Ubicado al norte de Europa, Estonia, un país con 1,3 millones de habitantes y apenas 45 mil km2, lidera los índices de calidad de vida, Estado de Derecho y libertad económica en el mundo. Sin embargo, esto no fue siempre así: hace no más de treinta años pocos hubieran imaginado que el país alcanzaría alguna vez la prosperidad que hoy posee.
Tras 51 años de ocupación, Estonia consiguió su independencia de la Unión Soviética en 1991. Las décadas bajo la opresión del sistema comunista moldearon su economía en torno a la planificación central, de la cual se había vuelto dependiente. Una vez que se produjo el colapso de la URSS el país quedó devastado: la moneda carecía de valor, escaseaban bienes de consumo básicos, el sector industrial estaba en ruinas y la caída en el producto llegó al 13% en 1991. En resumen, la salida del dominio soviético implicaba que el país debía comenzar de cero en un contexto en el que los signos de inestabilidad y desorganización económica no dejaban margen para una transición gradual hacia la estabilización.
Esta situación de crisis significó para Estonia la oportunidad de transformar sus instituciones y su sistema económico. Es por esto que en septiembre de 1992, en las primeras elecciones democráticas en más de cincuenta años, la población llevó al poder a un gobierno con un decisivo programa de reformas, dispuesto a cortar en forma definitiva con el pasado soviético.
El primer elemento del programa de estabilización fue la reforma monetaria, con la creación de una moneda nacional, el kroon.
El primer elemento del programa de estabilización fue la reforma monetaria con la creación de una moneda nacional (el kroon) reemplazando al rublo y estableciendo su convertibilidad al marco alemán a una paridad fija. El Banco Central de Estonia debía respaldar la totalidad del circulante y parte de los depósitos en moneda nacional con reservas en oro y moneda convertible. Además, el Banco Central requería la aprobación del Parlamento para devaluar la moneda. Al mismo tiempo, los precios fueron liberados al eliminarse los controles estatales. La combinación de estos elementos generó confianza y dotó al país de estabilidad monetaria: partiendo en 1992 con una inflación anual superior al mil por ciento, en 1995 la inflación ya se encontraba debajo del 30% y seguiría bajando en los años siguientes.
El segundo pilar del programa fue el compromiso con un presupuesto equilibrado. Se sancionó por ley que solo un presupuesto balanceado podía ser presentado al Congreso. A su vez, un importante número de empresas estatales fueron privatizadas y se eliminaron los subsidios a aquellas que quedaron en manos del Estado. Por otra parte, el sistema impositivo fue simplificado, estableciendo un impuesto al ingreso de tasa única en vez de un sistema de escalas con tasas progresivas. El objetivo de esta reforma fue incentivar a las personas a trabajar y ganar más, de la misma forma que se hizo con las empresas, exceptuando de impuestos a las ganancias reinvertidas.
Debido a su matriz productiva heredada del régimen soviético, Estonia era altamente dependiente de las importaciones provenientes de Rusia, particularmente de materias primas y combustible. Con el declive de la economía rusa, Estonia decidió aprovechar la transición y abrirse al comercio internacional reduciendo las tarifas a las importaciones y aboliendo las retenciones a la exportación, convirtiéndose en una zona de libre comercio. Como resultado el país comenzó a diversificar sus relaciones comerciales hacia el oeste, reduciendo el riesgo asociado a la dependencia de Rusia.
Esta serie de reformas transformaron de manera radical el marco institucional y las reglas de juego de la economía del país. El gobierno estaba obligado a mantener sus gastos en línea con sus ingresos y el régimen monetario no permitía que el Banco Central emitiera dinero por encima de su demanda para financiar al Tesoro. Estos cambios junto a la reforma impositiva y a la apertura de la economía se tradujeron en la creación de nuevas empresas, así como en la llegada de inversión extranjera directa sin la necesidad de crear un régimen de beneficios especiales para los inversores extranjeros.
No hay duda de que la implementación de las reformas y la corrección de los desequilibrios no fueron una tarea sencilla. Si bien el proceso tuvo sus costos y dificultades, las reformas dieron un nuevo impulso a las personas para valerse por sí mismas y tomar las riendas de su propio destino. Bajo el comunismo, la población se había acostumbrado a que las decisiones estuvieran delegadas en los funcionarios de la burocracia estatal. Por esta razón, Mart Laar, primer ministro de Estonia entre 1992 y 1994 y luego entre 1999 y 2002, enfatiza que darle esperanza a las personas y devolverles la capacidad de tomar responsabilidad y de decidir por sí mismas fue un elemento esencial para que las reformas pudieran consolidarse y el país saliera adelante. De esta manera, en pocos años Estonia ya se encontraba en el camino del crecimiento, siendo su caso una de las experiencias más exitosas de estabilización y transición económica.
El estancamiento argentino y el conjunto de desequilibrios fiscales y monetarios que caracteriza hoy a nuestra economía evidencian que Argentina, al igual que Estonia a principios de la década de 1990, requiere de un comprehensivo programa de reformas que coloque al país en el sendero de crecimiento.
Cuanto más profundas son las transformaciones, más altos son sus costos y por lo tanto es esperable que encuentren una resistencia mayor. Pero no es menos cierto que cuanto más se atrasan los cambios necesarios, los desequilibrios crecen en número y en magnitud y más lejos estamos de alcanzar nuestro potencial. Después de todo, mantener un sistema ineficiente con un alto grado de intervencionismo y discrecionalidad estatal genera un contexto de incertidumbre que obstaculiza tanto el desarrollo de cada persona a nivel individual como el progreso de la sociedad toda.
En 1992 supo tomar la oportunidad de reformar sus instituciones y estableció un programa de reglas claras.
En 1992 Estonia supo tomar la oportunidad de reformar sus instituciones, llevando adelante un programa que estableció reglas de juego claras en el marco de un esquema que favoreció la iniciativa de las personas y les permitió desplegar su capacidad de transformar la realidad. A pesar de nuestro presente, la Argentina y los argentinos también tenemos el potencial de hacer los cambios necesarios para convertirnos en un país próspero. Comprender y estudiar experiencias como la de Estonia nos acerca a dar el primer paso para lograrlo: convencernos de que es posible.
*FREE es un think tank que defiende y promueve la libertad, la iniciativa privada y el gobierno limitado, con sedes en Argentina, Uruguay y Venezuela.