OPINIóN
Análisis

Ni un gobierno de científicos ni de CEOs: un gobierno de "buscas"

Por qué los ciudadanos argentinos viven sintiendo vergüenza ajena: proviene siempre de un mismo lado, del accionar de los políticos.

Presidente Alberto Fernández.
Presidente Alberto Fernández. | NA

La vergüenza ajena es una experiencia común a todas las culturas. En alemán la llaman Fremdscham; en inglés, vicarious embarrassment. Es lo que nos ocurre cuando nos sentimos avergonzados por las acciones vergonzosas de otros, en especial cuando esos otros no muestran ninguna vergüenza por ellas. Según nos dicen los psicólogos, es la contracara bizarra de la empatía.

Es una emoción universal, pero algunas culturas son más afines a ella. Los hispanos usamos el término diariamente y, en particular, los argentinos, podemos sentir que es una invención nuestra. Un patrimonio nacional tan propio como el dulce de leche y las cataratas del Iguazú. La política, como siempre, tiene mucho que ver en eso.

Como decía antes, la vergüenza ajena es más intensa cuando aquel que está haciendo el ridículo no se da cuenta de que es así, o finge que no es así. Como el amigo que llega al asado con unos chupines fucsias sintiéndose un galán. O como el político que, después de decir una barbaridad, hace de cuenta que no pasó nada y sigue de largo.

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Esta es una experiencia que sentimos continuamente como espectadores de la política argentina, donde un presidente está totalmente desdibujado y preso de sus contradicciones o presiones que no puede o no quiere manejar, donde la Ministra de Seguridad nacional está peleada con el Secretario de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, donde se vacuna a los amigos del poder antes que a los adultos mayores o al personal de salud. También citaron a 50 trabajadores de la salud. en el estadio de River para darse la segunda dosis, pero no había vacunas para ellos 

Donde el presidente de la UCR habló de los movimientos independentistas en las provincias cuando necesitamos más unión y menos grietas. Donde se decidió renunciar al Grupo de Lima en un gesto hacia la dictadura de Nicolás Maduro. Donde Casación Penal revocó la sentencia que ordenó enviar a la cárcel a Amado Boudou y ordenó que el tribunal del caso Ciccone dicte un nuevo fallo para indicar cómo debe cumplir su condena el exvicepresidente.

Donde se piensa más en las próximas elecciones que en reactivar la economía. Donde ahuyentamos a las empresas con más impuestos y más control y sin posibilidad de disponer de sus ganancias, donde se preconizan los planes sociales antes que la generación de trabajo, y donde las vacunas y el cuidado de la salud ante la pandemia se transformaron en un botín político.

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Un país donde se habla federalmente cuando el conglomerado sanitario está en Capital y el GBA, donde los que tienen más se van a vacunar a Estados Unidos y lo cuentan por redes sociales haciéndonos sentir Costa Pobre, donde usan la aerolínea de bandera para ir en 10 viajes para traer 3000000 de vacunas a Rusia, donde se cita a trabajadores de la salud para vacunarse en el estadio de River cuando al final resultó que no había vacunas para ellos. 

Nos dijeron que este era un gobierno de científicos, y no de CEOs, cuando en realidad no son ni lo uno ni lo otro; solo un gobierno de buscas, mientras la única perspectiva de futuro, para el común de la sociedad, sigue estando en Ezeiza. Me pregunto hasta dónde puede soportarse la vergüenza ajena, y en qué punto debemos asumir parte de nuestra responsabilidad en esto. Si hablamos de nuestro país, de nuestro gobierno al que quizás muchos no votaron (FdT 48.24% y JxC el 40.28% de los sufragios) pero que de todas maneras se supone que nos representa, ¿es vergüenza ajena o vergüenza propia?  ¿Y si nos proponemos ahora refundar el país, pensar en uno que no nos dé vergüenza? Con ideas, de medidas, de programas, de acciones, que puedan tener un cierto nivel de sostenibilidad, credibilidad y consenso.

Hoy se ve una una sensación de hastío y de desgaste en la sociedad con relación a la política que no conduce a la resolución conflictos sino a crearlos. La oposición tiene un discurso de oportunismo demagógico, juega con los problemas y aprovecha para golpear los temas solo generando más confusión. Más razones para la vergüenza ajena.


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