La democracia está frágil en el mundo. Es un planeta fragmentado con autocracias en China e India, gobiernos débiles muy diseminados, tensiones como en el Brexit, populismos, y falta de liderazgos claros en los países -a excepción de Merkel que se nos va-. Por otra parte, las instituciones multilaterales están en baja y con poca voz en el sistema, una ausencia notable del G20, que en cambio fue relevante en 2008 con la crisis subprime. Se asume que van a volver a tomar protagonismo.
Este contexto encuentra a Estados Unidos en un estado de emergencia bien concreto, después de la disrupción de los años de Trump y sus secuelas. Polarización fuerte de la sociedad -no solo por ideología, sino por raza, cultura, religión- y cuestionamiento al sistema republicano, entre lo más notorio.
Como si fuera poco, la oposición trumpiana a Biden no es residual. Setenta y cinco millones votaron a este Trump que conocimos durante cuatro años: para muchos, “impresentable” y anti-republicano; y para otros, carismático, genuino y representante de los valores de la patria y del corazón profundo de la nación.
El mismo miércoles 20 de la asunción se quiso dar un golpe de efecto con la firma de 17 decretos para reposicionar el sistema, un símbolo asociado a los valores que tiene la administración y que fueron expresados en la campaña, en cuanto a inmigración, Covid, educación, desigualdad y medio ambiente, entre muchos otros factores de trascendencia.
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El contexto macro pre-pandemia de Trump era bueno, con adecuado nivel de empleo, crecimiento y baja inflación. El Covid ha complicado el frente fiscal y la actividad, se espera una recuperación importante del PIB, supeditada a la intensidad de la segunda ola de contagios, que puede impulsar nuevos confinamientos y restricción de la oferta productiva.
La tasa de interés sigue bajísima, dato muy atractivo para el mundo que quiere endeudarse, el dólar está débil frente a las otras monedas y, a pesar de la alta emisión, la inflación también sigue muy baja porque los dólares se atesoran.
La cuestión fiscal genera muchos debates. Pareciera que el nuevo Estado en tiempos de Covid pide más refuerzos ante la emergencia. Se presume que no se va a impulsar una reforma tributaria, sino que se espera expansión fiscal de la mano de la monetaria.
En el plano geopolítico, otro gran frente está en la relación con China. Por ahora sin mayores definiciones, lo clave durante esta década será sin dudas la guerra tecnológica, con ejemplos evidentes como el 5G. En la política comercial, no parece que cambie mucho la agenda con el gigante asiático: seguirán los aranceles, seguramente con una posición de menor confrontación. No está claro si Biden impulsará una globalización comercial en estos tiempos de cierto proteccionismo en el mundo entero. Por supuesto que serán “buenos compañeros de viaje” estas dos principales potencias en el tema medio ambiente, apuntando a la reducción de emisiones, en línea con el acuerdo de París que Trump rechazó.
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Por ahora, el discurso del Capitolio fue muy enfocado en el frente interno, faltaron definiciones internacionales. A pesar que el Presidente es conocedor firme de la realidad internacional, existe cierto riesgo de que Estados Unidos “entre en boxes” para solucionar el frente doméstico, cediendo liderazgo internacional.
El equipo de gobierno de Biden parece valioso: Janet Yellen experimentada por su paso en la Reserva Federal; la Vicepresidenta-primera mujer después de 100 años del sufragio femenino que llega a la Casa blanca y candidata natural a sucederlo; el secretario de Estado con mucha experiencia internacional.
Estados Unidos debe buscar más aliados en el mundo, sigue siendo “Roma”, es la primera potencia y representa los valores de Occidente, con el 60 % del poder militar del planeta. Muchos países quieren estar cerca de Estados Unidos.
En definitiva, agenda compleja para Biden en medio de la polarización con un Trump que -lamentablemente- parce que estará activo conspirando y dominando a los republicanos. El Covid complica y mucho y, por otra parte, no es bueno que el mundo tenga recelos hacia la globalización comercial, que es fuente de prosperidad (tal como la defienden demócratas críticos como el propio Krugman).
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Estados Unidos debe recuperar protagonismo y no aislarse, China de lo contrario avanza y ocupa posiciones. Es un período trascendente el que tenemos por delante, y clave para el futuro de nuestra región.
* Eduardo Fracchia, Director del Área Economía del IAE Business School, Universidad Austral.