La vida ineluctable necesita de una ceremonia última. Ella implica una despedida y un encuentro. Entre los griegos tomaba la voz de una canción fúnebre conocida con el nombre de: Lalemos. Ese nombre de una deidad griega tiene la iluminación del relámpago cuando este hiere el cielo.
Y al título de esa canción (Lalemos) solo basta agregarle la letra e, y ya tenemos: leemos. No se me ocurre otra palabra más justa para despedir a una lectora como Beatriz Sarlo.
Comienzo por los brillos relampagueantes porque en su lectura de Villa, Sarlo lectora del detalle ve la diferencia de clase entre una víctima que en su cuello luce una media medalla y un alfiler de corbata. Una diferencia de clase entre lo popular y lo aristocrático. Un elegante alfiler de oro que luce Firpo, filiado a la familia Nobleza Picardo, el jefe de Villa en su corbata y que su subordinado esconde en un cofre en un club de Avellaneda.
Este detalle delimita una manera de leer que tenía la autora marcando la diferencia de clases.
Sarlo advirtió en Villa algo que recorta y que atraviesa todos mis libros, y es esa fatalidad que encuentra en las coincidencias el hilo que atraviesa la trama de la historia.
Se extrañan esas lecturas políticas guiadas por una política de la lengua que se ocupa de manera no lineal y referencia respecto a las lenguas políticas.
Es una manera de leer donde para el lector es imposible soslayar que se trata de una lectura comprometida.
A Beatriz Sarlo la conocí junto a su pareja en ese tiempo, en los años setenta en la librería Martin Fierro cuando muchas tardes venía acompañada de Carlos Altamirano.
Los dos estaban en la revista Los libros y más tarde en Punto de vista, que eran referentes ineludibles en las discusiones políticas y literarias de ese tiempo y donde la revista Literal emergió como una diferencia, pero con interlocución con las dos revistas citadas.
Recurro a un título de Macedonio: Teorías y discusiones, no es nostalgia es un hecho histórico, aquel en que las revistas y lo que se escribía eran discusiones con palabras que sonaban verdaderas.
Sarlo entonces nunca redujo la lectura de la literatura a una experiencia de una rama de la crítica sociológica.
Se extrañan esas discusiones que proseguían en cada Sitio. Se va a extrañar su manera de intervenir en un campo en que sus intervenciones una vez incrustadas, eran una piedra en el zapato. Con lo cual, eran difícil ignorarlas y caminar sin hacer algo con ellas. Me consta. Los argumentos mutuos están escritos en más de un Sitio.