—¿Sigue pensando que la grieta nació esa madrugada de julio de 2008 con su voto no positivo ante la resolución 125?
—Sí. El país no había transitado tantas divisiones. Si bien siempre existieron confrontaciones entre peronismo y radicalismo, estuvieron más concentradas o bajo el entorno de los espacios políticos, no del entorno de la ciudadanía. La grieta va más allá de la diferencia entre partidos políticos: se expande hacia la sociedad misma. Ahí la Argentina comenzó a dividirse y no logramos superarlo. Tampoco hay muchos esfuerzos de los espacios políticos para tratar de cicatrizar. Se especula que lo que más conviene es aceitar la grieta. Estamos muy lejos de encontrar un marco adecuado para confluir y consensuar las políticas necesarias. Después del último año, me parece que la gente empieza a sentir la necesidad de calmar los ánimos.
—¿Ese momento fue causa o consecuencia? ¿Fue el epicentro de algo que se venía gestando de abajo hacia arriba?
—Néstor Kirchner marcó un estilo de gobierno para afianzar su autoridad. Veníamos de una democracia muy débil después de la caída de Fernando de la Rúa. Estaba el “que se vayan todos”. Y una forma de consolidar poder era tener un adversario. Pero ahí se catalizó y se expandió este fenómeno social que en el conflicto con el campo se expresó en su máxima potencia. Luego se mantuvo en otros niveles de la sociedad. Hasta hoy perdura el tema con el campo, a partir de las últimas medidas del Gobierno. Quedan resabios de ese viejo conflicto. Parece que el kirchnerismo no puede superarlo.
“La gente empieza a sentir la necesidad de calmar los ánimos.”
—Fue parte de la fórmula presidencial con Cristina Kirchner y luego su partido acompañó a Mauricio Macri en Cambiemos. ¿Qué balance hace usted de estos últimos 15 años?
—El radicalismo superó los errores y desencuentros. Es cierto que gran parte del radicalismo, sobre todo el radicalismo que gobernaba, los gobernadores y la mayoría de los intendentes, adhirieron a este proceso de concertación quizás con el anhelo de que se cumpliera el objetivo de aquella alianza que se vio frustrada entre el radicalismo y parte del peronismo, que fue el Frepaso. Fueron todos, salvo el gobernador de Chaco, Roy Nikisch. Lo que faltó fue un acuerdo institucional partidario. Si bien los partidos no estaban muy organizados, se habían afrontado las elecciones como un proceso interno, como si fueran unas PASO, en el que el peronismo podía llevar distintos candidatos. No había esa organización, pero el radicalismo aprendió, porque es un partido más institucional. En la segunda etapa, en el segundo acuerdo electoral, había dos posturas. Hubo una convención partidaria y perdimos. Perdimos, pero acatamos. Nos avinimos a fortalecer ese espacio electoral. Fue nuestra experiencia en ambas coaliciones.
—Con Néstor y Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Parece contradictorio.
—Kirchnerismo y peronismo son conceptos bastante amplios. Nuestro espacio apostó por lo que era el Frente Amplio UNEN, el espacio que aglutinaba al socialismo, los partidos de Pino Solanas, de Margarita Stolbizer y el radicalismo. El radicalismo es un partido que va de la centroizquierda hacia el centro. Para los que estaban en el centro era más factible acordar con el PRO. Tuvimos arduas discusiones, pero decidimos apoyar lo que resolviera la convención. Luego mantuvimos nuestra postura, tratando de encauzar lo que no iba por el lado correcto. Marcamos diferencias con decisiones de algunos ministerios o del propio presidente Macri.
—¿El PRO se está corriendo hacia la derecha y puede generar mayor incomodidad en los radicales progresistas como usted?
—Más allá de las posturas de ciertos dirigentes, hay un PRO más radicalizado, con una postura muy definida, a veces hasta agresiva como oposición. Hay otra parte que quiere acordar, que incluye un amplio consenso, como lo discutimos en su oportunidad. Habrá esos matices, halcones y palomas. Eso se trasmitirá al proceso electoral. Le van a traer complicaciones a la figura que pueda liderar, que es Horacio Rodríguez Larreta. Es el caso, por ejemplo, de Patricia Bullrich y María Eugenia Vidal, que aparentemente decidieron competir en el mismo distrito.
—¿Con cuál de las dos se siente más identificado?
—Con Vidal. Y con Horacio Rodríguez Larreta, con lo que representó Rogelio Frigerio. Estoy en ese rango, pero dentro de un partido que es el radicalismo.
“El radicalismo es un partido que va de la centroizquierda hacia el centro.”
—En un reportaje de esta misma serie, el intendente de San Isidro, Melchor Posse, que competía en la interna del radicalismo, dijo que su partido había sido servil con el PRO durante la gestión de Cambiemos. ¿Coincide con una definición tan fuerte?
—No fue un gobierno de coalición, sino una alianza parlamentaria. No hubo la representación en el equipo de gobierno del radicalismo que todos esperaban. Las personas que designaba Macri eran sus allegados, no quienes propondría el radicalismo. Son las reglas de juego. El PRO ganó la primaria. Había que acompañar. Después pudo haber diferencias, pero en líneas generales el que se juega el pellejo es el gobierno. Puede consultar, tratar de consensuar, pero en definitiva el pellejo lo pone él. En un proceso interno se busca quizás una excusa para diferenciarse. Pero en toda coalición, el que gana conduce. Nos tiene que servir de experiencia para ver en qué terminos celebramos acuerdos electorales. Especialmente de cara a 2023.
—Marcaba que en Juntos por el cambio hay un ala de halcones más de derecha y otra más progresista. Un sector conservador histórico en la Argentina. De la misma forma que el ala progresista. En el caso de la alianza de gobierno, se encuentra con el peronismo tradicional y con el kirchnerismo. En realidad, hay dos coaliciones y cuatro tendencias. Si fuéramos al modelo europeo habría directamente cuatro partidos que harían distintas alianzas legislativas. Al tener el sistema presidencialista es necesario que las alianzas sean previas a la elección para construir una forma de bipartidismo. ¿Se pueden romper las alianzas? ¿Sería algo beneficioso?
—Existen las diferencias que usted marca. En el caso del Frente de Todos, la conducción política la ejerce el kirchnerismo. Nuestro espacio está más horizontalizado, porque no gobierna el PRO. Siempre sostuve que una oposición fuerte le hace bien al gobierno de turno. Se lo controla y exige más. Al constituirse como alternativa futura, se genera algo sano. Los dos espacios haremos ese análisis de la conveniencia o no de seguir, pese a las tensiones. Intentaremos dirimirlas internamente. Para eso estarán las primarias. No veo posibilidad de fractura ni en el Frente de Todos ni en JxC. En nuestro caso es más difícil mantenernos unidos.
—¿Es necesario que el sector moderado del PRO muestre que quien conduce es el sector moderado?
—Quizás también sea parte de un proceso interno. Veremos cómo se perfilan la provincia de Buenos Aires y Capital Federal. Ya emergen otros liderazgos que están a la cabeza del propio ex presidente Macri, como el de Horacio Rodríguez Larreta. Y María Eugenia Vidal, que también expresó aspiraciones presidenciales. Se decantará en el próximo escenario electoral. El jefe de Gobierno tiene que mostrar su fortaleza con un candidato propio. Es muy conciliador; cuando no le cedió el espacio a Elisa “Lilita” Carrió, se lo dio a Martín Lousteau. Si aspira a presidente de la Nación, tiene que ir con gente de su riñón, que lo represente en el Senado o en Diputados en las elecciones de Capital Federal. Y en Buenos Aires también tiene que empezar a mostrar cierto poder, sea con Diego Santilli o con otra gente que lo acompañó, para empezar a ramificar y construir poder más allá de los límites de la Capital Federal.
—Sergio Massa decía que había que ganarle al kirchnerismo en la interna del peronismo. No pudo, y por eso terminó en el kirchnerismo siendo el “primus inter pares” en la coalición de gobierno. Desde dentro de Juntos por el Cambio se afirma que la única forma de dar vuelta la página del fracaso del gobierno de Macri es ganándoles a sus candidatos. ¿A eso se refiere?
—Sí. Llevar sus propios candidatos. Si Bullrich es la candidata de Macri e incomoda al jefe de Gobierno, tiene que presentar sus candidatos. Salvo que ocurra un milagro, me parece que esto será irreversible en el proceso electoral de Capital Federal y otro tanto en la provincia de Buenos Aires. Lo demás está más diluido. Córdoba es un capítulo aparte. En las provincias que gobierna el radicalismo, el peso lo tiene el gobernador. Se juega mucho el jefe de Gobierno. Nosotros estamos a la espera de ver qué ocurre con ciertos liderazgos que pueden emerger y cortar el cordón umbilical de origen.
—¿Ganarán los candidatos de Horacio Rodríguez Larreta en la interna? ¿Qué pasará en noviembre?
—Horacio tomará una decisión diferente de la de otros procesos. Si se postula Bullrich, debe presentar a su candidata, que será María Eugenia Vidal, que hasta ahora me parece que quiere retomar lo que fue su origen cuando el electorado la llevó a vicejefa de Gobierno del ex presidente Macri. Y creo que va a ganar Horacio Rodríguez Larreta, porque las elecciones de medio término también implican ratificación del rumbo. Me parece que hizo una buena gestión en épocas complicadas. Se manejó con equilibrio, mostró ser respetuoso y firme cuando correspondió, lo que se busca de cualquier líder político. Consolidará su liderazgo. Y en provincia de Buenos Aires hay varios candidatos que tienen mucha afinidad con él, como Diego Santilli o Emilio Monzó. Quizás Monzó no tiene tanta afinidad con María Eugenia Vidal, pero sí con Frigerio, y Frigerio con Horacio Rodríguez Larreta. Puede haber una conjunción de fuerzas y llegar a un acuerdo rápidamente con el radicalismo, que tiene dirigentes que están brillando, como Facundo Manes. Es una figura para aprovechar, ver si encuentran la conjunción de un único espacio con una única lista entre radicales y gente del PRO, más gente de otros espacios.
—¿Será competitivo Juntos por el Cambio, pese a la última derrota?
—Quizás es el distrito más difícil, siempre pesa mucho quién gobierna el Conurbano. Pero no lo veo imposible. Se le planteó a María Eugenia Vidal y ella tuvo el convencimiento. Juntos por el Cambio puede intentar nacionalizar esta elección, y quizás con algunos dirigentes que todavía no tienen un reconocimiento. En este caso corre con ventaja el que gobierna. Veo un escenario muy parejo, con un empate técnico que habrá que ver cómo se define en los últimos días.
“Una parte del PRO hace una oposición agresiva.”
—Dado el último resultado, un empate en la Provincia sería un triunfo.
—Hasta una buena elección se puede también transmitir o percibir como triunfo moderado. El triunfo puede ser por un voto. Pero la elección nos da la posibilidad de ser alternativa. El peso electoral de la provincia de Buenos Aires define mucho respecto de una opción electoral.
—¿En Mendoza presentarán una selección nacional de candidatos?
—Hablamos con el gobernador Rodolfo Suárez. Es la idea. Esta semana se avanzó con el dictamen de modificación de las PASO. La idea del gobernador es tratar de hacer la mejor elección. También se juega su pellejo. Es un gobernador muy bien posicionado. Lo están midiendo nacionalmente. Tiene el perfil típico del mendocino: sin estridencias, pero con tesón, con perseverancia. Cayó muy bien en el electorado y la gente lo apoya. Tomaremos la decisión todas las vertientes de nuestro partido para llegar a una única lista, incluso con nuestros aliados, la gente del PRO, del Partido Demócrata, del socialismo. Se logró una alianza inédita. Cuando competí para gobernador, teníamos el Partido Justicialista, pero el PD competía aparte, al igual que el socialismo. Tenemos un espacio electoral de mayor amalgama y nos beneficia electoralmente, porque estamos nosotros y el Frente de Todos.
—Dijo “típicamente mendocino, sin estridencias”. ¿Aumenta las posibilidades de Juntos por el Cambio que el peronismo en Mendoza tenga como referente a Anabel Fernández Sagasti, que representa la estridencia de la vicepresidenta?
—Para ser justos, es una joven dirigente que logró ganarse por mérito propio su representatividad dentro del Frente de Todos. Compitió en las primarias con un candidato a gobernador del peronismo tradicional, que era el intendente de Maipú, Alejandro Bermejo. Ganó, lo que le dio las charreteras para conducir el partido de oposición. Pero la figura de Cristina Kirchner no está muy bien hoy en Mendoza. Se la pega constantemente a su figura, y eso debilita su posicionamiento. Se va a nacionalizar la elección por ese grado de afinidad. Algo beneficioso para nosotros, porque en Córdoba y Mendoza es donde Cristina tiene peor imagen.
“La pelea de halcones y palomas del PROle va a traer problemas a Horacio Rodríguez Larreta.”
—¿Por qué en la zona centro es más rechazada Cristina Kirchner? ¿Hay una explicación económica?
—En toda la zona centro es así, salvo quizás en San Luis. Ahora lo acompaña, pero el peronismo de San Luis fue opositor al kirchnerismo. Pasaba cuando fui vicepresidente de la Nación. En Santa Fe el peronismo no tiene nada que ver con el kirchnerismo. Es parte de la realidad que el centro no quiere saber nada con el kirchnerismo. A medida que se va para el norte comienza a ganar protagonismo el kirchnerismo. Y también hacia el sur, donde tiene origen.
—En la provincia de Buenos Aires inciden dos nombres muy vinculados a CFK, Axel Kicillof y Máximo Kirchner. ¿Seguirá vigente en 2023 el “sin Cristina no se puede, pero con Cristina no alcanza” y el candidato que gane será alguien más alejado del kirchnerismo clásico?
—El Conurbano es el lugar donde el kirchnerismo tiene más aceptación. El escenario de la provincia de Buenos Aires es distinto y aporta mucho. Si todo siguiera igual, el mejor escenario para el Frente de Todos sería llevar un candidato no kirchnerista. No sé si le alcanza a Alberto Fernández para repetir un segundo mandato. Si no, tendrá que buscar en alguno de los gobernadores que están bien posicionados y que no forman parte del kirchnerismo. Pueden reflotar el impulso que otorgó Cristina, más la aceptación de una figura como Alberto Fernández, un poco más abarcativa que el núcleo duro del kirchnerismo. Es una cuestión de supervivencia también para el Frente de Todos. Harán lo que más les convenga, pero siempre estando juntos. Todos los intentos de ir por afuera, como el de Florencio Randazzo que ahora está haciendo un esfuerzo muy grande nuevamente, obtuvieron resultados muy bajos en la provincia. Hoy mejoró un poco, pero me parece que no alcanza para conformar una estrategia electoral con posibilidades de triunfo.
“No veo posibilidad de fractura ni en el FdT ni en JxC.”
—¿La sociedad creerá en la moderación de un candidato de ese sector, dada la experiencia de gobierno de estos años con una figura tan fuerte como CFK?
—Después del conflicto con el campo, y de sostener este conflicto porque no se arregló en julio de 2008 sino que se fue profundizando hasta la derrota en las elecciones en 2009 con una lista con Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa juntos, Cristina ganó con el 54% de los votos. Hay que ver. Mucho depende de la recuperación económica. No hay que descartar ninguna posibilidad. Esperemos el resultado de las elecciones, qué pasa ahora. Teóricamente el electorado tiende a volcarse hacia la oposición para establecer un mayor control. Pero no descarto ninguna posibilidad. Ellos tienen un votante duro. En las encuestas, tanto en el norte como en el sur, la aceptación del Gobierno es grande, salvo en Chubut, Tierra del Fuego, Santa Cruz... Y en el norte, Santiago del Estero, Tucumán, Misiones, la aceptación es muy fuerte
—¿Con el paso del tiempo los jóvenes de La Cámpora se tornaron más de centro? ¿Cómo compara uno y otro kirchnerismo con 12 años de diferencia?
—El kirchnerismo surgió como un progresismo en el PJ tradicional. Era la versión de lo que fue Chacho Álvarez cuando se enfrentó a la estructura tradicional del PJ y conformó el Frepaso. Pero la forma de ejercer el poder y algunos hechos de corrupción muy notables desdibujaron ese idealismo de encontrar un gobierno de concertación y grandes acuerdos. Los años dan otra visión de las cosas. Hubo de La Cámpora quizás una mediana madurez, un poquitito de mayor tolerancia. Pero tiene resabios de origen y cuesta mucho que se transforme en algo distinto en la percepción de la sociedad que transitó aquella época. A lo mejor en la gente joven puede aún despertar un favoritismo.
“Si no es Alberto, el candidato del FdT en 2023 deberá ser un gobernador.”
—¿Por qué usted utilizó la figura retórica de “no positivo” en 2008?
—Surgió en un segundo. Tenía un profesor en la escuela secundaria, en el Liceo Militar, al que me gustaba escuchar. Aranda, profesor de Filosofía. No me gustaba cuando sonaba el timbre al final de la hora. Parte de la materia era la enseñanza de la lógica. Le preguntábamos qué sentido tiene estudiarla. Nos explicaba que, por ejemplo, servía para la computación. Despertó mucho interés en mí. No fue algo pensado ni sugerido. Fue un momento de máxima tensión en mi vida. Y uno dice lo que siente en momentos como ese. Quizá, al ser vicepresidente y tener que votar en contra, encontré el camino más fácil para expresarlo. Se me ocurrió en el instante, un segundo antes de votarlo.
—Aunque no sea el objetivo de este reportaje. ¿Cómo es ser padre a los 65?
—Una gran satisfacción. Es una bendición tener un hijo a esta edad. Estoy en pareja hace cinco años. Mi señora tiene tres hijas, a las que quiero como a mis hijos. Pero esta hija que Dios me dio consolida más a la familia. También la relación con mis hijos. Por los dos lados es el cuarto. Así que estamos muy contentos, entusiasmados y pendientes. Ejerzo el doble rol. El de padre ya lo ejercí, mis hijos están ubicados, en pareja, me dieron nietos. Ejerzo el rol de abuelo, y también el de padre de una hermosa bebé que me trajo Dios.
“Alberto tenía más poder como jefe de Gabinete que como presidente”
—¿Esperaba un Alberto Fernández más independiente de Cristina Kirchner?
—Me lo imaginaba distinto. Conocí a Alberto como jefe de Gabinete. Decidía, conducía a los ministros, los encuadraba. Algunos eran medio intocables, como Julio De Vido; tenía internas muy fuertes. Recuerdo las peleas con Guillermo Moreno. No quería saber nada con el tema del Indec y las cosas que se realizaban. Lo imaginaba con el respeto y el rol que le tenía que dar a la vicepresidenta de la Nación. Debían darle un lugar que a mí no me dieron. Es lógico que el vicepresidente o la vicepresidenta participe en las decisiones. Si algo tenía dificultades para salir, había que buscar la forma de enriquecerlo para que salga. Hasta ahí las cosas van bien, porque muchos de los proyectos se modificaron incluso por sugerencia no de los senadores, si no de la propia vicepresidenta, como el caso de movilidad jubilatoria o la reforma judicial. Incluso algunos, como el del procurador, se originaron en el propio kirchnerismo, sin el consentimiento del jefe de Estado. Ahí es donde comienzan los problemas. Imaginaba más a un Alberto Fernández ejerciendo el rol de presidente, reconociendo que llegó por la vicepresidenta, pero ambos con la conciencia de que las cuentas estaban saldadas. Porque Cristina sabía que ella sola no llegaba y que a Alberto Fernández o a cualquier otro dirigente del peronismo no le alcanzaba. Me parece que le faltó mayor personalismo, cosa que tuvo al principio cuando empezó a conducir el tema de la pandemia. Después se vio desdibujado por el propio accionar del kirchnerismo. Lo que él quería transmitir en materia de política exterior quedó trunco por la situación de Venezuela. En política energética para resolver el déficit fiscal también quedaron cosas truncas por el empoderamiento que se le dio a un secretario, torciendo la voluntad del propio ministro de Economía. Es el ministro más importante en Argentina, porque nuestra economía siempre anda a los tumbos. Y el caso de Daniel Rafecas. A eso se suma la proclama del 25 de mayo donde le marcan la cancha a un proceso de negociación que desvela al Presidente. Se reunió con jefes de Estado, con la propia Angela Merkel de manera virtual. Se avanzan dos casilleros y se retroceden tres. Estos misiles le pegan a la línea de flotación de las políticas que quiere definir el presidente de la Nación.
—¿Eso puede cambiar en noviembre con el resultado electoral?
—Depende de las listas, de si el Presidente logra ubicar algún legislador propio. La otra vez delegó todo en el kirchnerismo. No tiene un solo legislador. Dependerá de qué grado de participación o confrontación quiera llevar en las listas. Si las terminan armando Cristina y Máximo Kirchner en la provincia de Buenos Aires, el triunfo o el fracaso será del kirchnerismo. Con una lista kirchnerizada, el triunfo será del kirchnerismo y no del Presidente. Pero si logra ubicar figuras destacadas, puede ser un triunfo de Alberto Fernández. A lo mejor una derrota del kirchnerismo por carácter o por defecto, o por omisión, le dará poder, cosa que no demostró hasta ahora. Si no participa de la confección y pierden, le daría más oxígeno al propio Alberto Fernández. Podrá decir “no me joroben más. Aquí mando yo y voy a tratar de encauzar estos años que me quedan”.
—Hay analistas que piensan que lo que le conviene a Alberto Fernández es no participar activamente de la campaña electoral, quedarse con la gestión, que haya una derrota o una derrota relativa para ejercer con mayor plenitud el poder los últimos años. ¿Es lo mejor que le podría suceder?
—Es el mejor escenario en estas circunstancias. No está en un escenario donde el Presidente pueda demostrar todo su poder, que está bastante alicaído. No está en condiciones de confirmar los candidatos. Dentro del mal menor, podría ocurrir lo que usted dice. El que gobierna tiene que demostrar poder y llevar su propia gente de confianza. No puede ser que el Presidente no tenga un legislador propio. Dirán que todos responden a él, pero no es así. Si fuera así no estaría transitando lo del procurador de la Nación. Cambiaron una ley. Y el candidato del Presidente no quiere asumir en esas condiciones. Son mensajes del Senado al Poder Ejecutivo.
—¿Alberto Fernández es un presidente de transición?
—Vivimos en transición, en emergencia, siempre en el límite. Alberto Fernández perdió una oportunidad. No sé si está a tiempo de recuperar un liderazgo. Como jefe de Gabinete mandaba y ordenaba, tenía un poder delegado. Imaginé a un Alberto Fernández con poder propio, quizás saldando este sentimiento de pecado de origen. Tendría que haber ejercido el poder de otra forma, como cuando era jefe de Gabinete. Es lo que esperamos todos. La gente quiere un presidente fuerte, no condicionado. Un presidente que no esté alejado de la realidad y que tenga capacidad de consensuar, pero con impronta propia a la hora de decir que este es el camino.
—¿Aquel jefe de Gabinete tenía más poder que este presidente?
—Salvando ciertas cosas, es así. Ejercía bien el poder en ese cargo. Lo vi alinear a los ministros como gobernador, cuando planteaba algo, tenía una pelea muy grande con Moreno por el Indec. Marcaba sus diferencias. Fue muy crítico cuando se fue del gobierno. Esperaba otra forma de ejercer el poder por parte de Alberto. Reconocer que llegó a la presidencia gracias a Cristina Fernández, pero también él tiene que saber que Cristina Fernández llegó a ser vicepresidenta gracias a él, porque la gente no la hubiera votado. Esto ya se saldó. Ahora tiene que ejercer el poder. Es el presidente de la Nación.
—¿Existe la posibilidad de que después de las elecciones ese Alberto Fernández vuelva a aparecer en sus últimos dos años en los que se juega su vínculo con la historia?
—Dependerá del resultado electoral y de cómo conformen las listas. Si las listas las termina armando el kirchnerismo puro, Cristina y sus aliados, y gana, no tendrá mucho y será un gobierno muy de transición. Hay dos caminos. Si se mete en el armado de las listas y logra un resultado favorable, ahí se empodera nuevamente. Y si no se mete y pierde el kirchnerismo, a lo mejor toma oxígeno. Quizás pueda recuperar su imagen. La sociedad es muy presidencialista. Quiere un presidente fuerte, que conduzca, que defina el rumbo, que escuche, tome decisiones y no espere tanto de quien lo acompaña.
—¿Cuál es su evaluación del futuro político de Sergio Massa? ¿Podría cumplir ese papel de mostrar cierto grado de independencia verosímil?
—Massa se mostró diferente. Ganó las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Después perdió, pero mostró su camino y su enfrentamiento con el kirchnerismo. Ahora se avino a formar parte del gobierno. Le veo poco margen a Sergio en cuanto a credibilidad y aceptación, porque se avino y aceptó las reglas de juego que le proponían. El poder que puede construir un presidente en la Cámara de Diputados es muy poco, si bien tiene zigzagueo y trata de mostrarse diferente. La sociedad confió una vez; ahora le va a desconfiar.
“Martín Lousteau busca un atajo para posicionarse como presidente”
—¿Cómo ve la evolución de Martín Lousteau? Se da la paradoja de que comparten espacio, aunque usted votó no positivamente la resolución que él redactó en 2008?
—Pasaron muchos años. La crisis de 2001 fue muy grande. Explotaron los partidos, se atomizaron. En 2003, el radicalismo llevó como candidato a presidente a Leopoldo Moreau, que sacó una mínima expresión. Eran escenarios totalmente distintos. Lo bueno es que los partidos políticos vuelvan a consolidarse, vuelva a haber un entorno en el que las políticas se puedan discutir, y de ese entorno no salirse. En Argentina la política es muy dinámica. Hay que estar muy atento a los vaivenes y al comportamiento.
—¿Le aconsejaría a Lousteau que pelee por ser jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2023 o que sea el radical que vaya a disputarle al PRO la precandidatura presidencial?
—Lousteau es un hombre muy inteligente, un economista con mentalidad abierta. Creo que necesariamente tiene que pasar por un cargo ejecutivo. Sería buena una competencia para jefe de Gobierno. Si gana puede irradiar su figura. Lo veo buscando un atajo para posicionarse como candidato a presidente. Pero es una visión mía. En nuestro país nada es imposible. Todo depende de la situación de ese momento. Pero lo que uno busca de un candidato a presidente es que haya pasado por lo menos por una administración de una provincia, una suerte de país chico. En el caso la Ciudad de Buenos Aires es muy chico, pero tiene peso específico. El paso obligatorio de Martín Lousteau es competir por la jefatura de Gabinete. No le va a ser fácil, porque no creo que el PRO quiera negociar cederle el apoyo a cambio de una candidatura a presidente. Para eso están las primarias, y Martín Lousteau viene peleándolas desde hace tiempo. Peleó con el propio jefe de Gobierno. Le daría charreteras y galones para después ejercer un liderazgo nacional.
Producción: Pablo Helman, y Debora Waizbrot.