—Marcabas que incluso en los regímenes más autoritarios existe el intento de legitimarse afirmando que son repúblicas. El significante “democracia” sigue siendo valorado.
—Es particularmente interesante. En los años 30, en los 40, había un proyecto alternativo a la democracia liberal: el fascismo. La democracia se veía como una forma decadente, que debía ser superada por este modelo superior. En los 60 en América Latina la Revolución Cubana inspiraba a la juventud. Se buscaba transformar el orden político en una dirección revolucionaria. También ahí la democracia liberal se veía como decadente y burguesa, sin futuro. Curiosamente, la experiencia autoritaria llevó finalmente en América Latina, y en el resto del mundo, a revalorizar la importancia de la democracia liberal a partir de fines del siglo pasado. Hoy tenemos en el mundo más democracias liberales que en cualquier otro momento histórico. Aun teniendo en cuenta que hubo regresiones y erosiones, estamos en el momento histórico con el mayor número de democracias en términos de largo plazo. Esto muestra que hay una revalorización del concepto democracia, pero no de su funcionamiento. La democracia es un orden político muy valorizado, aunque es muy frágil. Requiere acuerdo entre elites políticas. Implica que los actores políticos están dispuestos a perder el poder, cederlo, y están dispuestos a confiar en que el próximo grupo que lo asuma no los excluirá, que no adoptará políticas irreversibles.
—Tanto China hoy como en su momento la República Democrática Alemana se legitimaban utilizando la palabra “democracia”. Son legítimos, pues la votación es como una encuesta y ellos, a través de los medios tecnológicos, saben lo que quiere la población más que nunca. Afirman que hay una discusión semántica de por medio.
—Es una discusión vieja. Ya durante la Guerra Fría había un contraste entre democracias populares y occidentales. La lucha por la apropiación del concepto de democracia existió desde hace mucho. Lo que vimos a partir del fin de la Guerra Fría es que la idea de democracia se consolidó. El consenso que en general comparte la ciencia política es el de democracia como combinación de elección popular mayoritaria combinada con frenos y contrapesos, con elementos de respeto por el Estado de derecho que añaden este componente liberal. Las democracias son las repúblicas liberales de masas.
“Los resultados de Chile demuestran el nivel de incertidumbre de su sociedad”
—¿Por qué en Chile hubo manifestaciones hace dos años, una Constituyente en la que gana el Partido Comunista y pocos meses después, en la primaria, el Partido Comunista sale cuarto y quien gana en la primera vuelta José Antonio Kast, de la extrema derecha?
—Se combinan diversos factores. Es un momento de gran insatisfacción social con el sistema político y el rendimiento del Estado, aun cuando en perspectiva comparada funciona muy bien. No consiguió cumplir la promesa que la democracia chilena representó para buena parte de la población. Hay un malestar subyacente que hace que los votantes busquen algo nuevo. Ese algo nuevo es ir contra la elite. A eso se suma algo característico de la situación chilena, que por mucho tiempo el sistema de partidos chilenos parecía muy estable. Eran los mismos partidos y coaliciones de izquierda y derecha los que competían por el poder. Pero la conexión de esos partidos con la sociedad se fue erosionando cada vez más. Los partidos se desconectaron de sus bases sociales. Por eso hay una gran movilización social en Chile. Hay malestar y desconexión. La sociedad busca hacia dónde ir. Los resultados demuestran la incertidumbre.
—¿La invariable sería el cambio, representado por el Partido Comunista, la extrema derecha o un Pedro Castillo con su sombrero en Perú?
—Exacto. Este patrón lo vemos en buena parte de América Latina y también en Europa del Este. Buena parte de los sistemas partidarios en Europa del Este están en un flujo permanente. Todo el tiempo surgen nuevos partidos que denuncian la corrupción que a su vez resultan insatisfactorios. Pierden las elecciones siguientes y surge un nuevo partido liderado por una figura carismática que promete atacar la corrupción. Parece ser un patrón de todas las democracias.
“Hay un conflicto estructural entre los Poderes Ejecutivos y los medios de comunicación independientes que pueden investigarlos”
—Se acusa a los medios de ser parte de ese proceso destituyente o desestabilizador. En la época de la dictadura, se cuestionaba a la Sociedad Interamericana de Prensa por no haber criticado a las dictaduras. Más hacia aquí es el caso de Lula e incluso Bolsonaro con la Globo o, en la Argentina, el kirchnerismo con Clarín como significante de todo el periodismo profesional. ¿Hay algún componente de responsabilidad de los medios en esa inestabilidad? ¿El periodismo latinoamericano es más de centroderecha y el de Estados Unidos es más progresista?
—No importa si el periodismo aparece frente a los políticos como conservador como en América Latina, o aparece como progresista de izquierda como en Estados Unidos. Hay un conflicto estructural entre los Poderes Ejecutivos y los medios de comunicación independientes que pueden investigarlos como para crearles problemas. Es algo que trasciende a la ideología del medio. Sucede en todo el mundo. También en Argentina. Todos los gobiernos en algún momento tienen alguna crisis con Clarín y el periodismo profesional. Si bien es un conflicto muy natural, no es natural que los gobiernos utilicen los recursos del Estado para crear medios de comunicación aliados, como sucede en Hungría, o para socavar la autonomía de los medios de comunicación comercial. Aun cuando sean problemáticos, el uso de los recursos del Estado para socavar a los medios termina por debilitar la democracia.
Lea entrevista completa de Jorge Fontevecchia a Aníbal Pérez-Liñán, en este link.