OPINIóN
Política

Una crisis, por ahora, sin líderes (pero aún están a tiempo)

Los hay psicópatas, empáticos, crueles, éticos, eficientes e ineficientes. En la extraña crisis del Coronavirus, necesitamos que nuestros gobernantes se conviertan en buenos líderes.

El Presidente Alberto Fernández junto al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y el Gobernador Axel Kicillof.
El Presidente Alberto Fernández junto al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y el Gobernador Axel Kicillof. | NA

Búsquenlo en Youtube. Viviana Canosa entrevista a Sergio Berni. El cirujano y militar, acomodado en el sillón del estudio de tele, dice que hay que ir hacia una "fase cero", muy estricta y sin transporte público. Canosa se sale del guión, y expresa el hartazgo de un montón de gente: ¿sabe lo que pasa Berni, nos vamos a volver locos, ustedes nos llenaron de miedo, pero no nos empoderaron, sólo nos pidieron sacrificios y nos aterrorizaron". Berni perplejo. Berni le sugiere a Canosa tomar agua porque la ve enojada. Pero Berni entiende: "ya sé que no hay más paciencia". Y tampoco hay líderes cuando más se los necesita. Y creo que es lo que de alguna manera expresó Canosa. Alguien que le otorgue sentido al caos (porque si seguimos a los antiguos griegos, esto que vivimos es la ruptura absoluta del equilibro, el caos), que te saque de la incertidumbre, y que, sobre todo, te entusiasme con una visión y un rumbo. Hay líderes psicópatas, hay líderes empáticos, hay líderes crueles, hay líderes éticos, hay líderes eficientes y hay líderes ineficientes como los de Argentina que nunca nos sacaron del subdesarrollo. Pero la característica que todos comparten, lo que te convierte en líder es que guiás a un grupo. Lo llevás a alguna parte (mejor).

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Ese destino puede ser un delirio como el de Osho, cuando quiso crear en el medio de Estados Unidos una comunidad de seguidores que le disputara soberanía al Estado norteamericano como retrata la serie de no ficción, pero insólita, “Wild, wild, country” de Netflix; o puede ser ambicioso, dificilísimo, pero factible como el que les propuso Deng Xiaoping a los chinos a principios de la década del ochenta cuando marcó que China tenía que -al igual que lo había hecho Japón con la reforma Meiji cien años antes, caso que inspiró a Deng-, convertirse en una potencia industrial y comercial. O el destino puede ser incierto como el de De Gaulle y Churchill. Ninguno de los dos podía tener la certeza absoluta de que se iba a lograr liberar a Europa de los nazis. Pero ambos plantearon que el escenario al que había que llegar era ese. Si Churchill se hubiera quedado únicamente con un discurso radial en el que promete sangre, sudor y lágrimas Churchill hubiera sido lo contrario de un líder. Un tipo que se queja y transmite desazón. No: Churchill, no prometió en verdad eso, Churchill lo que le prometió a los ingleses fue: le vamos a ganar a los alemanes. Y nunca nos vamos a rendir, como dice la inscripción de la base de estatua del primer ministro inglés en París, a pasos de los campos Elíseos y de la casa Chanel. El primer ministro construyó su figura de líder, y se ganó el respeto de los ingleses que decidieron seguirlo, porque les dio señales de que el camino era el que proponía. Señales como sostener la alegría de estar vivo, aún en las ruinas. Churchill podía recorrer un barrio devastado y después brindar -desafiante y lleno de vida- con cerveza frente a las cámaras. Señales como responderle a cada bombardeo del maniático alemán, con un bombardeo de la fuerza área real sobre el Tercer Reich.

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Líder es una palabra inglesa. No existía en nuestro idioma. Proviene de "To Lead", que es directamente "guiar", el pastor que lleva al rebaño. Es angustiante, pero: en la crisis del Coronavirus, la más compleja y extraña e inesperada de todas las que afrontamos los argentinos, nos tocaron, hasta el momento, los gerentes, los jefes, no los líderes. El primero es el que ordena, el que administra, el que no se la juega por su equipo, el que sirve para metas concretas, reducidas, encapsuladas. El líder en cambio es el que enamora con su propuesta, al que se lo sigue no por miedo, sino por convencimiento, el que tiene una mirada mucho más integral, abarcativa y de futuro.

Tanto Alberto Fernández, como Horacio Rodríguez Larreta, como Axel Kicillof no crearon visiones propias sino que acompañaron las de otros y así construyeron sus carreras políticas. Más allá de la simpatía o no que se pueda tener por Cristina Fernández de Kirchner o por Mauricio Macri, ambos son líderes. Para bien o para mal, pero lo son. Pueden tener mil defectos de personalidad, pueden pifiarle con sus ideas y con sus planes de gobierno, pero tienen una idea de hacia donde hay que llevar a su rebaño y a qué tipo de futuro hay que llevar al país.

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El líder, por otra parte, más que atemorizar, esperanza. Por eso ojo con la sobre exposición de los infectólogos, porque pueden ser unos genios en su mundillo médico pero si algo no transmiten es esperanza. Ni ellos, ni los gobernantes que nos tocaron en esta pandemia, son (al menos por ahora) líderes. A los seres humanos, tal como explica Yuval Harari en Sapiens, nos gustan las historias. Las amamos. Son lo que, de hecho, nos diferencian -según Harari siempre- de cualquier otro animal. Las historias son ficciones movilizantes. Un país es una ficción movilizante. Un proyecto político es una ficción movilizante. Son ideas que entusiasman, que hacen caminar. Es el famoso "¿para qué sirve la utopía?", de Eduardo Galeano: para caminar. Y desde el principio de los tiempos que las interpretan los líderes.

Cuando Apple echó a Steve Jobs por varios fiascos seguidos cometió un error que iba a pagar caro: había echado a su líder. Se había quedado con los mejores gerentes, los empleados más capacitados, la junta directiva más alineada al resultado. Pero se fue el que les decía: es hacia ahí, créanme. Cuando Jobs volvió a Apple, convirtió -con sus ideas del Ipod y del Ipad y del Iphone-, a la compañía en la tecnológica más valiosa y prestigiosa del planeta. Los líderes no son buenos per sé. Incluso pueden ser nefastos, destruir un continente y suicidarse en un bunker. O fundir a un país como Alfonsín o Menem. Pero no sé de alguna crisis en la que un pueblo, o sea la organización social que sea (desde una nación hasta una empresa) haya logrado salir sin un liderazgo de verdad. Con rasgos de liderazgo. Merkel no es carismática pero es líder. Otra mujer, y sé que en Argentina es un gol en contra citarla, pero pienso en la Reina Isabel de Inglaterra, que cuando se dirigió a los ingleses al principio de la epidemia -por favor, también busquen el mensaje en Youtube-, les dijo, textual: "nos volveremos a abrazar". Esto también va a pasar, y vamos a ser felices de nuevo.

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La buena noticia es que a los líderes, muchas veces los forjan las crisis. En tiempos aciagos es donde se produce la mutación. Es lo que necesitamos ahora los argentinos. Que esa mutación, esa evolución se produzca. Y cuanto antes. Echarle la culpa a los confinados, ya sea el que abrió una pescadería o el que sale a hacer ejercicio físico con dos grados de temperatura a las nueve de la noche, no es de líder. Ese es relato de gerente. De jefe eficiente enojado, a lo sumo. El problema es que estamos en una mega crisis. “Quien sabe cuando llega la vacuna o cuando vamos a salir de esta, no se puede afirmar", esa es honestidad de científico de laboratorio. Es un apego científico a la evidencia, o la falta de. Ahora: si algo le cuesta a los científicos es ser buenos divulgadores. Por eso tipos como Paenza o Carl Sagan, son especiales. Creo que los argentinos necesitan, para atravesar este castigo de época en manos de un micro organismo, que nuestros gobernantes se conviertan en líderes: que digan, si hacemos esto, nos espera algo mejor. Al menos para que el famoso dolor que nos vienen anunciando con alma de gerentes, duela menos.