En la Argentina, las sorpresas no suceden (salvo que algo funcionara bien). Son recurrentes la mentira y el descaro de la mayoría de los personajes públicos, la falta de respeto por la vida de los demás, por los jubilados y jubiladas y, ahora también, el suplicio de las personas discapacitadas (nadie se salva de las políticas de los gobernantes de turno).
El Gobierno presentó estas elecciones provinciales como si el mundo fuera a terminar esta noche: como un gran plebiscito al gobierno nacional. ¿Qué necesidad había? El Presidente, en un acto magro de asistencia en Moreno, hizo despliegue de su capacidad rockera pero también pidió siete veces a la gente (barrabravas incluidos) que fueran a votar contra el kirchnerismo.
Son 14 millones de votantes en la provincia más poblada del país. No es poco. Pero son elecciones provinciales, o sea, problema de los bonaerenses y del actual Gobernador que no dudó en volver a usar el recurso de las candidaturas testimoniales. Estar en la boleta no para asumir un cargo, sino para confundir al votante distraído con un nombre “famoso” en la lista.
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Dar nombre a esta locura que vivimos en esta semana es casi imposible. Por eso, enumero:
1. Aparición de los audios que complican a la hermana del Presidente.
2. La Ministra de Seguridad denunció una conspiración ruso-venezolana y de medios argentinos, de la que no ofreció prueba alguna pero, por las dudas, mandó allanar las casas de los y las periodistas que no favorecen a este gobierno.
3. El Presidente consiguió una medida cautelar para que no se difundan los audios grabados probablemente por algún allegado en la Casa Rosada. Se produce así un acto de censura previa con un juez que carga sus propias causas personales.
4. El acto de Moreno se convirtió en un discurso desesperado en que el Presidente le demandaba a la gente que vaya a votar(lo). Siete veces repitió el pedido.
5. Esa misma semana dijo que sus enemigos, los K, querían matarlo y muy pocos pudieron registrar la gravedad de la noticia. Porque, para los que no lo quieren, Milei no mide sus palabras, ergo, no le prestan atención. Para los que lo quieren está muy bien que grite, que insulte, que maltrate y que no aclare los hechos de corrupción de los que acusaron a la Secretaria General de la Presidencia.
6. Se fue a Los Ángeles. Por décimo segunda vez, viajó a EE.UU. a juntarse, como dijo en su discurso, con los que piensan como él, con los que se siente cómodo (sic). Lástima que no pueda conversar con los que piensan diferente, con los que incluso apoyan algunas de sus medidas y prefiera a estafadores ya condenados.
7. La semana terminó con un rechazo al veto contra la discapacidad. ¿Los legisladores y legisladoras de repente tomaron conciencia de que todo tiene un límite? No lo sabemos. Porque la costumbre de aumentarse sus dietas no terminó.
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8. El toque final de vergüenza y asco. El troll, de cuyo nombre no quiero acordarme, insultó tres veces –con información falsa– a través de la red X (aunque medió una disculpa del Jefe de Gabinete) a la familia del senador Juez. Este apoya al Presidente, pero esta vez votó a favor de quienes sufren discapacidad.
9. La información falsa que usó este sujeto no fue aclarada por la mayoría del periodismo, que no tuvo reparos en leer y repetir el asqueroso tuit pero que, solo en pocos casos, explicó cuál era la verdad de la familia Juez.
10. Por último, nos queda la pregunta del millón: ¿qué pasará el lunes con el dólar? Más allá del resultado de la elección, en la Argentina respiramos con el dólar, porque nuestra moneda está muerta y enterrada.
Los noticieros se dedicaron a entrevistar a cada uno de los candidatos que van a votar. Preguntaron lo que no pueden responder por la veda. Hay políticos que trataron de evitarlos o que los maltrataron. Todos los canales de TV se preguntaron quién ganará. A las 18 comenzó la lluvia de hipótesis, y cuando a las 21 se dieron los primeros resultados, nadie sabía quién acusaría de fraude a quién.
Así que sí. Estos siete días fueron costosísimos. En pesos y en dolor personal. No solo por lo invertido en una elección común, sumémosle los aparatos de campaña, las encuestas y más que nada lo irreparable: el sufrimiento de las familias a las que les dieron de baja la asignación por discapacidad, a las que les quitaron el transporte especial o sesiones de terapia, sin averiguar primero si merecían o no esa ayuda.
Que Dios nos ayude, decía Néstor en 2004. Así sea.
*Doctora / Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral