OPINIóN
Columna de la USAL

La vida: misterio, abismo y posibilidad

Es un desafío y una peligrosa acrobacia del pensamiento intentar encapsular una noción tan rica y expansiva en unas pocas palabras. Por eso invito a una lectura de ideas filosóficas.

Mujer libre
Mujer libre | Jill Wellington / Pixabay

Es un desafío y una peligrosa acrobacia del pensamiento intentar encapsular una noción tan rica y expansiva en unas pocas palabras. Por eso invito, simplemente, a una lectura de ideas filosóficas sueltas en torno al concepto de la vida humana y su valor.

La vida –cada vida humana concreta– es una realidad fundante sin la cual las demás, carecerían de “sentido”. Ortega lo expresa al afirmar que “la vida humana es la realidad radical”. Ahora bien, este pensamiento orteguiano, no es sino la traducción a un lenguaje abstracto de una experiencia común y casi trivial: darnos cuenta que sin nuestra vida todo lo demás perdería las significaciones que le atribuimos.

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Vida y misterio

Desde el siglo pasado, somos testigos de un avance voraz de las llamadas “ciencias de la vida”, marcadas por la intervención en los procesos vitales de modos que hasta hace poco sólo reservábamos a escenarios propios de la ciencia ficción. Sin embargo, nuestra reflexión sobre la vida se vuelve cada vez más confusa, surgen problemáticas éticas cada vez más extremas y nos vemos obligados a repensarnos situados en un mundo cada vez más complejo. Nuestra cultura se caracteriza por lo que podría llamarse la “desorbitación de la idea de función”. El individuo contemporáneo tiende a percibirse a sí mismo y también a los otros, como un simple haz de funciones. Funciones vitales (biológicas, fisiológicas) y funciones sociales (trabajador, consumidor, etc.) parecen definir hoy la vida humana. No es necesario insistir en lo asfixiante que resulta un mundo cuyo eje es la función, al imponer un orden social cada vez más reducido y deshumanizado. La vida en un mundo funcionalizado está expuesta a la desesperación. La esperanza, por el contrario, consistiría en afirmar que hay en el ser, más allá de lo que pueda ser inventariado o contabilizado, un principio misterioso que escapa a cualquier clasificación. La vida se muestra al hombre como un flujo, una sucesión de acontecimientos diversos, como un continuo despliegue de posibilidades; pero también como conciencia de que todo tiempo y espacio vital está enmarcado por límites. Sin embargo, todo límite puede pensarse como señal de trascendencia, de esa búsqueda humana por ser más, una sed que transmuta en apuesta vital.

“En la filosofía priman las preguntas, la escucha cuidadosa y la participación atenta”

 

Vida y abismo

San Agustín afirma la elocuente idea de que el hombre es el que está siempre, mientras vive, muriéndose. Heidegger, en la misma línea, considera al hombre como “un-ser-para-la-muerte”. Ante ese abismo existencial al que el ser humano es arrojado, puede tomar dos caminos. La existencia inauténtica, caracterizada por la evasión, la impersonalidad de los valores impuestos, determinada por la dimensión colectiva, que se refugia en la distracción y en el miedo, conduciendo al olvido de sí mismo, al abandono y a la irresponsabilidad. O bien, optar por el camino de una existencia auténtica, una existencia plena de sentido ante la muerte, que hace presente nuestro verdadero ser, revela nuestra finitud transformadora y nos abre al mundo de la posibilidad. Así, la conciencia de la muerte se nos presenta como libertad, y ella hace posible la responsabilidad ante el otro y la individuación.

¿Por qué leemos a Michel Foucault?

Despliegue, apertura, llamado. La vida es un "drama poderoso”. Tengamos como horizonte la poesía de Walt Whitman: “...no podemos remar en contra de nosotros mismos. Eso transforma la vida en un infierno. Disfruta del pánico que te provoca, tener la vida por delante”.

 

(*) Magíster en Filosofía. Directora de la Escuela de Filosofía de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales de la Universidad del Salvador.