OPINIóN
Una pandemia silenciosa

Un siglo de la insulina, gran avance contra la diabetes

Hoy se conmemora el Día Mundial de la Diabetes, lo que permite reflexionar sobre la importancia del desarrollo de la insulina, un paliativo que permite a los diabéticos llevar una vida normal, mientras la ciencia busca la cura de la enfermedad.

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Avances. Medidores de glucosa, pastillas, insulina, garantizan una mejor calidad de vida. | cedoc

Asociamos la palabra pandemia rápidamente con la actual de Covid-19. Sin embargo, la pandemia sigilosa que no tiene la atención merecida es la diabetes. Se estima que esta enfermedad alcanzará en 2049 a 450 millones de personas, aproximadamente, con consecuencias en la salud y socio-económicas tanto, o más graves que la del coronavirus.

La diabetes mellitus es un grupo de enfermedades en las que el uso de glucosa es ineficiente. La glucosa es vital para el organismo. Las causas de la diabetes son múltiples, y sus diferentes tipos tienen en común el exceso de glucosa en sangre. En la diabetes tipo 1, por ejemplo, no se produce la suficiente insulina para utilizar la glucosa.

Este 2021, se cumplen 100 años de la primera utilización experimental exitosa de la insulina. Actualmente, disponemos de diversas formulaciones de insulina, pero, para alcanzar los actuales desarrollos farmacológicos, ha corrido mucha agua bajo el puente.

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Historia. Las primeras referencias sobre la diabetes datan de 3.500 años (Egipto), en las que se describen “individuos que adelgazan, con hambre, que orinan abundantemente y con sed”. Areteo de Capadocia (siglo I AD) describió la evolución de esta enfermedad interpretando los síntomas. Celsus también la reseñó y aconsejó el ejercicio físico. Galeno interpretó, erróneamente, que la enfermedad era consecuencia de una falla del riñón. Por su parte, la medicina oriental -en el libro de Ayurveda, Susrutra (siglo III AD)- describe “personas obesas, que comen mucho dulce, y expulsan orina pegajosa que atrae a las hormigas”; y, al mismo tiempo, detalla que habitualmente afectaba a miembros de una misma familia. Más tarde, el árabe Avicena (980-1037), luego de evaporar orina de una persona con diabetes, describió “el sabor a miel de los residuos”, y detalló las complicaciones de la enfermedad.

Paracelso (1493-1541, Univ. Basilea) fue quien fundó la medicina moderna y promovió medicamentos específicos, en oposición a la creencia de la época sobre la existencia de una panacea. Este científico hirvió orina y observó un polvo blanco luego de la evaporación y, sin probarlo, creyendo que era sal, justificó la sed y abundante orina del enfermo con diabetes. Thomas Willis (1621-1725) descubrió el sabor dulce de la orina de un paciente (reportado mil años antes por Susrutra) y la llamó mellitus (del latín: miel).

En 1775, Mathew Dobson reportó la presencia de azúcar en la orina. Poco después, en 1778, Thomas Cawley observó un páncreas atrófico. Esta fue la primera referencia que relacionó a la diabetes mellitus con el páncreas.

Paul Langerhans (1867) halló en el páncreas agrupaciones de células distintas a las productoras de los fermentos digestivos. Por su parte, Joseph Von Mering y Oscar Minkowski (1889) de la universidad Estrasburgo, reportaron que luego de la extirpación del páncreas de un mono este se hinchaba, tenía sed y micción frecuente; concluyeron que la ausencia de páncreas producía diabetes grave.

El descubrimiento de las “hormonas” condujo al estudio de las relaciones entre órganos: Gustave-Edouard Laguesse propuso que los “islotes de Langerhans” eran los responsables del control de los niveles de azúcar en sangre. Finalmente, Edward Albert Sharpey-Schafer (1910) reveló que en el páncreas se produce “insulina”.

La bisagra. El hecho bisagra en la historia de la diabetes ocurrió en la Universidad de Toronto, Canadá, en 1921: se prolongó la vida de una perra con diabetes experimental al inyectarle un extracto pancreático que contenía insulina con pureza aceptable. Este revirtió la hiperglucemia (alta concentración de glucosa en sangre). Los protagonistas fueron Frederick Banting y Charles Best, en el laboratorio de John Macleod. Luego, James Collip fue clave para obtener extractos estables y puros para empleo en humanos.

La primera administración de insulina a un paciente con diabetes se realizó en 1922. Leonard Thompson (14 años/29 kilos) mejoró su estado clínico rápidamente y sobrevivió 13 años. Inmediatamente después de este hallazgo, en el Hospital General de Toronto, muchos pacientes salvaron sus vidas, luego de administrárseles insulina. Así, la diabetes tipo 1 pasó de ser una enfermedad terminal, a una condición crónica controlable.

En 1923 se extendió el uso de insulina en Europa y, Banting y Macleod recibieron el premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus descubrimientos. Inmediatamente, comenzó una producción rápida de insulina a gran escala que alcanzó a millones de pacientes.

Argentina también se destaca por sus avances. En 1923, Sordelli obtuvo insulina y Escudero la administró a una paciente. Así, comenzó la diabetología en nuestro país con excelentes resultados. Por investigaciones relacionadas a la diabetes se otorgan los Nobel de Medicina a los argentinos Houssay (1947) y Leloir (1970).

Avances. Los cambios en las formulaciones de insulina fueron revolucionarios. Las preparaciones antiguas contenían insulina de corto tiempo de acción y los pacientes requerían múltiples aplicaciones; por lo que en la década del ´30 se crearon insulinas con acción prolongada, que fueron accesibles en la década del ’40, y mejoradas a mediados del ’50 (insulina lente). 

Sanger reportó en 1955 la secuencia de aminoácidos de la insulina, que le valió el Premio Nobel de Química de 1958 y, por esto, fue posible reemplazar la insulina purificada por una sintética humana de mayor pureza. La tecnología de ADN recombinante -fines de los ’70, principios de los ’80- permitió producir insulina a gran escala, introduciendo el gen de la insulina humana en la bacteria Escherichia coli.

Más tarde, se crearon insulinas de acción rápida, y otras de acción prolongada para intervalos entre ingestas. Los desarrollos vigentes posibilitan tratamientos eficientes y mejoran la calidad de vida de pacientes con diabetes tipo 1.

Los monitores de glucosa y las bombas infusoras de insulina también son un gran avance. Sin embargo, no existe un óptimo reemplazo de la insulina “endógena/fisiológica”. Para reestablecer la acción fisiológica de la insulina esta debería liberarse en el sistema porta hepático, reproduciendo las concentraciones alcanzadas en el hígado, lugar donde ejecuta efectos importantísimos. La inyección subcutánea de insulina no alcanza los niveles fisiológicos requeridos por el hígado.

Con mayor inversión científica, continuarán los avances y mejorará la calidad de vida de los pacientes. Actualmente, como ejemplos, en la Fundación Marjorie (FuMDiab) y en el Laboratorio de Inmuno-Endocrinología, Diabetes y Metabolismo del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional (Univ.Austral/CONICET) se realiza investigación para comprender los mecanismos responsables del desarrollo de la diabetes, con el objetivo de encontrar nuevos blancos terapéuticos que posibiliten mejores tratamientos.

La ciencia ha posibilitado que pacientes con diabetes -en particular de tipo 1- lleven una vida normal gracias a la centenaria insulina, pero esta es sólo un paliativo. Y si bien aún no hemos alcanzado la cura para esta enfermedad, soy optimista de que estamos cada vez más cerca de lograrlo.

*Investigador CONICET, Laboratorio de Inmuno-Endocrinología, Diabetes y Metabolismo del Instituto de Investigaciones en Medicina Traslacional (Univ.Austral/CONICET). Profesor de la Facultad de Ciencias  Biomédicas de la  Universidad Austral.