—¿Estamos viviendo en Chile un cambio generacional, más allá de lo ideológico o lo estético?
—Esa pregunta tiene mucho sentido. En 2013, en el libro Renovación & reemplazo, sostenía que los partidos políticos tradicionales, los de la transición, tanto de centroderecha como de centroizquierda, los partidos que fueron los principales representantes de los chilenos y chilenas desde los 90 en adelante, si no se renovaban internamente, si no daban un proceso de recambio generacional sobre todo a sus liderazgos, los hijos, e incluso nietos de esos dirigentes iban a conformar vehículos electorales propios y los desafiarían. De alguna manera sucede ahora. No deja de ser llamativo y no sé en cuántos países ocurre. Hablar de generaciones siempre es un poco arbitrario. Sus miembros no tienen necesariamente una misma visión de las cosas. Pero comparten una cierta experiencia sobre el planeta y el país en el que viven. Miran las cosas con un prisma similar. Pasamos de presidentes baby boomers, como dice el marketing gringo, Michelle Bachelet, Sebastián Piñera, la generación nacida en los 50, a un presidente como Gabriel Boric, nacido a finales de los 80, un millennial. Nos saltamos a la generación X. Quienes nacieron en los 60 o los 70 nunca llegaron a conducir procesos que terminaran en el Palacio de Gobierno. Gabriel Boric representa a la generación que adquiere conciencia política en democracia. No es posible dirigirse a ellos diciendo que si peleaste contra Pinochet, tenés superioridad moral, porque no tienen ese punto de comparación. Son muy críticos de sus padres. Seguramente gobernará con esa generación. Incluirá a gente un poco mayor, es lógico, pero su núcleo duro, sus pares, están en su situación. Es un cambio de ciclo. Se acaba la secuencia Bachelet/Piñera/Bachelet/Piñera.
“La elección de Chile no fue entre comunismo y fascismo.”
—¿Hay algo edípico que se dio más exacerbado en un contexto conservador?
—Es un buen punto. Tanto los partidos de centroizquierda como los de centroderecha fueron igualmente negligentes en producir, auspiciar y promover procesos de renovación generacional. El Partido Socialista, por ejemplo, fue dirigido por la misma generación activa y presente para el golpe del 73. En el 88 ya era una generación madura cuando echaron a Augusto Pinochet. Gobernaron al partido más importante de la centroizquierda chilena durante 25 años. Recién se permitió que la nueva generación accediera al poder cuando sus integrantes ya habían pasado los 50 años. Me refieron a quienes participaron a las luchas contra Pinochet. Cuando aparecen los de 2011, muy jóvenes, de veintitantos años, quienes lideraban las federaciones universitarias a principios de 2010, se dan cuenta de que si querían participar dentro de la institucionalidad de los partidos, deberían esperar tres décadas. No se produjo un recambio interno, a diferencia de lo que ocurre en otras partes del mundo. Allí hay mayor castigo al fracaso electoral de una generación. En Inglaterra, si el Partido Laborista pierde dos elecciones seguidas, se espera que la generación que viene desafíe a la perdedora. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con Tony Blair. Lo mismo del otro lado. Cuando Blair con Brown llevaban 12 años apareció la generación de David Cameron. En Chile nunca ocurrió eso. La generación de Sebastián Piñera es especialmente perdedora. Perdió el plebiscito del 88, perdió cinco presidenciales, siete parlamentarias, seis municipales y siguió en primera línea. A ellos les gusta hablar mucho de la competencia. Pero aquí lamentablemente no había mucha. Los que venían después, la generación X, fue infantilizada. Cuando llegan los nietos y adquieren conciencia política en democracia, el desafío es más intenso.
—¿Como una olla a presión, cuanto más se la detiene, reacciona con mayor fuerza?
—Es mi impresión. Si los partidos tradicionales son un territorio acogedor, con puertas abiertas, competencia leal, promoción de nuevos, se transformarán en un lugar hacia el que confluyan las nuevas generaciones talentosas. Si hago política en una universidad norteamericana, entiendo que hay dos culturas: los demócratas y los republicanos. Llegado el momento, cuando me toque competir en las grandes ligas, deberé elegir uno de los dos. En ambos hay procesos de renovación interna que permiten que personas como Barack Obama lleguen al poder muy jóvenes. En Chile, además, cambió el sistema electoral. Esta generación que se venía preparando para desafiar a los padres tuvo su ecosistema institucional que le permitía entrar al Congreso. Fue la reforma de 2015. Hay factores sociológicos y hay factores institucionales. En Chile las generaciones jóvenes vieron que los partidos tradicionales eran territorios hostiles. Si esto no hubiese sido así, Gabriel Boric hubiera entrado a estudiar Derecho a la Universidad de Chile a sus tiernos 18 años, y se hubiera afiliado a la Juventud Socialista. Habría seguido ese tronco histórico, el de Salvador Allende. Pero como era un territorio sospechoso, estos jóvenes optaron por la construcción de buques propios. Tuvieron razón.
—¿Se parece a la gerontocracia de la Unión Soviética por la imposibilidad de trasponer la barrera generacional?
—También sucedió en Uruguay. Lo interesante es que en Chile no siempre fue así. Los Eduardo Frei Montalva, Salvador Allende e incluso Augusto Pinochet tuvieron ministros y colaboradores muy jóvenes. A principios de los 90, a la generación que dominaba la política chilena, la de Sebastián Piñera, Andrés Allamand, Evelyn Matthei y Alberto Espino, se le llamaba la “patrulla juvenil”. A los “coroneles de la UDI”, el partido más de la derecha, se les llamaba coroneles, pero todos tenían menos de 35 años.
—La política de un país la hacen los dirigentes, pero también la constituye la cultura de los poderes permanentes. Hay una continuidad, una invariable, de los poderes fácticos. Tampoco se percibe el cambio generacional en esos poderes empresarios y culturales.
—Pasó algo muy interesante. La generación de los hijos, no los nietos, la que hoy tiene entre 47 a 59, la que votó en el plebiscito contra Pinochet, sentía que los héroes eran sus padres. Que sus padres eran los Bruto y Casio matando a César. Sus padres estaban con las manos ensangrentadas, en términos figurados, después de haber derrotado al dictador. Como sus padres eran héroes aún, sus hijos no entraron a la política. Muy pocos entraron en la política porque no les disputarían el poder directamente. Hay un documental de Marco Enríquez-Ominami, candidato eterno en Chile, también de esta generación, que se llama Los héroes están cansados. Muestra esta perspectiva. Esta generación se dedicó a los medios de comunicación. Fundó canales de televisión y proyectos culturales. Fue muy destacada en términos literarios. Gran parte de las expresiones culturales más valorada es fruto de su creación. Fue una generación particularmente talentosa. Gran parte de los rostros de televisión más reputados en cuanto a credibilidad son de esta generación. En los 90 eran jóvenes, y ya tienen canas. Pero no entraron en la política. Los poderes fácticos tuvieron muchas dificultades para poder entender qué diablos es el Frente Amplio y quiénes diablos son estos muchachos. Infantilizaron tanto a sus hijos que un día aparecen estos nietos subversivos. Y tienen pocas claves para poder entender qué pasa. Les dicen que leen a Thomas Piketty, a Yanis Varoufakis, que siguen a Mariana Mazzucatto. Mientras que los señores mayores en realidad se quedaron con Friedrich Hayek, Milton Friedman y John Maynard Keynes. No salieron de ahí. Los cronistas que hacen análisis político en los medios tradicionales pertenecen a la vieja guardia. Tienen dificultades para descifrar las coordenadas de este nuevo mundo.
“El triunfo de Gabriel Boric está vinculado a la fuerza política cultural y estética de la munición de 2011.”
—¿Pinochet detuvo el reloj en Chile, como Francisco Franco en España, que también devino en un jovencísimo Felipe González?
—En Renovación & reemplazo digo que algo pasó en el 73. Pinochet puso en pausa de manera muy dramática la actividad política. Una vez que se retomó en el plebiscito del 88, la primera línea de los elencos que derrotaron a Pinochet y que organizaron el plebiscito, que condujeron la campaña por el no, eran los derrotados del 73. Lo mismo pasó en España. Hay una frase de Enrique Correa, un famoso lobista en Chile, que fue vocero de Patricio Aylwin, el primer presidente democrático después de Pinochet. Correa debe tener hoy 70 años. Dice: “La mía es la generación que más ha estirado su permanencia en el escenario público de la que se tenga memoria”. Muy joven tuvo los sueños revolucionarios de los 60. Luego, participó en el gobierno de Allende y vio cómo caía la democracia en forma cruenta con el golpe de Pinochet. Fue oposición a Pinochet e hizo política en la clandestinidad. Se organizó para derrotarlo, ganó el plebiscito. Volvió la democracia, entró al gobierno, se transformó en funcionario, en ministro, en embajador y hasta hace poco se seguía mencionando su nombre para varios cargos. Hubo un momento crítico que ocurrió justo antes de las movilizaciones de los jóvenes en 2009.
—¿La posibilidad de ingreso de más sectores a la universidad generó la revuelta de 2011?
—Indirectamente. Son cosas multicausales. El triunfo de Gabriel Boric está vinculado a la fuerza política cultural y estética de la munición de 2011. Y 2011 tiene parte de su combustible en el endeudamiento universitario. También el endeudamiento se explica porque hubo nuevos sectores en la universidad.
—Entrevisté a Ricardo Lagos. En el exilio, cuando fue rector en una universidad en la Argentina. Contó que en Chile las universidades privadas se vendían a más de 2.500 dólares por alumno, como las empresas telefónicas o el cable. Era un negocio rentabilísimo porque, con la subvención estatal, terminaban siendo pagas.
—El aval del Estado es la clave. El crédito se llamaba CAE: Crédito con Aval del Estado. Se hace un screening financiero y se dan cuenta de que solo puedo pagar el 25% de la carrera. Para el 75% restante adquiero un crédito, con aval estatal. La universidad no pierde. Recibe al alumno, lo educa bien o mal sin pensar demasiado en el mercado laboral. Esa fue otra de las discusiones de 2021. No sé realmente cómo funciona en Argentina. Pero muchos de los que estudiaron en la Universidad se encontraron con que la promesa de que un título te iba a transformar automáticamente en parte de la burguesía o de la pequeña burguesía de alguna manera no se cumplía para todos. En muchos barrios en Chile se percibe que funcionó, pero en muchos otros casos, no.
“En Chile las generaciones jóvenes vieron que los partidos tradicionales eran territorios hostiles.”
—Como no hay que devolver el dinero, en Argentina, la promesa se tolera. Es diferente si a eso se suma una deuda.
—Por eso los planes para reformar este sistema tienen que ver con que la devolución de créditos sea contingente, con período de gracia y condonación. Una serie de políticas de reformas.
—Quizás hay un eco en las revueltas del Chile de hoy en las protestas universitarias de Argentina de principio de siglo.
—Hay una ironía de todo esto. La educación no fue un tema de esta campaña. Siempre hay cinco temas calientes en la elección a los cuales hay que referirse sí o sí. La educación lo fue en las campañas anteriores, pero no en esta. Digo paradójicamente porque Gabriel Boric comienza en las movilizaciones. Hoy, el tema previsional obligó a un joven como él a dedicarle mucho más tiempo a cubrir ese problema que el endeudamiento educativo. El segundo gobierno de Bachelet tomó la propuesta de los jóvenes en materia de gratuidad universitaria. Esa fue la plataforma con que ganó en 2013 y su gobierno efectivamente dio pasos agigantados hacia un sistema de gratuidad universitario. El 70% de los chilenos estudian con gratuidad. Fue mérito de Bachelet. Parte de la demanda fue procesada y absorbida parcialmente por el sistema. Temas como las pensiones o la salud y las clásicas como seguridad pública, inmigración, en los que la derecha usualmente es más fuerte.
—Jacques Lacan podría decirte que la verdadera presencia es la presencia de la ausencia. Quizás la mera presencia del candidato denotó el tema. Otro tema con el que también hay eco en Chile es el éxito económico. Algo parecido a lo que sucedió en Argentina, que a comienzos del siglo pasado llegó a ser la octava economía del planeta en producto bruto per cápita, pero no se distribuía y eso generó el peronismo. ¿Es una socieda exitosa para generar riqueza y no tanto para distribuirla?
—En los años 90, la narrativa en Chile era que teníamos políticos y empresarios de excepción. Políticos austeros que no robaban y empresarios innovadores. Se exportaba vino y tecnología. El empresariado chileno tenía virtuosidad. Estaba muy presente la idea de que para redistribuir había que crecer. La combinación ganadora que la Concertación tomó, sin cuestionar, de la dictadura es crecimiento económico por un lado y focalización del gasto social por otro. Crezcamos, agrandemos la torta y después mejorará la calidad de vida de quienes más lo necesitan. El país pasó de un 40% de su población viviendo bajo la línea de la pobreza al 10%, el número que había cuando se fue Pinochet en el 89.
“Salvador Allende y Augusto Pinochet tuvieron ministros y colaboradores muy jóvenes.”
—En ese sentido fue exitoso.
—Un país así es digno de observación. Tan errada no fue la combinación. Se creó una clase media muy precaria. Sin los más pobres y los más ricos y se analiza los 8 deciles del medio, te vas a encontrar con una meseta bastante plana. Lo más probable es que Chile ya haya entrado en una etapa de necesidad de universalizar. También lo reconoce mucha gente de derecha. Gran parte de las ayudas en tiempo de pandemia fueron prácticamente universales. Decía que en los 90 los empresarios y los políticos gozaban de muy buena reputación. Se pensaba que la elite estaba a cargo de un proceso que redundaría en beneficio de todos. Hay que ser muy mezquino para no reconocer que en muchos sentidos esto resultó relativamente bien. Algo se quebró con el descalabro reputacional de las instituciones y los elencos. Se descubrió que los empresarios no eran tan virtuosos como parecían, que evadían impuestos. Que los políticos financiaban ilegalmente su campaña. Se quebró ese espejo en el que todos nos queríamos mirar. El estallido social de 2019 instaló lo que Nietzsche llamaría una inversión de valores. Los poderosos de siempre, los patricios, como que representaban lo bueno, lo noble, lo alto, los valores positivos pasaron a ser lo peor. Volvió a tener un lugar preponderante la palabra “pueblo”. Durante 35 años la palabra pueblo no existió. Fue reemplazada por “ciudadanía”. El pueblo se percibió como virtuoso. Dejó de ser lo abyecto, lo bajo, lo mísero. Pasó a representar las virtudes morales. Judea contra Roma, decía Nietzsche en Genealogía de la moral. Roma eran los patricios; Judea, los pobres. En el estallido social Judea se impone sobre Roma. Impuso también una narrativa plebeya. Un amigo mío argentino me decía que esto había ocurrido con Perón: la plebeyización de la política. Esto no pasó en Chile desde el 73. Se puso a los patricios en el banquillo. Apareció un discurso populista en el sentido no peyorativo. Hablo en sentido académico. Y desde allí se acusa al establishment de haber secuestrado los beneficios del progreso.
—¿Qué hará Kast en ese escenario? ¿Este empate que hay entre derecha e izquierda en el Congreso lo llevará a tener espíritu colaborativo? ¿Hubiera ganado hace dos años en pleno apogeo de Trum?
—Puede ser. Kast fue cambiando su discurso. El original era más integrista religioso. En 2017 se transformó en una anticorrección política contra los progres, más como Javier Milei, agregando este elemento antiglobalista, antiinmigración. Pero sobre todo en la segunda vuelta, tanto Boric como Kast se moderaron. Siguieron el manual. El Kast en segunda vuelta ya no era negacionista del cambio climático, ya no hablaba de dictadura sanitaria, ni de la dictadura gay para hablar de los derechos de las disidencias sexuales. También se moderó. También puede ser que como el resultado fue inapelable, no había mucho espacio. En general, tratamos de dibujar a nuestro adversario como monstruo moral. Nos facilita la vida. El maniqueísmo nos facilita la vida, nos evita disonancias cognitivas. Lo sucedido en la noche electoral fue interesante. Permitió que por primera vez en mucho tiempo, desde ambos bandos dijeran que quizás el otro no era tan malo. No digo que terminen la crispación o las fake news. No sucederá que todos se tornen amigos. La política no es eso. Kast seguramente conducirá el proceso de rechazo a la nueva Constitución. Trabajará sobre el referéndum de salida porque el proceso constituyente chileno tiene un plebiscito ratificatorio una vez que la Convención Constitucional termine su trabajo. En principio se pensaba que sería obvio que la respuesta era sí. El plebiscito de entrada fue de 80 a 20. Pero la propia convención quedó un poco radicalizada. Hubo algo excesivo desde lo performático y estético a lo que no estábamos acostumbrados. Poca formalidad en un órgano representativo. Su prestigio bajó y no está tan seguro que triunfe el plebiscito de salida. No es carrera corrida. Kast aprovechará cada blooper, cada error de la convención, para transformarlo en un plebiscito sobre Boric. Y las lunas de miel de los presidentes duran cada vez menos, y este es un elenco joven, inexperto, que por primera vez entra al gobierno. Doy por descontado que cometerán errores lógicos. Kast intentará capitalizar su votación conduciendo la campaña por el rechazo del plebiscito de salida. No estoy seguro de que vaya a ser el líder de la derecha en los próximos años. Sucedió otras veces que el que queda en la pole position, como dicen los automovilistas, encuentra que su posición se difumina. No es obvio que la derecha chilena haya girado más hacia la derecha. Es cierto que no le fue bien a la derecha más liberal, cosmopolita, centrada, moderada, democrática, civilizada, como le gustaría decir a Vargas Llosa. Pero no descarto que pueda volver por sus fueros.
—En la Argentina hubo mucha repercusión de las declaraciones anti-Kast de nuestro embajador Rafael Bielsa, que además fue canciller. Es una persona que trasciende la actividad diplomática y es un político muy reconocido.
—Esta nunca fue una elección entre fascismo y comunismo. Esa fue una manera en la que los sectores más polares caricaturizaron al adversario, para minimizar las disonancias cognitivas. Que el villano fuese lo más claro y prístino posible. Es cierto que había comunistas en la campaña de Boric. También que había neofascistas en la campaña de Kast. Pero no toda la gente que votó por uno u otro, ni todo el comando, ni toda la gente que rodea adscribe a estos modelos tan propios de la dinámica del siglo XX. Así como desde un lado asustaban con “Chilezuela”, del otro lado decían que esto iba a ser como la distopía de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, esta distopía ultraconservadora donde las mujeres no iban a ser dueñas de su cuerpo. Lo de Bielsa tiene que ver con eso. Es una simplificación del adversario. Algo que hacen los actores políticos. El rol de los intelectuales es mirar las complejidades. Y en esta elección hubo complejidad.
—¿Lo sucedido en Chile se puede explicar por el contexto chileno? ¿O el corrimiento al centro o centroizquierda puede tener que ver con la pandemia? Se da un proceso en que Lula eventualmente vuelva en Brasil, nuevamente el partido de Evo en Bolivia, la centroizquierda o la izquierda después de 48 años volviendo a gobernar Chile. ¿Se da también algo a nivel regional?
—Puede ser. Los fenómenos políticos en la región usualmente vienen en olas. La primera ola de populistas, Getulio Vargas, Juan Perón, Lázaro Cárdenas, tenía coincidencias ideológicas claras: eran antiimperialistas, promovían la industrialización interna. La segunda ola llamada neopopulista, neoliberal, de Carlos Menem, de Alberto Fujimori en Perú, de Fernando Collor Mello en Brasil, también tenía coincidencias ideológicas. La tercera, la marea rosa, de Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, y los Kirchner en cierto sentido también tuvo acuerdos. Nunca sentí que Lula fuera realmente parte de esa ola. Creo que era algo ligeramente distinto. Lo mismo Daniel Ortega. Boric fue muy duro con Ortega. Representa a un tipo de socialismo libertario que considera que la izquierda debe ser antiautoritaria. Hay aspectos evidentes del proyecto bolivariano, chavista, y claramente del proyecto de Ortega en Nicaragua, que son antitéticos a la lógica política de Gabriel Boric.
—Lula nunca podría ser considerado antirrepublicano ni antiinstitucional, como Hugo Chávez. Hay un Lula que todavía se corre más hacia el centro. El kirchnerismo tampoco nunca fue como el chavismo. En Bolivia hoy Evo es una figura podríamos decir mítica, pero su partido fue, desde el punto de vista fiscal, muy de centro y ortodoxo. Pienso más en un populismo corrido hacia la socialdemocracia.
—Estoy contigo. Nadie en el entorno de Boric sugeriría cambiar la Constitución para quedarse un período más. Si lo hiciera, al día siguiente quedaría separado en su función. Es otro tipo de izquierda que inspira a estos muchachos del Frente Amplio. Perdón por llamarle muchachos, pero es la primera vez en mi vida que un presidente es más chico que yo. Como cuando los futbolistas dejan de ser mayores que tú y ya empiezas hablar de los chicos. Estos muchachos siempre vieron a José Pepe Mujica en el Frente Amplio uruguayo como un faro. Mujica es la gran autoridad moral política para el Frente Amplio chileno. También en el continente. Seguido muy de cerca por Lula. Y con los Fernández, con los Kirchner, con todo ese mundo, también hay una relación política evidente. Mucho más de la que podrían haber tenido con Kast. No es que fuera antiargentino, pero es un nacionalista de manual. En cambio, Gabriel Boric es capaz de hablar de la Patria Grande en un discurso.
—¿Gabriel Boric está más cerca de Michelle Bachelet que de Salvador Allende?
—Uf, o a medio camino. En su juventud coqueteó mucho más con una vida guerrillera, que no le tocó. Nada más lejos de la vida guerrillera que la abúlica vida en la urbe santiaguina de fines de los 90, o principios de los 2000. Pero le gustaba esa mitología del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que atentó contra Pinochet. Pero se trata de un sueño más bien adolescente, una fascinación. Se juntó en Francia con el asesino del senador Jaime Guzmán. Siempre quiso entender qué ocurrió ahí. Parte de mí cree que le habría gustado incluso participar. Le atrae la idea del Che básicamente.
—¿Sebastián Piñera quedará como representante de una época negativa de Chile?
—Parte importante a la izquierda, y especialmente la generación de Gabriel Boric y la más chica que no tuvo a Pinochet, que no sabe realmente qué es la represión, trató de pinochetizar a Piñera. Esta generación tuvo su Pinochet, entendiendo que las condiciones cambian. De alguna manera lo pinochetizó. El mismo Gabriel Boric le dijo a Piñera que no van a cejar los intentos de llevar los crímenes cometidos en el contexto de estallido social, la violación a los derechos humanos, a tribunales internacionales. Ahí Piñera no puede dormir tan tranquilo. El día de mañana va a algún país y un juez original como Baltasar Garzón lo detiene.
—Como la famosa clínica de Londres donde fue Augusto Pinochet.
—Lo digo medio en serio, medio en broma, pero no lo descarto. Piñera está en una situación muy compleja, personal y familiarmente, porque ya no puede salir a ningún lado, en ninguna parte. Quizás en el futuro se recuerde un buen manejo de la pandemia o la regulación de los fondos de pensiones. Uno siempre romantiza el pasado. Tuvimos entre Bachelet y Piñera un ciclo ininterrumpido de 16 años, la llamo la era Caburga, porque ambos veraneaban el lago Caburga, en el sur de Chile. Lo interesante del ciclo Caburga es que ninguno de los dos fue capaz de dejar su coalición en mejor estado de la que lo encontró. Las dos veces que gobernó Bachelet, su coalición se fue al tacho. De hecho, esta vez su candidato ni siquiera llegó a segunda vuelta, Sebastián Sichel. Siendo figuras tan tan excluyentes, en sus respectivos mundos, la centroizquierda y la centroderecha, de su generación al menos, no fueron capaces de invertir en la salud institucional de sus coaliciones. La aparición de Boric es testimonio del fracaso de unos y de otros.
“En Chile aún hay temas en los que estamos todos de acuerdo, más allá de las diferencias políticas”
—Cuando se había recolectado el 70% de los votos escrutados, hubo una teleconferencia entre Sebastián Piñera y Gabriel Boric, en que ambos fueron gentiles. El presidente saliente señaló su espíritu de colaboración para la transición. Algo que en la Argentina no es muy usual. Pero a eso siguió una chicana, cuando Boric dijo: “Espero hacerlo mejor”. ¿Es sólida esa transición institucional chilena?
—Nos enorgullecemos de eso. No es que pase inadvertido. Hay momentos en que, independiente de la posición política, todos estamos más o menos de acuerdo. Nuestros procesos electorales son ejemplares. Nadie se roba la pelota. El perdedor reconoce y en general hay hidalguía. Juan Antonio Kast, durante la primera vuelta, puso en práctica un guion bastante similar al de Jair Bolsonaro o de Donald Trump. Mucha gente estaba asustada de que a la hora de las definiciones pasáramos un susto parecido al de los norteamericanos hace poco. Las tradiciones, hasta las más hermosas y republicanas, en algún momento se rompen. Vimos a esos energúmenos asaltando la Casa Blanca. Nadie ponía las manos en el fuego por José Antonio Kast. Actuó con una enorme hidalguía. Y el ganador Boric dijo que agradece y va a construir con todos. Pareciera ser parte del acervo, de los ritos republicanos de Chile. En tiempos donde las pasiones están tan desatadas se está tentando el desastre. No creo que hayamos sido capaces todavía de exorcizar la violencia del repertorio de las conductas humanas. La sabiduría de los pueblos consiste en canalizar productiva, positiva y pacíficamente los conflictos sociales. El estallido social chileno es una de las pruebas de fuego más fuertes que vivió nuestra generación. No vivó el golpe y era muy joven cuando derrotaron a Pinochet en las urnas. Por lo tanto, el estallido es el momento en que mi generación estuvo más cerca del abismo. Independiente de que las razones que lo motivaran fuesen justas o no. El mundo político no sabía cómo decodificar lo que pasaba. Cómo conducirlo. Nadie estaba muy seguro de que terminaría en buen puerto. Boric fue capaz de sobreponerse a su tribu más intensa en pertenencia ideológica. Abrió un camino en el proceso constituyente.
Contribuyó a abrir ese camino y que sepulte definitivamente a la de Pinochet. Fue una manera admirable de conducir el proceso político, a pesar de ir por una cuerda floja. Boric debe pensar: Me doy por satisfecho si logro entregarle la banda presidencial en cuatro años al próximo presidente o presidenta, apruebo la nueva Constitución, hago una o dos reformas relevantes, no mucho más, se consigue el objetivo. El Congreso está empatado. Por tanto, trato de contener la crisis económica, de no entregar un país más fracturado del que está. Pedir más que eso con las condiciones actuales y la dificultad para gobernar, me parece utópico.
“Las protestas educativas de 2011 fueron el primer cuestionamiento a la ideología neoliberal de Pinochet”
—En Argentina tenemos, a diferencia del resto de América Latina, una situación con la educación pública muy particular. La universidad es gratuita. En la Ciudad de Buenos Aires, 80% de la población pasó por lo menos un año en la universidad. Vimos la lucha que se dio en Chile por el costo de las carreras. ¿Las manifestaciones de 2011, la falta de la posibilidad de acceso a las universidades germinó en el año 2021 y tiene su maduración once años más tarde?
—Es un buen punto. A estas alturas el relato supera con creces lo estrictamente educacional. Todo ocurrió a partir de las dificultades para pagar los créditos. Desde un punto de vista objetivo, las clases menos acomodadas no acceden a la universidad en Chile. Pero no porque no tengan: no está dentro de su horizonte. O abandonaron el colegio antes, o los puntajes que se exigen son más elevados. Los manifestantes del año 2011 eran de una clase media endeudada por la universidad. Debían pagar créditos una vez que salieran. Contaban con ellos. Pero después, los intereses hacían que se transformara en una mochila muy pesada, en una deuda permanente. Los padres también apoyaron a sus hijos en estas movilizaciones estudiantiles que corrieron la aguja. Estudié en la universidad unos años antes que esta generación de estudiantes, y lo más osado que pedía la izquierda era arancel diferenciado. Que cada uno pagara de acuerdo con sus capacidades. En mi mente no cabía que en Chile se pidiera educación universitaria universal. Sentía que estábamos pensando como en Finlandia. Uno no piensa siempre en el caso argentino. Me llamaba la atención que un país relativamente pobre en el contexto global pudiera darse el lujo de pensar en que más allá de derrotar todavía el 10% de pobreza que nos quedaba, estuviésemos hablando de pagarle la universidad a la gente y no de buscar un crédito más blando. Estos jóvenes cambiaron la mentalidad e instalaron un nuevo sentido común: la universidad no puede ser un bien de consumo. Lo interesante no es lo que hicieron en materia educacional, sino que fueron capaces de cuestionar por primera vez, con una narrativa ideológica clara, el modelo de Pinochet. No sé si llamarle neoliberal, no liberal. La idea de que el tamaño de tu billetera determina el acceso a los bienes y servicios. Si tienes una billetera abultada, accederás a la mejor salud, educación y transporte. Si es de medio calibre, irás a los particulares subvencionados. Si tú tienes una billetera escuálida, confórmate con lo público: salud, educación y transporte público. Estos muchachos en 2011 dijeron que vivíamos en una lógica perversa. Algunas áreas de la convivencia social como educación o salud en que el mercado no sea lo determinante. Como diría Michael Sandler, debe haber áreas en las que el dinero no compre todo. Como no se compra el lugar en la lista de los trasplantes o en el Registro Civil para sacar el pasaporte o cédula de identidad. Lo que importa es el orden de llegada. A todos nos tratan igual. No es un aeropuerto donde se paga por entrar antes a la cabina. Es una cuestión de ciudadanía. Hay que pensar un modo de vivir en que la gente no esté eternamente segregada según capacidad de pago.
—¿Fue la pica de Flandes que puso en marcha todo lo demás?
—Es mi impresión.
—¿Que solamente pudieran estudiar los ricos no era una forma de mantener el statu quo conservador?
—No es que solamente podían estudiar los ricos.
—Ricos o clase media que se pudiera endeudar.
—Lo que pasa es que los gobiernos de la Concertación en los 90 tuvieron que tomar una decisión estratégica. No fui parte y, por tanto, no los puedo juzgar retrospectivamente. La decisión que tomaron los gobiernos progresistas o de centroizquierda de los 90 fue ampliar la cobertura. La decisión que tomaron los gobernantes de esta centroizquierda fue prestar el dinero. Si alguien quisiera estudiar Derecho en la Universidad O’Higgins o Medicina en la Universidad Andrés Bello, Ingeniería en la Universidad de las Américas se le prestaba el dinero. Pero había que pagar el crédito, en cuotas y un aval del Estado. Ahí surgió una cantidad de problemas. La opción del Estado chileno fue crear masa crítica, que no sea solamente para ricos.
—Quizás, semánticamente, deberíamos decir los no pobres.
—Los pobres no estaban estudiando no porque no tuvieran capacidad. El crédito se le daba a cualquiera que estuviera adentro.
—En el lugar más pobre de la Argentina, el conurbano bonaerense, el 80% de los estudiantes son primera generación de universitarios.
—Acá fue igual. Cuando hablo de los más pobres ni siquiera estoy entrando a la pregunta sobre su capacidad de endeudamiento. Hablo de aquellos que no terminan el colegio y tienen pocas herramientas para las pruebas de selección universitaria.
Producción: Pablo Helman, y Natalia Gelfman