Son tiempos en los que están trastocadas todas las emociones, que se potencian todos los sentimientos, y el miedo ocupa el primer lugar. Miedo a la enfermedad, al contagio, a la muerte, al futuro y al mundo externo.
El miedo es natural, es una emoción primaria, como la ira, la alegría, la tristeza o le asco. Sin embargo, desde que hacemos uso de la razón nos desnaturalizan el vínculo con el miedo y nos enfrentan a una paradoja: a reprimirlo cuando lo sentimos, o nos lo generan para acotar nuestras acciones.
“No tenés que tener miedo”, o “cuidado con esto y con aquello”. ¿No tenemos que tener miedo? Eso es imposible, el miedo es parte de la vida. Incluso los animales sienten miedo. No se trata de evitar el miedo, porque muchas veces puede salvarnos.
El miedo se siente, nos advierte acerca de un peligro posible. Al miedo primero hay que sentirlo, luego prestarle atención y escucharlo, finalmente aceptarlo como una vivencia esperable y natural que nos está anunciando algo que tal vez nos puede suceder. Como las antenitas de vinil del Chapulín Colorado, el miedo es la expresión de una presencia o de una situación enemiga a nuestra tranquilidad.
Sin lugar a dudas la pandemia potenció los miedos existentes porque conectó con una enfermedad ignorada y con la muerte, la gran desconocida. Siempre el miedo tiene sus raíces en la inseguridad, en el desconocimiento, por eso el ser humano construye zonas de confort, estructuras de contención, garantías, seguridades, aunque no infalibles, le dan una sensación de que todo está bajo su control. Y en un mundo donde cada vez hay más violencias, los seres, cuando pueden, se refugian dentro de sus casas, crean sus propias murallas defensivas; aunque ese recurso termine desencadenando lo que se conoce hoy como el síndrome de la cabaña: una vida en el encierro hogareño.
Ante una vivencia de miedo real, imaginaria, o el recuerdo de algo temido alguna vez, se activa una suerte de señal y el cuerpo responde creando diversos síntomas, como suelen ser la taquicardia, la sudoración, temblores, dificultades respiratorias, náusea, dolor de estómago. A su vez, el campo mental se expresa mediante la angustia o la ansiedad. Frente a una situación de miedo, el bienestar o equilibrio alcanzado se desarma y el cuerpo y la mente expresan su descontento. El malestar o desequilibrio es a su vez una invitación a la búsqueda de un nuevo equilibrio, de una readaptación, siempre transitoria.
La lógica del miedo en tiempos de pandemia
¿Qué hacer cuando se siente miedo? No se trata de huir ni de taparlo sino de entrar en la sensación del miedo, ser conscientes de él. Habitarnos. Ingresar en la situación temida. Solo así podremos comprender y discernir si es real, imaginario o se activó por efecto de un temor sentido alguna vez. Si el miedo es real (la posibilidad de contagiarnos coronavirus, un perro amenazante, un hombre agresivo, etc.) la respuesta debe ser inmediata, cuidarnos, quizá escapar o pedir ayuda. El miedo imaginario es la proyección de la inseguridad interior y todo puede resultar fuente de temor. Y en el miedo asociado a un recuerdo bien vale el dicho “El que se quema con leche ve una vaca y llora”; sucede por cadena asociativa, un elemento del presente, la vaca, activa lo sufrido alguna vez, haberme quemado con leche. O una persona por la que se siente miedo porque tiene algún rasgo similar a otra que fue violenta en el pasado.
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A los animales les basta con vivir en la naturaleza, en cambio el ser humano construyó la cultura y sus artificios, su avance, su progreso, pero también la fuente de sus miedos y de sus angustias existenciales. ¿Para qué vivimos? La pregunta que nos separa de los animales y que nos acerca a la alienación. Se perdió la armonía con el presente para vivir en la ansiedad por la realización en un futuro que siempre fue, es y será incierto. Perdimos nuestro ser natural. La mente humana diseñó su propio mapa de miedos, incluso el más absurdo, el miedo al miedo, que suele ser el más largo y penoso. Los animales solo le tienen miedo a la muerte concreta. El ser humano se condenó con la suma de miedos que tiene más que ver con lo imaginario y con el eventual futuro: miedo al abandono, a perder el amor o el trabajo, a morir aunque no se esté enfermo.
El miedo y el mono, de William S. Burroughs
El miedo es normal, sucede. El problema es cuando se instala mentalmente como forma de vincularse con la vida, y se expande, se desborda, y se hace pánico. El pánico es un plus de miedo. Es cuando el miedo se hace tan grande que paraliza o hace que se huya de toda situación nueva que pueda romper con el equilibrio encontrado, aunque sea un equilibrio patológico. Algunas veces el miedo, como otros síntomas, es un aviso y la posibilidad de generar algún cambio. Pero se lo suele desatender, tapar, medicar.
La pandemia activó un miedo natural y primario con el que no tenemos que luchar sino aceptarlo. Es más grave la omnipotencia humana y la negación de la realidad que esa dosis de miedo al contagio, a la enfermedad y la muerte que puede salvarnos, invitándonos a cuidar y cuidarnos para que triunfe la vida.