OPINIóN
Columna de la USAL

La pandemia, nuestro futuro y la mámushka

La pertinente identificación de la crisis permite advertir acerca de previsiones necesarias y de errores inadmisibles.

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Coronavirus | Rottonara / Pixabay

Cuando cierta crisis de magnitud extensiva e intensidad relevante ocurre en el mundo, el estratega intenta clasificarla en un primer movimiento destinado a comprender su dinámica y descubrir sus efectos sobre los sistemas de vida colectivos. La pertinente identificación de la crisis permite advertir acerca de previsiones necesarias y de errores inadmisibles.

Una forma interesante de explicitar en parte los efectos de esa dinámica sobre procesos políticos y económicos generales consiste en diferenciar entre la afectación de la existencia y la evolución de los países, las empresas y los conglomerados tecnológicos vigentes al momento del impacto, para develar, tanto las consecuencias que la crisis provoca actualmente sobre cada uno de ellos, como las progresiones de escala que su ocurrencia desencadenará a futuro sobre la convivencia humana. En otras palabras, para reconocer la extensión y la intensidad disruptivas que la pandemia genera sobre los procesos de producción de poder político y económico vigentes, es necesario descubrir la dinámica de escala de la misma.

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Si tal esquema es aplicado, la ciencia económica puede destacar que, como consecuencia de la pandemia actual, los países sufrirán procesos de endeudamiento, caída del producto, menor recaudación, expansión del gasto (en salud, en fondos subsidiados y en facilidades no recuperables), en un contexto de depresión general, lo cual incidirá en desencadenar luchas por los mercados, intentos por transferir costos y disputas de valor inter-corporativas e interestatales.

El mismo procedimiento, extendido a la evolución que las empresas sufren por el imprevisto impacto, destaca, al menos en el campo occidental, el agravamiento del estado de endeudamiento generalizado previo a la pandemia, la pérdida de negocios, el stockeo de producciones desactualizadas o vencidas, la volatilidad de inversiones colateralizadas, el colapso de derivados financieros de futuro, la ruptura de fidelizaciones, la rebaja en las previsiones de acumulación y los fenómenos de sub-demanda sobrevinientes, que exigirán decisiones de reorganización de los procesos productivos con selectividad de inversiones adicionales y nuevas asociaciones (revisión de las deslocalizaciones, novedosos formatos para la logística, las transacciones y la distribución, la revalorización de activos resultantes de los procesos de securitización financiera, un progresivo aumento de la agresividad competencial, formas societarias o de holdings alternativas, la recomposición de ingresos, la recuperación de los valores de las acciones, la baja intensiva de costos, etc.).

 

 

Con respecto a la tecnología, la pandemia disparará la propensión a imponer el ansiado paradigma de la autosuficiencia técnica, es decir, lograr resultados mayores eficientes con la menor dosis de participación humana posible, para evitar un aumento de las eventualidades progresivas (y los mayores costos) de fenómenos traumáticos de carácter biológico o de reivindicación social “compensadora”, con la intención por impedir la repetición de la crisis de oferta, lo que agudizará los ensayos por parte de las corporaciones por “reprogramar” producciones mediante “agudización digital”, expresable en una más extensa informatización, autonomía y robotización de las mismas.

Estas tres dimensiones de los efectos pandémicos, aunque parciales, son suficientes para revelar: (A) la vigencia en el futuro de entornos públicos, nacionales e internacionales (incluido el nuevo escenario mundial reformado), poco “fértiles” para los negocios privados, y (B) la emergencia de una situación crítica para las corporaciones, los holdings y los fondos de inversión privados, por una ralentización de las sinergias por efecto de la depresión.

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Estos dos fenómenos representan el gran desafío para el capitalismo al exigir su adaptación en un proceso de disputa de ofertas (restricciones de mercados), pero también de baja de consumos y de ahorros por una crisis social extendida (con la lógica extinción de los restos del Estado de bienestar). En esta dinámica el impacto de la pandemia proyecta un agravamiento de la crisis del dólar y un serio problema para la vigencia del euro, enclaustrados en obsesivos procesos de expansión cuantitativa, con un efecto multiplicador entrópico para el resto de las divisas de referencia en el sistema financiero internacional.

Al enfrentar otras crisis, incluso más disruptivas que la pandemia actual, para repotenciarse y salvar su vigencia el capitalismo adoptó un procedimiento de convergencia con el Estado, generando los denominados “tipos combinados” de capitalismo público-privado. En esta posibilidad residirá gran parte del nuevo intento por relanzar los emprendimientos privados y los negocios corporativos, lo cual advierte sobre el comentado aumento de la agresividad competencial, no ya de las empresas sino de los Estados.

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Si el estratega retoma la incógnita del inicio de esta exposición y sigue la descripción realizada debería concluir que la crisis actual tiene tres características principales: a) es exógena al sistema de convivencia, b) resulta un impacto marginal sobre ese sistema, y c) tiene alcance condicionante sobre el futuro del mismo.

Exógena significa que no es provocada por un desvío o una deriva generados por el propio proceso político y económico. En otros términos, ella es un evento asistemático, eventual y externo. Marginal implica que ella no tiene un alcance derogador del sistema económico-político vigente. Condicionante destaca que esta crisis afecta de modo tal al proceso en el presente, que proyectará derivas sobre algunos aspectos de la organización del sistema en el futuro.

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El problema principal en el ámbito de la política es que las consecuencias de la pandemia agravarán la crisis de la democracia procesal en los países occidentales, replanteará la organización del espacio público y la recuperación de capacidades por los Estados, y relanzará el conflicto de hegemonía vigente entre los Estados Unidos y la República Popular China, no sólo implicando las disputas de poder real, sino intentando salvaguardar la superioridad de cada uno de los paradigmas de organización del sistema de convivencia en pugna. Este último aspecto de la pandemia demuestra su marginalidad en el sentido que los graves desvíos y distorsiones que sufre la economía y la política mundiales no surgen con ella, sino que resultan de conflictos diversos anteriores, entre los que se destacan los provocados por el capitalismo irrestricto y la tecnocracia globalizada, pero a los que esa pandemia agrava con su dinámica, proyectando condiciones adversas que suman entropía desordenadora sobre la crisis de era que afecta al mundo desde hace décadas.

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Por eso esta crisis debe considerarse una mámushka que contiene en el interior muñecas más pequeñas pero peligrosas, ocultas por una vistosa pero distractora cobertura, en un intento por confundir sus tamaños y composiciones. De todos modos, lo necesario y lo inadmisible siempre persisten supeditados a creencias, valores y contenidos culturales que exceden el marco de la ciencia, cuyo derrotero adquiere su significancia desde instancias que le brindan sustento humano y alcance comunitario. Identificar esas instancias es tan importante como ejercer debidamente la condicionalidad científica para, en esa convergencia virtuosa, evitar confusiones que provoquen un daño mayor que el causado generalmente por la ignorancia.

 

* Doctor en Estudios Europeos y catedrático de Política Internacional en la Escuela de Relaciones Internacionales de la USAL.