A lo largo de América Latina, el narcotráfico es un flagelo que afecta todos los países que la componen. No se trata solamente de una disputa entre criminales y policías, cuyo salvajismo ha nutrido numerosos guiones de televisión ambientados en la región. Se trata de un fenómeno que socava la sociedad y profundiza los males estructurales.
Sin embargo, y aunque parezca paradójico, la culpa no es de las drogas. Las sustancias pese a sus conocidos daños sobre la salud, no son las responsables de una toma de decisiones y estrategias públicas que, a lo largo del tiempo, ha terminado por crear más problemas que los que ha resuelto.
La situación en América Latina, aunque con importantes diferencias entre países, alude a las fallas de los Estados-Nación y a un largo proceso de solapamiento entre economía licita e ilícita. Un proceso que ocurre también en otras partes del mundo, pero que por algunas particularidades geográficas y sociales arraigó con especial virulencia en algunos países latinoamericanos y que se ve exacerbada por un régimen internacional de control de sustancias que se ha centrado en su dimensión de seguridad, sin atender a la complicidad del engranaje económico y social, mientras descuidaba el impacto sanitario y ambiental.
La prohibición asegura el alto precio y la riqueza de los criminales que trafican, a la vez que criminaliza a cultivadores y otros eslabones precarios del negocio que asumen un rol en éste, ante la falta de oportunidades dignas en la economía legal. Asimismo, incentiva la violencia por el control de los monopolios, exacerbada en contextos de impunidad y corrupción. Y tal como señalan muchos expertos de los cuerpos de seguridad, los éxitos policiales solo desplazan el fenómeno a otros sitios, así, se ha ido contagiando todo el continente.
Las cárceles latinoamericanas, en su mayoría, exceden con creces sus capacidades, llenas de jóvenes que se han enlazado a algunas de las aristas criminales del fenómeno mientras los grandes capos tienen capacidad de negociar sus penas cuando son capturados. Los muertos colaterales, a su vez, se cuentan por cientos de miles.
Por eso, urge repensar la estrategia y no es una tarea sencilla a pesar de la abundante evidencia que la respalda. En 2016 en la Asamblea General de la ONU se trató el tema de forma monográfica, el resultado fue la constatación de que no hay ni habrá en un futuro próximo consenso entre todos los países para revisar el régimen prohibicionista, gran parte de Asia y Oriente Próximo están radicalmente opuestos a una estrategia que no sea la eliminación total de las drogas.
Sin embargo, en América Latina sí hay capacidad de formular un diálogo regional. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, llevó el tema nuevamente este año a la Asamblea General de Naciones Unidas y a lo largo de toda la región se abren diálogos cada vez más potentes y mejor informados para discutir las reformas viables a la estrategia.
Paradójicamente, en una región con una integración regional especialmente frágil hay iniciativas de diálogo y aprendizaje común entre administraciones públicas y organizaciones de la sociedad civil muy potentes. Esta es la base sobre la cual es necesario buscar aliados internacionales que entiendan y respalden la configuración de una estrategia regional que aborde con una mirada renovada todos los eslabones del fenómeno y que genere herramientas adaptadas a cada problema; recursos y políticas públicas para atender la dimensión social; evidencia científica y capacidades sanitarias para atender los consumos problemáticos; procesos de educación e información para la reducción del daño y alianzas para combatir más efectivamente al crimen y sobre todo para perseguir sus ganancias.
Es necesario encontrar aliados que apoyen a una América Latina que cuestiona y emprende una reforma en el marco normativo internacional. Los Estados Unidos han moderado su oposición con la despenalización del cannabis en algunos estados, pero siguen insistiendo en las dimensiones coercitivas en la región. Europa, sin embargo, puede ser un aliado más efectivo. Tanto por su experiencia en cooperación en la región, como por su potencia en la promoción de las iniciativas de la sociedad civil. El Programa Copolad es un buen ejemplo, pero falta escalar a un dialogo político de alto nivel.
Bien es cierto que Europa ocupa buena parte de su atención en la invasión de Rusia a Ucrania, pero también tiene un gran interés en posicionarse “autónoma y estratégicamente” frente a la confrontación geopolítica entre EE.UU. y China. Es allí donde el dialogo con América Latina y la alianza para aportar vitalidad a un multilateralismo constructivo y eficaz, en el que las distintas regiones balanceen el poder global, es una buena oportunidad.
Las drogas son un tema difícil, pero en un mundo de grandes desafíos y polarización, hay pocas materias en las cuales haya mayor evidencia de la necesidad de un cambio y tantas buenas propuestas esperando ser puestas en marcha.
*Profesora e Investigadora del Instituto Complutense de Estudios Internacionales, Universidad Complutense de Madrid. Red de Politólogas - #NoSinMujeresr (@emaropi)