OPINIóN
Estados Unidos

Joe Biden y su tiempo

Se fijó como misión crear puentes en una sociedad polarizada en torno a la desigualdad económica, la injusticia racial y las “guerras culturales”.

Joe Biden
Joe Biden | AFP

Tal como señaló Marx, los hombres hacen la historia, pero en circunstancias que no son de su elección. Aunque cuando soñaba con ser presidente probablemente haya deseado otra cosa, Joe Biden –al igual que su predecesor–será el líder de un tiempo marcado por la polarización política a nivel doméstico y el declive relativo de Estados Unidos en el escenario internacional. Intentará, entonces, dar respuestas alternativas a los mismos problemas que enfrentó –y agravó, especialmente el enfrentamiento interno- el republicano.

Durante su discurso inaugural, sin estridencias retóricas y con énfasis en la unidad nacional, Biden abordó la agenda de temas que marcarán su administración, como la pandemia de Covid-19, que ya ha dejado más de 400.000 muertos; la difícil situación económica, con una caída del PBI estimada en 4.3% en 2020 y una pérdida de 10 millones de empleos; y el cambio climático. Pero por sobre todo, el nuevo presidente se fijó como misión crear puentes en una sociedad polarizada en torno a la desigualdad económica, la injusticia racial y las “guerras culturales”. Estados Unidos vive su momento de mayor agitación doméstica desde la década del 60´, una etapa marcada las luchas por los derechos civiles, las protestas contra la guerra de Vietnam y la violencia política que terminó con la vida de líderes como John y Robert Kennedy y Martin Luther King.

Apenas asumió, Joe Biden publicó un video en Twitter que invita a "reconstruir y unirse"

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Trump se retira, pero las fuerzas profundas expresadas por su ascenso al poder -que salieron a la superficie con mucha claridad en el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero- subsisten. Allí se combinan el rechazo al multiculturalismo, el racismo que persiste en importantes sectores de la sociedad americana y la frustración frente a la creciente desigualdad y el dispar impacto de la globalización en ese país. Hay dos certezas, que dibujan el contexto sobre el cual el nuevo gobierno -y los que le sigan- deberán operar: primero, Estados Unidos es una sociedad cada vez más multirracial y multicultural (algo que Biden buscó reflejar en su gabinete); segundo, es una sociedad más desigual -las causas de ese fenómeno, desde la integración económica mundial al cambio tecnológico, se siguen discutiendo- lo cual ha llevado a un cuestionamiento profundo del paradigma neoliberal que organizó la economía desde los tiempos de Reagan. Ambas tendencias poseen un potencial de fragmentación-acrecentado por la acción de los medios de comunicación y las redes sociales- al que Biden deberá atender.

Joe Biden y las dificultades de lanzar una agenda efectiva en una nación tan polarizada

En el frente externo, Biden encabezará un nuevo esfuerzo por revertir el declive relativo de Estados Unidos; o al menos para que ese país obtenga la posición más ventajosa posible en el marco de la nueva distribución de poder internacional. A diferencia de Trump, cuyo enfoque fue agresivamente unilateralista (“America First”), del nuevo presidente podemos esperar una mayor inclinación a revitalizar los foros multilaterales y a favorecer la cooperación en temas de interés global, como el cambio climático o el control de enfermedades contagiosas. Biden buscará recuperar la credibilidad de Estados Unidos como socio y como líder. En sus primeras medidas ya dio algunos indicios en ese sentido, al ordenar el reingreso de Estados Unidos al Acuerdo de París sobre cambio climático y frenar su retirada de la OMS.

Ciertamente, para afrontar su tarea el nuevo presidente dispone de recursos de poder considerables. A pesar de los cambios en el tablero de poder mundial, Estados Unidos sigue ocupando una posición privilegiada. Es, todavía, la primera economía mundial: aproximadamente un cuarto del PBI mundial (a precios de mercado); conserva la supremacía militar: su gasto militar equivale al 38% del total mundial (SIPRI 2019) y es más del doble que el de China, y cuenta con una amplia red de bases en todo el mundo; mantiene su capacidad de innovación tecnológica; y posee un mayor dinamismo demográfico que los países europeos y la propia China. En el plano institucional, aunque es difícil predecir qué sucederá en esta crisis, a lo largo de historia su sistema político -aun con enormes dificultades- ha mostrado capacidad para renovarse e incorporar nuevos actores y demandas.

Señalamos brevemente algunos puntos destacados de la agenda externa de la nueva administración. Al tope de las prioridades está la relación con China: en los últimos años se ha consolidado un consenso doméstico en cuanto a considerar a ese país una amenaza para intereses vitales de Estados Unidos. En el contexto de una competencia estratégica que abarca diversas dimensiones, Biden intentará frenar -acudiendo a aliados como India y Japón- el avance de China en el este y el sur de Asia -hoy el escenario principal de la competencia geopolítica entre ambos países- pero también en Europa, Asia Central, África y América Latina. También intentará revertir prácticas económicas chinas que considera desventajosas para el empleo y la producción en Estados Unidos: la “guerra comercial”, aunque atenuada, persistirá. Resulta menos claro si su administración se unirá al CPTPP (antes TPP), un tratado de libre comercio en la región Asia-Pacífico que excluye a China. En su momento, el TPP enfrentó fuertes críticas domésticas; el gobierno de Trump retiró al país del acuerdo en 2017.

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Rusia es otro rival que Estados Unidos busca contener. Es esperable que la nueva administración apueste por una revitalización de la OTAN, de manera de señalar a sus aliados europeos el compromiso de Estados Unidos con su seguridad. Los esfuerzos serán bienvenidos, aunque la experiencia de Trump ha convencido a franceses y alemanes de la importancia de contar con mayor autonomía en ese terreno. También dedicará esfuerzos a contener ciberataques rusos, como los que supuestamente tuvieron lugar en la elección de 2016. Más allá de las tensiones en el este de Europa, el diálogo entre Estados Unidos y Rusia sobre otros temas estratégicos, como el control de armas nucleares, probablemente continuará. Aunque sin el peso de China y Rusia, Irán y Corea del Norte constituyen un motivo de preocupación para Estados Unidos en el terreno de la proliferación nuclear. Biden tratará de revivir el acuerdo con Irán y de ejercer mayor presión para frenar el programa nuclear coreano.

Del lado de los aliados, Europa seguirá siendo un socio vital para Estados Unidos: en un mundo en el cual el poder viaja hacia el Este, la alianza atlántica -en la cual el Reino Unido, aun tras el Brexit seguirá jugando un rol importante- será una pieza para equilibrar el poder de China y para contener a Rusia. 

En cuanto a América Latina, México, el istmo centroamericano y el Caribe seguirán siendo el foco de la atención norteamericana en la región. Inmigración ilegal y narcotráfico, pero también comercio -México es el primer socio comercial de Estados Unidos- serán centrales en su agenda. Respecto a Venezuela, un tema que se derrama sobre el conjunto de las relaciones hemisféricas, Biden (al igual que Trump) entiende que en ese país existe una dictadura, aliada a potencias rivales de Estados Unidos, y está a favor de una salida de Maduro del poder. Dicho esto, probablemente haya más espacio para iniciativas multilaterales coordinadas con países de la región y con socios extra-regionales, como la UE. Una nota final sobre Argentina: es esperable que Biden respalde un acuerdo con el FMI, y aunque haya desacuerdos parciales sobre temas comerciales y sobre Venezuela, también hay buen espacio para colaborar en áreas como seguridad internacional, cambio climático y Derechos Humanos.

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Biden, en resumen, encuentra un país y un mundo muy difíciles. Aun cuenta, sin embargo, con buenas oportunidades para impulsar una renovación de la política y la economía norteamericanas y para sostener a su país en una posición internacional prominente, aunque necesariamente más modesta que aquella con la que emergió de la Segunda Guerra Mundial. 

 

* Tomás Múgica. Politólogo, enseño en la Universidad de Palermo y escribo sobre temas internacionales en El Estadista y El Economista. Especialmente análisis globales, política norteamericana y política exterior argentina.