OPINIóN

¿Por qué odiamos al empresario y amamos al emprendedor?

La dicotomía emprendedor-empresario es falsa, ya que ambos generan riqueza y todo empresario, al comienzo, fue un emprendedor. Sin embargo ambos están inundados por prejuicios. Los empresarios argentinos deberían salir del closet y mostrar lo que sus empresas aportan a la sociedad.

Pymes
Pymes. | Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay.

Hace poco salió en el diario El Confidencial de Madrid, una nota muy interesante titulada “por qué odiamos al empresario y amamos al emprendedor”. Su autor, el periodista Marcos Lema, consultó a varios expertos de escuelas de negocios en España y destaca algunas características de la mentalidad española que, como leerán, algunas coinciden con la mentalidad de negocios en la Argentina.

En España, la imagen de los emprendedores es de unos jóvenes informales que tienen ganas de mejorar la sociedad y son vistos como héroes modernos. En cambio, la imagen del empresario es de unos ancianos evasores, especuladores, explotadores que, como toda persona de poder, son de temer. 

Los expertos consultados por Lema coinciden en que ni la educación, ni los medios de comunicación ayudan a vencer estos prejuicios. Incluso, la palabra “empresario” se usa poco allí; en su lugar, se usa negociante, banquero o capitalista. 

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También, coinciden en que la dicotomía emprendedor-empresario es falsa, ya que ambos generan riqueza y todo empresario, al comienzo, fue un emprendedor. La única diferencia es que el emprendedor aún no gana dinero y eso lo hace más cercano o aceptable para el común de los mortales. España tiene una mentalidad socialista; no está bien visto que se gane dinero o se tenga éxito. Por eso, la nota insta al empresario a “salir del armario” y a huir del victimismo exhibido frente al gobierno del PSOE.

 

¿Por qué odiamos al empresario y amamos al emprendedor?

En la Argentina, pareciera que los emprendedores no tienen tantas chances de tener éxito, tal como afirma Lema de España; por otra parte, los medios de comunicación sí usan la palabra “empresario” pero muchas veces para denominar a alguien cuya ocupación no solo es dudosa, sino también unipersonal. 

Por otra parte, a los que son realmente empresarios a veces se los denomina titular del Grupo Tal y Cual, hombre rico, familia dueña, CEO, presidente, principal accionista, director ejecutivo, aunque no sean sinónimos.

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En la Argentina, pareciera que las mismas mega-empresas llamadas medios de comunicación contribuyen, como en España, al prejuicio. Así como también contribuyen al ocultamiento del empresario y de la empresa, desviando -quizás- la mirada sobre ellas mismas a fin de sostener una imagen independiente y desinteresada. 

En la Argentina, también se podría invitar al empresario a salir del closet y mostrar lo que la empresa le aporta a la sociedad con los bienes que produce o con los servicios que presta. En algunos foros, por ejemplo, se sigue todavía discutiendo la legitimidad moral de ganar dinero o de generar riqueza. 

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Esta discusión no solo es un boomerang para el empresario, sino que da para pensar sobre su posible mala conciencia. En otros foros, se sigue todavía discutiendo si las empresas tienen que realizar lo que antes se denominaban acciones de responsabilidad social empresarial (RSE) o regirse por políticasde ESG(Environmental, Social, Governance) a fin de incrementar sus activos reputacionales y el valor de la inversión de los accionistas. 

Esta discusión no solo resulta en un ejercicio de puro narcisismo corporativo, sino que desvía la mirada del verdadero aporte de la empresa a la sociedad, esto es, su producto o su servicio: alimentos, energía, comunicaciones, construcciones, medicamentos, etc. 

Por ejemplo, la industria minera intenta concientizar acerca de cuánto de lo que nos rodea depende de la minería: el teléfono celular, la computadora, el edificio donde vivo, el ascensor, el cableado eléctrico, el auto, por mencionar tan solo algunos básicos que ni quienes están en contra de la minería dejarían de utilizar.

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¿Hay empresas que cometen abusos? Claro que sí. Algunas evaden impuestos, otras contaminan, otras sobornan a funcionarios públicos, otras no cumplen con el servicio prometido, otras no cumplen con las leyes laborales y en ellas algunos meten la mano en la lata.

¿Las empresas tienen más poder? Claro que sí. Muchas veces la gran empresa y su poder de negociación o de alianzas tiene un impacto de alcance superior al de los pequeños actores de la economía, que puede tanto beneficiar como dañar a los consumidores y a la sociedad. 

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Sin embargo, mientras se señala con el dedo a esa figura desdibujada que es el empresario, se opaca la posibilidad de ver los abusos de aquellas instituciones privadas que o bien formalmente se constituyen sin fines de lucro, o bien tienen un visible fin social como informar, proteger, educar, sanar.

La injusticia o la corrupción también pueden ocurrir en una fundación, en una obra social, en un hospital, en un club, en una agrupación, en una asociación civil, etc. 

La distinción legal entre entidad con o sin fines de lucro no es lo que califica moralmente a una organización, ni siquiera su pertenencia a un sistema capitalista o no capitalista, sino la justicia de las decisiones de sus directivos que conducen a la organización a cumplirsu promesa con el consumidor, el proveedor, el empleado, el fisco y la sociedad en general.