En lo que va del año, Rusia utilizó en Ucrania más artillería que toda la que utilizó la Unión Soviética durante sus primeros dos años de participación en la Segunda Guerra Mundial, entre 1941 y 1942. Este dato no solo impresiona, sino que habla a las claras de un conflicto bélico en el que nadie parece estar ganando realmente en ninguno de los terrenos. Como siempre, la realidad es más compleja que eso. Más de 30 países han impuesto sanciones sobre Moscú desde que se produjo la invasión. Rusia dejó de importar productos en una cifra superior al 50%, el mercado interno se desplomó y el país se encuentra en déficit. Sus exportaciones también cayeron, más del 90% de su gas es exportado mediante gasoductos que van hacia Europa; sin embargo, China se ha convertido, por necesidad, en su principal socio comercial y económico.
Por otro lado, ni Europa ni los Estados Unidos se encuentran precisamente en una situación considerablemente mejor. La inflación más alta de las últimas cinco décadas no tiene vistos de frenar, y, mientras Estados Unidos lleva ya tres trimestres con contracción de su Producto Bruto Interno, y entra, técnicamente, en una recesión, el panorama económico europeo no es mucho más alentador para el mediano plazo. Alemania tendrá, por primera vez desde comienzos de los 2000, déficit. Todo indica que en las elecciones parlamentarias de octubre ganará la ultraderecha de Giorgia Meloni, admiradora de Mussolini, euroescéptica y con antiguos vínculos con el Kremlin, mientras que Gran Bretaña atraviesa su mayor crisis social desde, por lo menos, los primeros años de Margaret Thatcher.
Putin afirmó no hace mucho que Rusia es capaz de aguantar un conflicto a largo plazo “como Pedro El Grande, que estuvo 21 años en guerra”, y, de acuerdo con el panorama general, no es qué tanto Rusia pueda aguantar, sino qué tanto puede Europa sostener las sanciones. Si uno se guía por las encuestas, el apoyo a la guerra dentro del territorio ruso sigue siendo mayoritario, y la confianza en el gobierno no ha caído de forma acorde con lo que se esperaba en Occidente. Para mayores problemas, en medio de todo esto, Washington decide abrir otro frente de conflicto al enviar a la tercera persona en la línea de sucesión, Nancy Pelosi, a Taiwán, lo que Beijing considera una clara provocación. De más está decir que, más allá de la tragedia en términos humanitarios, un escenario bélico que involucre directamente a la segunda potencia del mundo podría tener consecuencias inimaginables en términos económicos y comerciales a nivel global.
Tanto Vladimir Putin como Xi Jinping afirmaron que dirán presente en la próxima cumbre del G20 que se realizará en Bali, a finales de este año. Así, al menos, lo confirmó el presidente del país anfitrión, Indonesia. ¿Cómo responderá el resto de los miembros? En un contexto en el que las tensiones no dejan de emerger, ya no solo en Ucrania, sino también en otras regiones del globo, como Taiwán o el Mar de China Meridional, donde la disputa parece profundizarse día tras día, no está nada claro de qué manera actuarán. Por lo pronto, si hay algo evidente es que el mundo se encamina a un escenario bastante peor que el proyectado a comienzos de este 2022. Nunca fue tan aplicable aquella frase de Erasmo de Rotterdam: “Nadie gana una guerra.”
*Becario doctoral Conicet.