OPINIóN
Gestión en tiempos de pandemia

El valor de la política y los costos de la antipolítica

Otra grieta en la que no hay que caer. Alguna vez fue kirchnerismo /antikirchnerismo, macrismo/antimacrismo y ahora se repite el pensamiento antinómico en torno a "los costos de la política".

Horacio Rodríguez Larreta y Alberto Fernández
Horacio Rodríguez Larreta y Alberto Fernández. | NA (archivo)

Otra grieta en la que no hay que caer. Una vez más tenemos que rehuir de un pensamiento binario que solamente conduce a dividir al país en opiniones tajantes, sin lugar a cuestionamientos y que nos llevan indudablemente a retroceder. Alguna vez lo fue kirchnerismo/antikirchnerismo, luego macrismo/antimacrismo y ahora se repite el pensamiento antinómico en torno a “los costos de la política”.

Es cierto que “la política” (así en general y sin tomarnos el trabajo de análisis sesudos) tiene que ser más eficiente, con mayor capacidad de dar respuesta a los ciudadanos y aportar soluciones a problemas constantes de la Argentina. Solo basta con ver las cifras crónicas de la pobreza, los retrocesos sociales sucesivos y la ineficacia de un Estado que no logra dar asistencias, con o sin pandemia que nos apremie.

La sensación de los ciudadanos es que “los políticos”, que deben ser sus “servidores”, se han transformado en “beneficiarios” de un sistema injusto, no le resuelven sus inconvenientes, no dan respuesta a sus reclamos y para colmo, les salen muy caros.

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Las comparaciones con otros países donde todo parece funcionar mejor ayudan a abonar esta sensación. La “política” en la Argentina sale cara. Abundan asesores, sobran choferes, se llenan bolsillos de personas sin tareas y se suma descrédito a la acción de los gobernantes.

A esto hay que agregar políticos de fortunas inexplicables; negocios surgidos al calor del Estado; amigos del poder favorecidos con obras públicas millonarias; hoteles de habitaciones vacías y negocios florecientes; sobres con dólares olvidados en despachos oficiales, y hasta pagos de cuantiosas y dudosas deudas al propio padre, entre otras miles circunstancias.

Sí, la política sale cara. Con corrupción todavía mucho más.

Pero cuidado, la antipolítica siempre es mucho más cara. Habría que recorrer un poco la historia de nuestro país para darnos cuenta de que los mayores retrocesos se dieron en ausencia de la política o en manos de quienes encaramados en el discurso de la antipolítica lo que hicieron fue esquilmar los bienes públicos.

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Hay que redoblar la apuesta por la política, esa que se basa en la confrontación de ideas, la exposición de proyectos, la valoración de lo público como lugar de encuentro y de beneficio ciudadano. La que se nutre en una vocación de entrega, la que destina tiempo y esfuerzo en sumar voluntades para construir una sociedad más justa e inclusiva.

No soy tan inocente para no tener en cuenta que las antinomias que surgen en la política lo hacen basadas en una confrontación económica originaria, pero la síntesis debe culminar en un proyecto de superación común y no de beneficio personal

Pandemia mediante y cuando políticos de distinto origen parecen dar respuestas, los cuestionamientos se redoblan para esmerilar un crédito social creciente en los gobernantes. Lo hacen por el lado más flaco: la política sale cara. Pero los abonan los que ganan con el fortalecimiento de la antipolítica, que muchas veces son los mismos que usan la política para beneficio personal o de sus empresas.

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Bien vendría entonces una señal de que estamos todos en el mismo barco, que los sacrificios que se piden también se están dispuestos a hacer. La situación extrema lo amerita. Y esa señal debería extenderse a todos los que tengan vocación por lo público para hacer más eficaz la tarea de la política. Avanzar hacia un mejor Estado, con mayor capacidad de respuesta, con todas las herramientas, pero manejada por funcionarios austeros. No son pocos los ejemplos que podemos encontrar de gobernantes que manejaron presupuestos millonarios y nunca tuvieron acusaciones de corrupción y vivieron una vida austera. Las generalizaciones de esta nueva grieta ayudan a esconder a los corruptos y, a su vez, quitan trascendencia a los buenos ejemplos.

También es cierto que no existe Estado sin impuestos por eso todos deben pagar de acuerdo con su capacidad contributiva en un esquema progresivo y simplificado para que exista más claridad sobre quiénes pagan, cuánto pagan, y sin exenciones que terminan siendo los escondites de los poderosos.

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La política no debe estar reservada solo para los millonarios o pudientes, por eso tiene necesariamente que haber una retribución.  Pero debe ser acorde a los ingresos del resto de los conciudadanos y suficiente para pagar una actividad tan eficiente en la administración de lo público que no se sienta como una carga inútil.

Para superar esta nueva grieta es necesario que los ciudadanos asuman su rol participando de las acciones públicas, interesándose por las labores de los gobernantes, conociendo las propuestas de los candidatos, y, sobre todo, votando a dirigentes que garanticen honestidad, austeridad y eficiencia en el manejo de nuestros dineros públicos. Después no vale asomar las cacerolas por el balcón.

* Periodista.