Los últimos resultados electorales parecen mostrar el fortalecimiento de espacios donde proliferan ideas antidemocráticas, se reproducen posturas de extrema derecha y discursos de odio. Afortunadamente, no son fuerzas que representen a mayorías, pero su crecimiento debiera dejarnos en claro que una de las consecuencias de que las coaliciones mayoritarias no se abran al diálogo es abrirles la puerta a expresiones que nos recuerdan los peores momentos de nuestra vida política. Que el economista Javier Milei, que contó con orgullo que golpeaba un muñeco con la cara de Raúl Alfonsín, o que, entre insultos, prometió aplastar al jefe de Gobierno porteño, tenga cierta relevancia habla mucho de los esfuerzos que no estamos haciendo en los partidos populares.
Hay fotos que sirven para graficar el estado de situación. Mientras una diputada electa por La Libertad Avanza se paraba victoriosa frente a sus seguidores en el Luna Park, su presentación se paralizaba cuando un hombre irrumpía en el escenario y hacía el gesto de desenfundar un arma, supuestamente para controlar a una persona del público que estaba robando un celular. Milei primero reprobó el hecho y comentó que el empleado de seguridad fue echado del estadio, aunque luego señaló que, en los estados de los Estados Unidos donde se permite la portación de armas, “la cantidad de delitos es mucho menor” porque, ante todo, siempre les puede subir un poco el tono a sus declaraciones y alimentar posiciones violentas. Esa contradicción no parece inocente.
La frase del diputado electo sonaba falsa, y lo era. El sitio Chequeado.com recopiló estudios y opiniones locales e internacionales que desmintieron semejante afirmación. Por ejemplo, una publicación de 2017 de la revista Scientific American analizaba más de treinta estudios que concluían en que “más armas están vinculadas a más delitos”, citando entre otros un trabajo del Boston Children’s Hospital y la Universidad de Harvard donde se informaba que los asaltos con armas de fuego eran 6,8 veces más comunes en los estados con niveles más altos de posesión de armas que en los que tenían menos. Y, además, que las personas que tenían acceso a armas de fuego en su casa tenían casi el doble de probabilidades de ser asesinadas que las personas que no las tenían.
Pero la noche en la que conocíamos los resultados de las elecciones de medio término comenzó un rato antes. Mediante un mensaje grabado, el Presidente convocaba al diálogo. Tal vez, al momento de dejar ese testimonio su sensación era que perdería de manera aún más contundente. Quizás, imaginaba números peores y la holgada derrota en las urnas en su interior se convirtió en una diferencia exigua que le permitiría negarla y cambiar el tono. Ya no parecía ese líder que se mostraba dispuesto a escuchar al resto cuando se dirigía a la gente que lo acompañaba, tanto en aquella jornada como en la del Día de la Militancia. Todo esto sucedió sin que, al día de hoy, tengamos el mínimo indicio de qué posición tiene la vicepresidenta al respecto.
¿Qué tan viable es conseguir consensos de esa forma? Consensos que, dicho sea de paso, son reclamados por la gran mayoría de la sociedad. Solo por nombrar una investigación reciente de la consultora Zuban Córdoba y asociados, el 81% de los encuestados se mostró a favor de un gran acuerdo nacional, al que el titular del Ejecutivo llama y dinamita a la vez. Pasemos en limpio, en cuestión de horas, la máxima autoridad del país invita a las fuerzas opositoras a encontrar una agenda en común, pero desconoce el resultado de las urnas y a figuras representativas de distintos espacios que, nos gusten o no, fueron validadas por el voto popular.
Estamos cerca de cumplir 38 años de democracia y hay una sociedad que exige responsabilidad y respeto por todas y todos. No la decepcionemos.
*Director del Centro Cultural General San Martín.