La pandemia es un fenómeno global, que tiene respuesta nacional. Afecta y amenaza a toda la humanidad, como sucedió con al peste negra, que asoló Eurasia en el siglo XIV, como la viruela como pandemia endémica entre los siglos XV y XIX, la gripe española en el XX a finales de la Primera Guerra Mundial y el sida entre fines del último y comienzo del XXI, que también fue endémica.
Con el mundo más globalizado de la historia, la mundialización del coronavirus se hace más intensa y extendida. Pero la respuesta es “nacional”. Son los gobiernos de cada país los que determinan y ejecutan las políticas. Aun en la región del mundo más integrada, como es la Unión Europea, las respuestas han sido muy diferentes en los distintos países, como también son diferentes los niveles de infección y letalidad.
La búsqueda de la vacuna que impida que el virus se transforme en “endémico”, es decir que existe en forma permanente, es un objetivo que busca toda la humanidad. Pero a medida que transcurre la pandemia, se ha ido transformando cada vez más en emprendimientos nacionales, como está sucediendo con el conflicto por la hegemonía tecnológica y la carrera espacial.
Vemos cómo la pugna entre EE.UU. y China por el predominio global, en lugar de atenuarse durante la pandemia, se ha exacerbado.
EE.UU. acusa a China de ser la causa del desastre humanitario que se ha desatado y la última dijo que las tropas estadounidense desplegadas en Asia fueron las que la llevaron a esa región.
La administración Trump acusa al gobierno chino de ocultar información y de “hackear” los avances científicos de los laboratorios estadounidenses en la búsqueda de la vacuna. China, a su vez, acusa a su rival de buscar el monopolio de la vacuna para acentuar y reforzar su política para mantener la hegemonía global.
Pero esto sucede también en otras partes del mundo. El presidente Emmanuel Macron informó que si el laboratorio francés Sofi comparte sus avances con un laboratorio estadounidense con el que tiene un acuerdo, el gobierno se lo va a impedir. La decisión del presidente francés ha sido respaldada por la Unión Europea, la que previamente a la irrupción del coronavirus ya venía desarrollando una política para impedir que empresas “estratégicas” fueran adquiridas por países extranjeros, y en particular por China.
La controversia planteada en torno a la actuación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es otra muestra de la “nacionalización” que generó la pandemia.
EE.UU. anuncia que suspende su aporte a la organización por ser un “instrumento” de China y no exigirle una investigación específica sobre el origen del virus. Una treintena de países acompañan la denuncia estadounidense.
El conflicto se expande. Australia exigió información a China y esta respondió suspendiendo las compras de cebada.
En la crisis Taiwán, con buenos resultados contra la pandemia, pide ser aceptada como “observador” en la OMS. China tiene el apoyo suficiente en la comunidad internacional para impedirlo y EE.UU. no para lograrlo.
La actitud de los gobiernos de presentar la amenaza como proveniente del exterior, lo que en gran medida es cierto, cerrar fronteras y suspender vuelos para protegerse e imponer el confinamiento, para enfrentar la amenaza, deja huellas en la sociedad. Estas van a incrementar un mundo menos globalizado, política y económicamente, en el cual instrumentos multilaterales se van a debilitar y las potencias globales y regionales, a actuar en función de sus objetivos nacionales y no de un mundo más solidario y cooperativo.
Es que esta “nacionalización” de las políticas frente al coronovirus y esta escalada en la punga entre EE.UU. y China durante la extensión del mismo no irrumpen en forma sorpresiva, y hasta la búsqueda de la vacuna es afectada por ellas.
En definitiva, un mundo más egoísta no es inevitable si los líderes nacionales apuestan más por la cooperación que por el conflicto y la competencia.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.