#PeriodismoPuro es un nuevo formato de entrevistas exclusivas con el toque distintivo de Perfil. Mano a mano con las figuras políticas que marcan el rumbo de la actualidad argentina, Fontevecchia llega a fondo, desmenuzando argumentos y logrando exponer cómo piensan los mayores actores del plano del poder. Todas las semanas en perfil.com/PeriodismoPuro.
—Gorbachov salió del comunismo haciendo reformas políticas, mientras que Den Xiaoping salió del comunismo haciendo reformas económicas. ¿Por qué China tuvo más éxito que Rusia?
—Hay algo básico que la gente debería entender, que es algo contradictorio, y eso es que el ingreso per cápita en Rusia, hoy, es significativamente más alto que en China. Pensamos en China como una gran historia de éxito económico, y pensamos en Rusia como una gran crisis. Sin embargo, Rusia tiene un ingreso per cápita mucho más alto que China. ¿Cómo se puede armonizar esto? China vivió una rápida transformación: de una pobreza rural a una afluencia urbana. Eso fue una enorme transformación, la más rápida de la historia. Un gran éxito para Deng Xiaoping. La historia de Rusia fue diferente. En 1991 el país se independizó y ya era una sociedad urbana y una economía industrial, pero no una economía industrial urbana exitosa. Rusia era un Rust Belt,‒cinturón industrial, un complejo industrial militar con ciudades ocultas que no aparecían en los mapas, lugares en Asia central alejadísimos de los mercados mundiales, construidos por la paranoia del sistema stalinista, sin viabilidad económica. China se encontró en una fase de construcción, de 1978 hacia adelante, y Rusia en fase de reestructuración. Construir suele ser más fácil, uno comienza desde cero. Hay que tener políticas sólidas, buenas ideas y bastante suerte durante un largo tiempo, y China lo tuvo. Rusia tuvo problemas porque la reestructuración significa que muchas cosas deben caer para que otras surjan. Lo más difícil fue desarmar ese complejo militar industrial, porque era el núcleo del sistema de planificación central stalinista. Eso fue violento y traumático, en medio de la pérdida de la propia URSS, porque el pueblo, especialmente los rusos soviéticos, estaban orgullosos de su imperio. Ese trauma fue muy grande. Luego fui testigo y protagonista de un hecho político importante, cuando Gorbachov estaba en el poder y dijo: “Necesitamos cooperación, una relación abierta entre Europa y la URSS que se extienda desde el Atlántico hasta el Pacífico”. Una visión idealista que apoyé. Pero ciertos políticos de mi país tenían una visión diferente, que era: “Ganamos, tú perdiste: ahora pagarás el precio y tomaremos el control”. La idea de los neoconservadores de Chaney, y la de varios presidentes desde entonces, era extender la OTAN a Hungría, Polonia y la República Checa.
—Europa del Este.
—Sí, para luego ir al Báltico y extenderla a Georgia y Ucrania. Putin se sintió acorralado. Eso era la anticooperación. Era dominación occidental, y por lógica reaccionó de una manera dura en Ucrania. Mi interpretación, desde la perspectiva rusa, es que ellos no aceptarían el cerco de la OTAN. China fue inteligente y dijo: “Somos parte del sistema internacional; no peleamos con nadie, solo queremos ganar dinero y desarrollarnos”. Las relaciones con EE.UU. eran buenas, los mercados estaban abiertos, y China se desarrolló muy rápido, mientras que Rusia se quedó con un conflicto que comenzó hace ya más de diez años y se volvió muy serio. Ahora los estrategas de Estados Unidos ven a China como una amenaza. Y dicen: “China está en tres rankings de amenazas a nuestra seguridad”. Es nuestra nueva doctrina, de hecho. Están los terroristas; los “países rebeldes”, con Corea del Norte e Irán encabezando la lista, y las “potencias revisionistas”: China y Rusia. Esta es la visión de los líderes de la seguridad estadounidense, que quieren conservar su dominio en el mundo. Una doctrina peligrosa, porque en nuestro mundo dominar significa provocar conflictos. Mi país siempre se orienta hacia el conflicto, porque muchos estadounidenses piensan: “Somos el número uno del mundo y queremos seguir así; y si hay una potencia revisionista como China, hay que detenerla”. Pero China es demasiado grande para ser detenida. Y si China fuera “detenida”, eso implicaría una enorme confrontación. Y por último: ¿qué significa “revisionista” para estos derechistas norteamericanos? Quieren decir “esos países que no aceptan a EE.UU. como líder, quieren un sistema multipolar”. Bien: coincido con ellos. No creo que EE.UU. sea el único líder mundial.
—Su recomendación a la Rusia poscomunista fue: “Empiécese con el abandono de la intervención estatal, libérense los precios, promuévase la competencia en la empresa privada, véndanse las empresas estatales tan rápido como sea posible”. ¿Volvería hoy a recomendarle lo mismo a un país en la situación de aquella Rusia?
—En realidad, no recomendé eso de vender empresas estatales lo antes posible. Lo que dije fue que Rusia debía pasar de una economía planificada centralizada a una economía de mercado; debía liberar los precios, promover la competencia y corporativizar sus empresas, ponerlas bajo el imperio de la ley. En el sistema estatal estaba la Agencia Central de Planificación.
—La Gosplan.
—Pero cuando la Gosplan fue eliminada, esas empresas se quedaron sin gobierno. Por eso dije que necesitaban una junta directiva, una estructura legal y un marco contable. No creía en una venta rápida porque pensé que todo sería corrupto, y no era mi responsabilidad asesorar en privatizaciones. Me mantuvieron lejos de eso, porque yo no estaba a favor de lo que ellos hacían. Solo asesoré en la macroeconomía, cómo controlar el déficit presupuestario y cómo negociar con los países occidentales sobre finanzas. Mis recomendaciones no tuvieron éxito porque EE.UU. rechazó todo lo que les recomendé. Quería que Occidente fuese más cooperativo. Mi visión siempre ha sido la de una economía mixta. Soy socialdemócrata, filosófica e ideológicamente. Creo en un dominio fuerte del Estado, junto con un dominio fuerte de los mercados. Mi economía favorita es Suecia, no soy partidario del tipo de visión neoliberal.
—¿Cómo cree que debería ser la salida de Cuba del comunismo? ¿Cuál es su idea para el futuro?
—La realidad para Cuba es que enfrenta un embargo y una hostilidad por parte de Estados Unidos que lleva casi sesenta años. Serán sesenta en 2019. La mentalidad estadounidense durante un siglo ha sido la de dominar. Cuando el país se independiza, una de las primeras cosas que se hicieron en los años 1820 fue la doctrina Monroe, “América para los (norte)americanos”. “Manténganse alejados”, les dijeron a las potencias europeas. Eso fue de una soberbia enorme. A partir de 1898, el país pasó a ser una potencia al capturar un pequeño imperio en Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, y aún tiene la colonia de Puerto Rico, que yo no llamaría colonia, pero el Congreso la tratan como si lo fuese. Abandonó a Cuba en 1901, pero con la enmienda Platt, decía cosas como: “Decidiremos sobre tu política, dirigiremos tu país como queramos, acatarán nuestra política exterior y nos quedaremos con la bahía de Guantánamo”, que Trump acaba de ratificar como propia. Es interesante. Trump dijo: “Debemos quedarnos con Guantánamo”. ¿Les preguntó a los cubanos? Porque es parte de su territorio… pero no para la mentalidad estadounidense. Castro fue una afrenta tan grande a la hegemonía norteamericana, que nunca pudimos superarlo como país. Cuando llegaron los anticastristas y armaron la poderosa base política de Florida, eso también fue decisivo para los votos en el Congreso. Y así estamos luego de sesenta años, sin haber eliminado las barreras comerciales. Nunca nos hicimos responsables por el bloqueo, solo seguimos haciéndoles demandas. Esto hace imposible que Cuba se ajuste, porque ellos quieren la soberanía. Recuerdan cuando los marines intervenían, se acuerdan de Batista, de la época de corrupción de los años 50 con los casinos, el juego y la hegemonía del mercado estadounidense. Los cubanos no quieren eso. Así que estamos en un punto muerto. Estuve en Cuba el año pasado y me reuní con académicos cubanos, no con el gobierno. Deberíamos tener talleres, estudios sobre cómo reintegrar la economía cubana. Cómo avanzar, cómo abrirnos a un tipo de cambio unificado y a la inversión, sin abusos. Pero es imposible con las políticas de hoy, con estos derechistas agresivos, señalando con el dedo, acusando, tan ignorantes de la historia.
Leé la entrevista completa de Jorge Fontevecchia acá.