El jueves 17 de noviembre de 1966, el presidente del Comité de la Provincia de Buenos Aires de la Unión Cívica Radical del Pueblo, Raúl Alfonsín, fue detenido en su sede central ubicada en Moreno 2480.
Hacía cinco meses que habían derrocado a Arturo Illa, y desde el 2 de julio, la vieja casona de portón de doble hoja y ventanales a la calle, estaba clausurada por orden de Juan Carlos Onganía. La dictadura había comenzado un proceso confiscatorio de las casas partidarias en “cumplimiento” de la ley 16.910 de disolución de los partidos políticos.
Alfonsín ingresó –llave en mano– con una decena de periodistas y fotógrafos al patio central del comité. Pícaro, había hecho llegar a las redacciones un sobre con el sello MUY URGENTE donde citaba a los trabajadores de prensa para “formular declaraciones sobre el acontecer nacional a las 17 en punto”.
Alfonsín, modelo inagotable de coherencia y determinación
Tras estrechar la mano de cada uno de los que se acercaron, tomó nota de que los distintos ambientes estaban clausurados con fajas blancas, sellos y firmas de los oficiales judiciales. Las verdes parras y un rosal seco fueron mudos testigos de esos cuarenta minutos donde la UCRP recuperó su voz bajo un tibio sol de primavera.
“A nombre de las Fuerzas Armadas, que hasta hace poco expresaban enfáticamente su respeto por el Poder Civil, precisamente por boca de quien detenta actualmente el Poder Ejecutivo, se pretende ingenuamente decretar la muerte de la civilidad, mientras se acentúan las sospechas de que se intenta ensayar una experiencia corporativista, reñida históricamente con la libertad y el progreso”, declaró Alfonsín en el patio del caserón.
Uno de los salones estaba sin clausurar y allí ingresaron, un afiche de la campaña presidencial de Arturo Illia y un retrato de Crisólogo Larralde se sumaron como testigos. “Seguramente, para lograr la implementación de un liberalismo económico empobrecedor y antipopular, es necesario acallar las voces por las que se expresa el pueblo, para que ocupen su lugar los advenedizos de siempre en la sola defensa de los intereses sectoriales”, agregó tras encender las luces. Caminaba mientras hablaba, sabía que los minutos estaban contados y debía apresurarse.
Los periodistas tomaban nota en sus talonarios de apuntes, algunos habían llegado con retraso. Por último, el dirigente radical subrayó: “la decisión irrevocable de continuar la lucha que permita la concreción de los mejores ideales de nacionalidad, alejado de toda apetencia partidista y por encima de banderías políticas que puedan obstaculizar soluciones al ‘todo’ argentino, hasta lograr la instauración de una auténtica democracia social al servicio del hombre y el país“.
A las 17:30 ingresó el primer agente policial de la comisaría 6ta., detrás un sargento que advirtió a los presentes que quedaban “todos detenidos”. Luego, ingresó el primer oficial con una comisión de agentes y comenzó a identificar a cada uno de los periodistas y fotógrafos.
Finalmente, se dirigió al exdiputado y le preguntó quién era: “Soy Raúl Alfonsín, presidente del Comité Provincia de la Unión Cívica Radical del Pueblo, de 39 años, abogado, con domicilio en la ciudad de Chascomús”, contestó mientras cruzaba sus brazos y buscaba demorar sus palabras para alargar ese tiempo de respiro en su casa partidaria.
“Nadie puede salir de aquí”, fue la carta de presentación del subcomisario a cargo del operativo. Diez minutos más tarde, los periodistas y fotógrafos fueron autorizados a retirarse del salón. El titular de la comisaría ingresó personalmente al patio para buscar a un solitario Alfonsín, que -cigarrillo en mano- ya conocía su suerte.
Una historia con cinco golpes de estado
El característico Rambler Classic en la vereda de la calle Moreno, sus puertas traseras abiertas, dos hombres de civil a ambos lados, y el trasladado a la sede policial fueron la última imagen que tomaron los escasos fotógrafos que se llevaron la primicia. “Líder radical preso por abrir local partidario”, tituló la semanario Así en su edición del 26.
Aún faltaban seis años para que se alumbrara el 17 del Luche y Vuelve, la lluvia impiadosa, y el paraguas imborrable del hijo adoptivo. Un Perón encerrado en su exilio franquista había declarado en los días del golpe: “éste es un movimiento simpático porque se acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido al país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará. Es la última oportunidad de la Argentina para evitar que la guerra civil se transforme en la única salida”. Seis años también restaban para el abrazo con Ricardo Balbín en Gaspar Campos.
Mientras tanto, ese hombre detenido a sus 39 años, que ya había sido concejal en su pueblo, diputado provincial y diputado nacional, nunca había podido completar un mandato legislativo. Los golpes militares siempre aguaban la marcha democrática. Tuvo que ser él, en 1983, el que iniciara este período de continuidad democrática con alternancia y sin proscripciones.