A cuarenta años del conflicto del Atlántico Sur, aprecio interesante y por respeto a nuestros muertos intentar dar una respuesta a interrogantes que –no importa con qué intencionalidad y distorsionando la realidad de los hechos– aún podrían estar arraigados en el imaginario colectivo.
Mis fuentes de información son diversas pero siempre tamizadas por mi vivencia personal, formación profesional y conocimiento de muchos de los actores. Veamos algunos de ellos:
1. No pocos califican a nuestros soldados conscriptos como “chicos de la guerra”, sin instrucción ni adiestramiento. En realidad tenían 18 o 19 años y algunos, 20. Los de nuestro adversario tenían entre 17 y 24 años. Varias de nuestras unidades de combate estaban constituidas exclusivamente por cuadros (oficiales y suboficiales), como las Compañías de Comandos 601 y 602 y la Aviación del Ejército. Otras contaban con un importantenúmero de cuadros; entre ellas, la Artillería Antiaérea del Ejército. Mi unidad, el Grupo de Artillería 3, contaba con el 60% de soldados y el 40% de oficiales y suboficiales. No solamente era determinante la edad, sí lo era el nivel de instrucción, adiestramiento y conducción de las unidades en el marco táctico, y esto fue muy dispar en nuestras fuerzas, puesto que varias concurrieron con efectivos sin la capacitación que el combate requería, mientras que los británicos contaban con soldados profesionales.
A reconocidos próceres de nuestra historia no se los llamó “chicos de la guerra”, a pesar de su edad: los coroneles Manuel Isidoro Suárez(bisabuelo de Jorge Luis Borges) y José V. de Olavarría, cada uno con 16 años, participaron en la batalla de Chacabuco, en 1817. El general Juan G. de Lavalle tuvo su bautismo de fuego a los 17 años, a órdenes del coronel Manuel Dorrego, durante la toma de Montevideo, en 1814. Con la misma edad, el teniente coronel Felipe Antonio Pereyra de Lucena (cuyo nombre está inscripto en la Pirámide de Mayo) combatió en la Segunda Invasión Inglesa, en 1807.
2. La conducción estratégica, desde el continente, al mando del general Leopoldo Galtieri (quien “se creyó el Julio César de las pampas”) y sus complacientes altos mandos, impartió órdenes reñidas con los más elementales principios de la guerra, entre ellos, el de economía de fuerzas y el de unidad de comando. Ello impuso una notoria dispersión de esfuerzos y afectó seriamente los indispensables abastecimientos de todo tipo y la operatividad misma. Me limitaré a citar uno de ellos: de los nueve Regimientos de Infantería en las islas, solo cuatro participaron en los combates en forma efectiva (RI 4, RI 7, RI 12 y el BIM 5); parcialmente dos (RI 6 y RI 25), y no participaron en las acciones tres de ellos (RI 3, RI 5 y RI 8), los dos últimos aislados en la isla Gran Malvina.
Relacionado con lo contado, es interesante expresar que un historiador estadounidense asombró a los mandos de su ejército cuando relató que “aproximadamente el 75% de los soldados de los Estados Unidos, en los Teatros de Operaciones Europeos y del Pacífico Central, en la Segunda Guerra Mundial, no hicieron fuego con sus armas portátiles durante el combate”. Por su parte, otro estadounidense, el coronel Albert Glass, ratifica lo expresado cuando afirma que los soldados de primera línea de su ejército, en una proporción del 75 al 85% por compañía de tiradores, no disparase sus armas sobre el enemigo” (La psiquiatría preventiva en la zona de combate, Military Review, octubre de 1953).
Personalmente, lo atribuyo a la falta de confianza, lealtad y cohesión entre la organización. No descarto que algo similar pudiera haber ocurrido en Malvinas, en relación a fusileros que en esas circunstancias no abrieron fuego. No me encuentro en condiciones de cuantificarlo, pero aprecio que no es inferior al 50% y en algunas unidades que concurrieron con un bajo nivel de instrucción mayor.
3. Recurrentemente se insiste en que los soldados concurrieron con ropa inadecuada para el frío, y que tuvieron que soportar temperaturas de 10 y 15 grados bajo cero. Es obvio manifestar que el clima no era primaveral, pero la temperatura más baja que soportamos solo algunos días descendió a casi 5° bajo cero. En documentales y fotos de la guerra se puede apreciar que todos disponíamos del mismo tipo de abrigo, excepto el general Mario Menéndez, que usó prendas civiles.
Hace unos años, en abril de 2012, en un programa de televisión, un conocido escritor y exdiputado nacional, presentó a tres “supuestos” veteranos de guerra en una zona que aparentaba ser Malvinas. Vestían camisas mimetizadas de verano y aseguraban que eran las que usaron en las islas y soportaron temperaturas de 15° y 20° bajo cero. Totalmente falso. Ese tipo de prendas recién se proveyó en el Ejército en 1993.
4. Con cierta frecuencia algunos aseguran que miles de nuestros hombres fueron afectados en la zona de combate por el “pie de trinchera”, afirmación que está totalmente lejos de la realidad. Del total de los 10.000 efectivos del Ejército en Malvinas, se registraron solo 245 casos (2,44%). Este flagelo afectó a los ejércitos que combatieron en el siglo pasado (Primera y Segunda Guerra Mundial, y en la Guerra de Corea) y, en extrema síntesis, se debe a la confluencia de exposición al frío (entre 0° y 10° grados), humedad e inmovilidad; y la prevención imponía disciplina personal y supervisión grupal permanente del cuidado de los pies.
Los británicos reconocieron que tuvieron problemas similares: “El largo período en el frío, la suciedad, el aislamiento del apoyo médico normal crearon problemas de salubridad. Muchos soldados se sintieron ‘agotados’ durante semanas… Con botas (borceguíes) más resistentes quizá se hubiera eliminado o reducido el problema del sabañón”; en realidad se refiere al pie de trinchera (Bailey, Jonathan, mayor de la Real Artillería Británica, Military Review, julio-agosto de 1984, pág.72).
Al término de la guerra de 1982, se comprobó que algunos soldados ingleses sacaron sus borceguíes a soldados argentinos muertos en combate, por considerarlos mejores que los de ellos. El estrés postraumático, incluido el número de suicidios, afectó casi por igual a ambos bandos.
5. Los derribos de aviones británicos se estiman en 14 o 15 Sea Harrier y Harrier, y todos atribuidos a los modernos sistemas de armasde la Artillería Antiaérea del Ejército (misiles Roland y cañones Oerlikon-Contraves); excepto uno con un misil portátil Blow-Pipe (tierra-aire), disparado por comandos argentinos. Es tan curioso como falso ver y escuchar que algunos soldados se atribuyan derribos con sus armas portátiles.
Sobre la profesionalidad de nuestras fuerzas, algunos generales británicos expresaron: “No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron era soldados tenaces y competentes (…) Hemos perdido muchísimos hombres” (Anthony Wilson, La guerra de las Malvinas, Bs. As. Hyspamérica; pág 382); “…Oficiales y suboficiales se batieron duramente.” (Julian Thompson, No picnic, Bs.As. Atlántida, pág 168).
Como en toda guerra, hubo debilidades y defecciones. “La información que ha pretendido presentar a oficiales y suboficiales como reacios a afrontar el sacrificio o el combate, es infame (…) Atribuir a los soldados una apariencia de un rebaño pasivo, dominados por sufrimientos y el miedo, es totalmente falsa e injusta” (Operaciones terrestres e las islas Malvinas, Biblioteca del Oficial, 1985, pág 323).
Finalmente, el conocido Informe Rattenbach se refiere a las fuerzas argentinas que combatieron en el conflicto: “Es importante señalar que hubo unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado. Tal el caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur; la Aviación Naval; los medios aéreos de las tres Fuerzas destacados en las islas; el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería del Ejército (Grupos de Artillería 3 y 4) y una batería del BIM 5; la Artillería Antiaérea de las tres Fuerzas, correcta y eficazmente integradas; el Batallón de Infantería de Marina 5; el Escuadrón de Caballería Blindada 10; las Compañías de Comandos 601 y 602 del Ejército y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las situaciones críticas,el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos”.
*Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex embajador en Colombia y Costa Rica.