su lugar no la conocerá más descripta en el Salmo 103, nos hace repensar en torno a lo más preciado que tenemos: la vida.

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La pelea que se libra para aferrarse a ella desarrolla una condición de lucha donde el enemigo es la peste. Está afuera pero también dentro. En la sociedad que deja aflorar pinceladas de egoísmos para quienes les resulta indiferente el entorno. Esa condición asocial perjudica el espíritu de convivencia armónico.

Desafío mayúsculo para el Gobierno de turno que afronta un tsunami ingobernable de crisis con frentes diversos. Crisis económica puertas adentro del país y recesiva a nivel global; crisis social con cifras que duelen hasta el alma en pobreza e indigencia; crisis sanitaria que aterrizó en un abrir y cerrar de ojos y aún no se sabe con certeza hasta cuándo persistirá.

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Una cuestión es cierta. Si se apelaba a la solidaridad incluso sectorial para palear el frente de crisis económico-social, ahora se ponen a prueba los móviles intra-societales. Resume todo una palabra: convivencia, del latín convivĕre. Según la Real Academia Española, convivir es vivir en compañía de otro u otros.

La sociedad toda como un cuerpo mancomunado en pos de evitar la desavenencia y la ruptura de diálogo espiritual debe tender a que los miembros se preocupen los unos por los otros. “De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:26).

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En medio de crisis múltiples, ser capaces de visualizar oportunidades no es una utopía. El Presidente Alberto Fernández corre con ciertas ventajas. Aún sabiendo la delicada situación en la que se ven inmersas incluso economías desarrolladas, el estatus actual de la Argentina amerita un capítulo de excepciones que resultaría prácticamente inhumano no ser considerado. En este sentido, a pesar de los niveles de recesión global que apalea a los mismos acreedores cuyos gobiernos detentan el poder de influencia necesaria como para tergiversar destinos decisionales que pueden impactar en nuestro país; el acuciante estado de emergencia y necesidad torna en imperiosa una redefinición positiva.

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He aquí una luz al final del túnel. Para no perder de vista el horizonte jugar un rol preeminente y definido es esencial. El rumbo de acción, programa, metas y estrategias deben tener una impronta argentina. Nadie mejor como para anticiparse a la negociación. El mínimo espacio de duda o ausencia de definiciones puede dar ventaja al campo de la incomprensión.

Otro tanto sucede en el plano social. Como retratados en el espejo de nuestra alma, así estamos cada uno de los argentinos de frente al destino que toca la puerta de manera intempestiva. Ya no son los esfuerzos para que los “caídos del mapa” puedan volver a ser. Se trata de todos y cada uno de nosotros. No son los de abajo, los de afuera. Somos todos. El COVID-19 entró de golpe. El fin de la individuación también.

 

@GretelLedo