Si bien las próximas elecciones de noviembre concentran la atención de quienes tienen que tomar decisiones de política económica, los desafíos a enfrentar luego de ellas están vigentes y no se solucionan con el mero procesamiento del resultado electoral.
Argentina viene arrastrando problemas desde hace mucho tiempo. La economía está estancada, la inflación es alta y persistente, hay una creciente proporción de la población bajo la línea de pobreza, no se genera empleo en el sector privado, que, a su vez, pierde participación relativa en la economía, todo lo cual repercute en un salario real que se contrae, problemas en las cuentas públicas (déficit fiscal y sostenibilidad de la deuda pública), entre otros. Estos indicadores están relacionados entre sí y son tanto causas como efectos de los inconvenientes experimentados. El asunto es pasar a una etapa que genere una concatenación virtuosa de desarrollo económico y estabilización de precios.
Para ilustrar la relevancia de lo señalado, un ejercicio posible, contra-fáctico, es contrastar el desempeño de nuestra economía con el del mundo. Si la Argentina hubiese crecido como lo hizo el promedio mundial en los últimos diez años, su PBI sería un 33% más alto que el registrado en 2020. En ese caso, la pobreza sería menor a la efectivamente registrada, desafectando a unos 4,3 millones de personas. Eso asumiendo una distribución del ingreso inalterada, aun cuando la actual dista de ser la ideal. De haberse mantenido la recaudación como porcentaje de PBI en los niveles previos (2010-2020) y el gasto real presupuestado para 2021, incluyendo una estimación de los vinculados a la emergencia covid-19, el Tesoro nacional registraría un superávit fiscal de 2% del PBI en lugar de un déficit de 6-7%. Ello es principalmente por un menor gasto público, nivel estimado en 9 puntos del PBI menor al actual –entre 2010 y 2020 pasó de 26% a 35% del PBI. Ciertamente, hay algunas cuestiones particulares a considerar, como, por ejemplo, los ingresos extraordinarios durante 2021 y el nivel de subsidios económicos. Además, es de esperarse que se vayan disipando los efectos presupuestarios vinculados a la pandemia y ciertas emergencias sociales. Con superávit fiscal en lugar de déficit, la deuda pública tendría un nivel inferior y una trayectoria sostenible, con condiciones de financiamiento mucho más accesibles que las presentes.
En la actualidad, nos encontramos con tensiones locales en materia cambiaria que, en nuestro país, son indicativas de inquietud por percepción de desequilibrios acumulados que presentan desafíos no menores. Ello se da aun cuando el contexto económico internacional para Argentina es favorable, tanto por altos precios de nuestras exportaciones como por tasas de interés globales muy bajas, los cuales se suman a la recepción de sumas extraordinarias, como es la distribución de DEGs (derechos especiales de giro para afrontar pagos con el FMI).
Hacia adelante, se espera que esas condiciones externas continúen siendo bastante mejores que el promedio histórico, pero no tanto como lo verificado durante este año. Además, estimando la evolución de la caja de las reservas internacionales del BCRA, es de esperar que continúe un importante superávit comercial. Sin embargo, hay vencimientos de deuda importantes a afrontar, particularmente con el FMI desde el primer trimestre de 2022.
Puesto en perspectiva, las próximas discusiones con el FMI no deberían estar en el centro de la escena per se. El mayor incentivo para rediseñar la política económica debería ser comenzar a revertir la delicada situación social, independientemente de la necesidad de lograr un acuerdo con el organismo. Ayudaría que su diseño e implementación fueran claramente comunicados a la sociedad, desde una concepción de consensos básicos sostenibles a lo largo del tiempo, entendiendo la necesidad del cambio para lograrlo, redefiniendo el paradigma que caracterizó a las políticas públicas durante las últimas décadas. Así, dar lugar a la movilización productiva de recursos, que incluya personas y empresas. La agenda es extensa y compleja, lo cual requeriría definir distintas etapas de implementación.
Con esa agenda en marcha, se podrían modificar las condiciones básicas de funcionamiento de la economía y reconstituir la confianza, motivando a personas y empresas para que, con inversiones, pasen a ser oferentes netas de divisas, y se puedan encarar planes de consumo. El diseño de un esquema cambiario acorde serviría en esa estrategia, aprovechando el nivel actual de precios relativos. Ello no solo ayuda a estabilizar la moneda y reducir la inflación, sino que también hace crecer la economía más allá de una recuperación circunstancial. Particularmente porque el punto de partida es un peso muy depreciado en términos reales según la perspectiva histórica. También, el salario real formal está deprimido producto de una economía que se achicó, habiendo registrado una pérdida del 23% entre julio de 2015 y julio de este año. Con una economía más productiva y competitiva a lo largo del tiempo, habría que fomentar mejoras en el salario real para compensar los desvíos pasados.
Ir removiendo trabas innecesarias, impuestos y distorsiones diversas que afectan diferencialmente el funcionamiento y la viabilidad de distintos sectores, y que no existen en otros países del mundo, también impulsaría ese círculo virtuoso.
A pesar del estancamiento general, existen recursos a desarrollar y movilizar, empezando por el capital humano. Tenemos varios ejemplos de dinamismo aun cuando no son infrecuentes las condiciones adversas. Están los sectores tradicionales, donde Argentina está a la vanguardia de tecnologías aplicadas –el agro entre ellos– que todavía tienen bastante potencial, condicionado a que mejoren las perspectivas. Recientemente, surgieron en el país importantes empresas dentro de la industria del conocimiento y vinculadas. Argentina es el país de origen de más de diez “unicornios” que, en su conjunto tienen una valuación de US$ 122 mil millones. Esto es casi veinte veces la suma de la cotización en la bolsa local de todas las empresas incluidas en el índice Merval. Sin embargo, los “unicornios de origen argentino” se radicaron legalmente en jurisdicciones del exterior y, en términos relativos y crecientemente, su talento también se aleja de la economía local. No generar condiciones más hospitalarias para su radicación tiene efectos que detraen el desarrollo potencial de la sociedad en su conjunto.
La transición hacia una nueva normalidad productiva es conveniente, necesaria, pero no fácil, y viene con costos asociados. Por otra parte, posponer definiciones de política y agenda económica en Argentina está resultando particularmente complejo.
*Director ejecutivo de Quantum Finanzas.