—El lugar del Ministerio de Agricultura fue para un representante de Formosa, una provincia del Norte y no de la de la pampa húmeda. ¿Cómo se explica el resultado electoral tan abrumador en la provincia, en la que ganó el Frente de Todos con más del 70%, algo inusual no solo en la Argentina, sino en el mundo
—Se trasunta en la gestión del doctor Gildo Insfrán un entendimiento de las necesidades del pueblo formoseño. Formosa no fue privilegiada con el tratamiento de los medios. Se percibe una obstinación hacia la provincia, hacia los formoseños y su cultura. Pese a eso, la ciudadanía respaldó la gestión.
—¿Cuántos años lleva Insfrán en el poder?
—Veinticinco. Soy oriundo del Chaco. Empecé a ir a trabajar hacia allí en 1991, 1992. Por cuestiones de trabajo, primero iba un día y medio, dos días. De repente, me encontré trabajando de lunes a viernes. Allá se habla de la pisada del indio. Me afinqué en un pueblo muy generoso, que atravesó un olvido de muchísimos años. Cuando empecé a ir a Formosa no se podía viajar desde la capital hasta Salta por una ruta pavimentada. A mitad de camino se terminaba el pavimento. Me tocó ir a trabajar a Laguna Yema, a 400 kilómetros de la capital, y los últimos cien eran de tierra. Uno sabía cuándo iba, pero no cuando volvía. No había línea de 500 kilovoltios, gasoducto. Había apenas 650 kilómetros de pavimento en ese momento. Era un sistema muy deficitario en términos de energía y de salud, de comunicaciones. En el año 95 me tocó participar del plan quinquenal para el desarrollo de Formosa.
—Lleva 25 años con Gildo Insfrán.
—Sí. En el momento en que propone ese plan comienza una sucesión de gobiernos. Cada vez que se presentó ante la comunidad, hubo un plan. Formosa se transformó genuinamente. Es reconocido por la gente. El gobierno tiene una base muy amplia de participación en cuanto a los orígenes de cada uno de los integrantes de ese espacio político. Se verifica un acompañamiento realmente muy importante a la gestión del gobernador. Más allá de la intencionalidad buena o mala que pueda haber en la crítica, cada vez que hay un acto eleccionario, la gente responde con un acompañamiento muy importante a lo largo del tiempo. Se verifica en que hoy de los 700 kilómetros se pasó a más de 2 mil kilómetros de pavimento, 2.300 kilómetros de fibra óptica. Todos los pueblos de Formosa tienen un punto de accesibilidad para las comunicaciones vía fibra y vía internet.
“Tenemos que hacer, comunicar y dialogar más para que se interpreten nuestras acciones.”
—El análisis de los datos duros dice que en el primer semestre del año 2020, la pobreza en el aglomerado urbano de Formosa fue del 42,4%, teniendo de ese modo la segunda mayor tasa en el NEA y por encima de la media nacional, con un crecimiento 2,3 puntos porcentuales de la pobreza. Además, la indigencia fue del 8,8%, y también creció respecto del año anterior. Formosa se encuentra entre las provincias más pobres. ¿La situación era mucho peor hace 25 años?
—Exacto. En la década del 80, la mortalidad infantil estaba próxima a cien por mil, cerca del 10%. Ese índice hoy se encuentra en la media nacional. Hubo despliegue de infraestructura sanitaria, de escuelas. Hay más de 1.400 establecimientos nuevos. Cambió la situación de la pobreza. Estamos entre el quinto, el sexto, dependiendo del año y de la forma en que se lo mida. Cuando uno valida el índice Gini como un indicador de las diferencias entre quienes más tienen y menos tienen, está entre las tres mejores provincias. Eso se traduce en una sociedad mucho más equilibrada, con mucha menos violencia institucional. Allá un robo a mano armada es titular de un diario. Indicadores que hacen que uno se sienta incluido.
—¿A qué atribuye la mala imagen?
—Nos cuesta entender. Hay un prejuicio respecto al sentido de las reelecciones. Tuvimos en cada una de las elecciones oposición. Hay una campaña muy importante en contra de la reelección. Pero la gente termina acompañando con su voto. Nunca se discutió la corrección de los actos eleccionarios.
—Formosa fue la provincia que más votos negativos aportó en la elección de diputados sobre la ley el aborto, con cinco bancas pertenecientes al Frente de Todos y una de la Unión Cívica Radical. ¿Hay una mirada más europea en la Ciudad de Buenos Aires y se mira a Formosa como si estuviera en otra época u otro mundo?
—Es interesante su planteo. Me tocó el año pasado votar la ley del aborto. Y estuve a favor. Insfrán me dio absoluta libertad en la decisión, tuvimos libertad de conciencia.
—¿Por qué votaron en contra ahora?
—Son convicciones personales.
—¿Convicciones mayoritarias en la provincia?
—Estadísticamente se calcula que hay una mayoría que está en contra del aborto. En las encuestas, creo que estaba en 55/45%. Las personas que representan a Formosa son de un compromiso absoluto. Tenemos desde una compañera que estuvo presa y torturada a otra que estuvo a cargo de minoridad y familia; otro compañero que fue ministro de la provincia, un muchacho joven de una gran capacidad. Son personas con formación política y profesional. Fue una coincidencia que votaran en contra.
—Según las estadísticas de Unicef, la tasa de mortalidad infantil fue la más alta de todas en el departamento de los wichis. ¿Cómo se explica el problema con los pueblos originarios...?
—La mortalidad infantil en Formosa es uno de los objetivos que más se trabajó. Formosa tiene tres grupos étnicos originarios. Ahora se incorporó un cuarto. Están los qom en el oeste, los pilagás en el centro y los wichi en el oeste. Ahora ingresó desde Paraguay la etnia nivaclé, desplazada hace años por conflictos internos dentro de las propias comunidades. Hay más de 200 escuelas bilingües, hay médicos con salas de salud y hay una interacción con los aspectos culturales. En Formosa se enseña en wichi, en qom, en pilagá y ahora también en lo que es la frontera con el Paraguay en guaraní, más el castellano. Es una mixtura de culturas muy enriquecedora. Existe una identidad hacia un camino que hace que exista muy baja conflictividad y unidad en el tránsito de los objetivos que nos proponemos. Tenemos un hospital de alta complejidad. Son solo dos los hospitales públicos de alta complejidad en la Argentina fuera de la Ciudad de Buenos Aires que hacen trasplante de corazón, trasplante de médula, hacen realmente una medicina de altísimo nivel. A partir de ahí desciende un sistema con más de 150 centros de salud y hospitales.
—¿Puede compararse la situación de Paraguay con la de Formosa?
—Paraguay es una nación que tiene un acervo cultural importantísimo y una historia frenada a partir de la Guerra de la Triple Alianza. Fue arrasado el país más industrializado del siglo XIX. Hubo un ensañamiento por destruir. Se quedó prácticamente sin hombres. Hubo combatientes de 12, 13 y 14 años. Fue un golpe muy fuerte para el desarrollo de Paraguay como nación. Posteriormente vino la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, donde también hubo una nueva pérdida de vidas y de desarrollo. El resultado fue un freno en su proceso evolutivo. En los últimos tiempos tomaron decisiones macroeconómicas de mucha estabilidad, y eso permitió procesos de inversión muy interesantes, lo que no significa que tengan un modelo de equidad y de desarrollo social.
“Tengo muy buena relación con los integrantes de la Mesa de Enlace.”
—¿Cómo es la pobreza comparada con Formosa?
—Es mayor. Y el acceso a la educación y a la salud son menores. En Formosa recibimos muchos paraguayos. Los recibimos con mucha amplitud porque somos una provincia fronteriza. Coexistimos con la cultura guaranítica. Nos suena agradable su tonada. No tenemos prejuicio respecto de nuestros países fronterizos. Formosa fue receptora de muchos migrantes, producto de los conflictos políticos paraguayos. Se nutrió de muchos de los docentes, médicos, exiliados en la época de Alfredo Stroessner.
—¿Las reelecciones de 25 años pueden ser vistas como algo poco moderno desde afuera?
—Angela Merkel viene reeligiendo, por ejemplo.
—No 25 años.
—No. Pero lleva 16 y en camino a seguir.
—Es un caso excepcional.
—Nadie discute lo de Alemania. En los estados norteamericanos también hay gobernadores que llevan muchísimo tiempo y reelecciones. Es Formosa se somete a la voluntad, y sin ningún favor de ningún tipo. Sin duda hay algo de la mirada que usted señala. Acá hay una visión muy tradicional, europea. Sufrieron guerras, nazismo, dictaduras muy fuertes. Asimilan que los cambios de gobierno son algo positivo. Lo que es positivo es que la gente pueda elegir y exprese su voluntad.
—¿La alternancia en el poder no es imprescindible para una organización verdaderamente democrática?
—En mi juventud militaba la alternancia. En la práctica está validado que no es garantía de que no se conformen modelos que se replican, aun cambiando quien lo conduce.
—¿Cómo conoció a Alberto Fernández?
—Buena pregunta. Lo conocí personalmente una semana antes de asumir. Recibí un mensaje que me invitaba a una reunión para charlar. Allí me dijo que quería que lo acompañara en la gestión. Yo venía de haber sido vicepresidente del INTA durante dos años, de 2009 a 2011. Fui presidente de la Comisión de Agricultura de 2011 al 2015 en Diputados. Tuvimos la mayor producción de legislación aprobada: 23 leyes o más que pasaron por la Comisión de Agricultura, algo inédito en la historia de la Cámara.
—De 2015 a 2019 fue diputado, pero no presidente.
—Fui vicepresidente del bloque del Frente para la Victoria de 2015 a 2017. Luego fui diputado raso.
—¿Lo sorprendió la llamada de Alberto? ¿Se preguntó por qué lo habría elegido?
—Sin duda que me sorprendió. La charla fue amena y medio que no estaba para que me sacara las inquietudes, sino para conversar sobre cómo veíamos la producción.
—¿Fue un reconocimiento al triunfo electoral de Formosa en esa idea de Alberto Fernández de gobernar con los gobernadores?
—Es una mezcla. Vengo de lo que orgullosamente denominamos “el modelo formoseño”. Sostuvimos nuestras convicciones a lo largo del tiempo. Además, tuve bastante participación durante los cuatro años del macrismo.
—En una entrevista como esta el presidente de la Sociedad Rural, Daniel Pelegrina, dijo que la Argentina estaba entre una crisis y una oportunidad, porque el campo no paró. Se cosechó el 100% de la soja, del maíz, unas 100 millones de toneladas entre ambos cultivos durante el primer semestre del año y que la mitad de ese semestre tuvo una inactividad para el resto de las áreas. ¿Cuál es su evaluación de este año que fue desastroso para tantas actividades?
—Se demostró que no éramos tan malos con el campo. Tengo muy buena relación con los cuatro integrantes de la Mesa de Enlace. No quiere decir que coincidamos siempre; pero sí en abordar los temas con mucha franqueza. Acordamos que no pare la actividad. Nos enteramos del primer caso de coronavirus en el sector, un médico de Reconquista, del frigorífico Friar, antes de que se decretara el aislamiento social. Empezamos a trabajar sobre el protocolo. Hicimos 18 protocolos en realidad. Los llamamos lineamientos para no darles la categoría de protocolos. Eran los que en paritarias aceptaban el gremio y la patronal para actuar y trabajar en cada actividad. A fines de febrero tuvimos el primer caso. Empezamos a trabajar y anticiparnos. Veíamos que en los frigoríficos había habido contagios múltiples en Alemania y en Estados Unidos apenas fue incipiente la pandemia. Nos juntamos con las distintas representaciones de la producción. No solo de la producción primaria, sino con los gremios, con el Ministerio de Trabajo, el de Salud, el de Transporte. Tuvimos parado el puerto de Timbués hasta que pudimos ajustar los protocolos. Estoy muy orgulloso de cómo actuó todo el entramado productivo. Antepusimos la responsabilidad que nos delegó el Presidente declarándonos actividad esencial. Sostuvimos la cadena de abastecimiento de alimento y sobre todo sostuvimos el ingreso de divisas a partir del comercio exterior. Consciente o inconscientemente teníamos una preocupación muy seria respecto de la producción agropecuaria. Esto llevó a que las actividades se desenvuelvan de una manera fluida, con incrementos de costos porque hubo que utilizar más personal o utilizar distanciamientos en los frigoríficos. En el caso de la pesca fue magnífica la forma en que lo tratamos. Hubo casos, porque viven no en confinamiento, pero sí en un ambiente muy cerrado. Un barco que parte a la mar está 15/20 días. Es muy difícil que no exista contagio. En el caso de la cosecha, en todo momento desde la Uatre (Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores) hasta los Portuarios demostraron voluntad explícita de mostrarse en actitud de trabajo.
—Daniel Pelegrina no oculta que votó a Macri. A una semana de la derrota en el Senado el 23 de julio de 2008 en la crisis con el campo, Alberto Fernández presentó su renuncia como jefe de Gabinete. Martín Lousteau, que había redactado la polémica resolución 125, también dejó el gobierno. Coce años después, Alberto Fernández es el presidente de una coalición con el kirchnerismo y Lousteau es uno de los principales líderes de la oposición. Uno está en la oposición; el otro en el oficialismo. Sin embargo, el campo vota en contra del Frente de Todos y a favor de Juntos por el Cambio. ¿Se debe a un prejuicio?
—Son dos actores muy importantes que toman una decisión similar y caminos distintos. Alberto Fernández tenía una convicción que lo llevó a sostenerse en sus principios basados en el peronismo. Es un peronista que en ningún momento denostó de su identidad. Pudo estar en contra de una decisión del gobierno, entender que la situación debía haberse administrado de otra forma. Fue consistente y coherente a lo largo del tiempo, al punto de que en 2015 no integró nuestra coalición. Perdimos por prácticamente nada en el ballottage. La decisión de unificar al peronismo en ese momento podría habernos dado el triunfo. La otra persona tomó un camino por el que no venía. No era radical, encontró que podía desarrollarse políticamente allí. Sostuvo principios que no tienen un fundamento doctrinario, a diferencia de Alberto. Un año y medio atrás, ya Alberto Fernández era un articulador de la unidad del peronismo. En 2017 también fue por cuenta propia. La evidencia dijo que había una situación a superar mucho mayor que las diferencias que tenía hacia el interior del peronismo. No fue a buscar a Cristina, Alberto trabajaba por la unidad. Me consta. Si bien no estaba en el entramado, seguí la unidad del peronismo. Insfrán en 2016 hizo la primera convocatoria de economistas peronistas en Formosa. Allí arrancó el proceso de unidad del peronismo. La instrucción que nos dio fue quedarnos en el bloque y no dividirnos. Si lo hacíamos, se perderían las chances. Desde ese momento trabajamos por la unidad. Cuando se intervino el partido, yo acompañé a José Luis Gioja en sostenernos en la sede del partido hasta que vimos que íbamos a una confrontación innecesaria y abandonamos el lugar. En paralelo, Fernández venía articulando con todos los sectores, con el massismo, con el kirchnerismo, con el peronismo de los gobernadores. Cristina, que tiene una visión política muy amplia y experiencia, percibió que sin ella no se ganaba, pero con ella sola tampoco. Hizo una urdimbre de forma tal de generar no un alter ego que la reemplace, sino mostrar que éramos capaces de constituir una trama para enfrentar la situación de aguda crisis y proponer una salida por un camino diferente. Ese concepto fue la unidad primero del peronismo y después de los argentinos. Alberto Fernández fue esa síntesis: es una persona de una amplitud extraordinaria, de una escucha sin prejuicios. No es un dogmático que marca un camino. Todo el tiempo está sujeto a la reflexión.
—Alberto Fernández, que se oponía a la 125, conduce un gobierno con fuerte rechazo de los productores. Al revés, el que escribió la 125 está en la oposición que cuenta con más apoyo. ¿Es un tema estético más que ideológico?
—Le voy a contar una infidencia. Cuando asume Martín Lousteau por la oposición nuestra, yo era diputado. Le dije: “Se terminaron los problemas: ahora vamos a lograr dictámenes unificados”. Se mató de risa, porque sin duda tenía una posición política contraria a la nuestra. Creo que en 2011 el campo acompañó a Cristina. Lo que se denomina genéricamente “el campo”, podríamos decir que son los segmentos medios y altos de la producción agropecuaria. La agricultura familiar siempre respaldó a nuestro proyecto. Son 200 mil familias, contra unos 60 o 70 mil pequeños y medianos productores representados por las entidades. Esa ruralidad impacta sobre las comunidades rurales. Pero en 2011, en una actitud reflexiva después del conflicto que tuvimos, acompañaron a Cristina, nos acompañaron a nosotros como proyecto político. Es cierto que se generaron percepciones que después fueron desmitificadas. En 2016, Mauricio Macri saca las retenciones. Pero en 2017 dijo que volverían atrás. No era una cuestión ideológica, sino de un instrumento que la gestión.
“No soy un asceta; pero lo material no me llevará a un conflicto con mi familia.”
—¿A qué atribuye la diferencia de imagen?
—Tratan de buscar eso de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. No faltan actores a los que les interesa profundizar esa grieta. Estábamos divididos, y cada pedacito que se parte puede contribuir a hacer una sumatoria.
—Habría que buscar en las ciencias sociales por qué apoyan a unos u a otros.
—Existe un conflicto real de intereses generado en un determinado momento, exacerbado desde la política. En esa disputa, muchas veces no supimos movernos como movimiento político para dar un debate que se ajuste a los intereses de ese propio sector. Durante nuestro gobierno en Villa María se instaló Acabio. Es una fábrica que produce alcohol de maíz, bioetanol y burlanda. Fue con el sistema cooperativo, con asistencia del Estado nacional en conjunto. Ese sector pudo enfrentar la profunda crisis que tuvo la lechería en la región de Villa María porque tenía, por ejemplo, burlanda. Es algo que no supimos capitalizar en términos políticos. Asumió el Presidente y dijo que actualizarían las retenciones. Se esperaba que subiéramos el maíz al 25%. El mensaje que se instaló en la sociedad fue que con el peronismo volvería ese 25% y el 20% al trigo. El Presidente se autolimitó con una ley, una potestad constitucional, al 15% y solo aplicó el 12%. Ni siquiera llegó al tope de lo que lo habilitaba la ley de emergencia votada un año atrás. Estamos en el 12% en maíz, 12% en trigo. Lo único que se aumentó del 30% al 33% fue la soja, pero lo acabamos de devolver en una suerte de compensación para generar una medida de redistribución y acompañar a los pequeños y medianos productores.
—Cuando fue lo de Vicentin, usted dijo que “no se podía dejar caer a la empresa ni ser tolerante con los delitos que se cometieron”. Sin embargo, la sociedad santafesina salió a protestar por el proyecto del Gobierno. Algo sucede.
—Soy de Norte. A don Quito lo conozco de hace décadas y reconozco que tuvo un rol muy importante en el desarrollo de la sociedad de Avellaneda y de Reconquista. Es una zona realmente muy próspera. En pandemia y buscando a ver quién gana con más gente en la calle, el mismo intendente Dionisio Scarpín se terminó contagiando. Nos autoimpusimos preservar la vida. Somos buenos para mover gente, pero evitamos el modelo de la confrontación.
—¿Por qué la sociedad automáticamente interpretó que era otra 125?
—El discurso fue “vienen por la propiedad privada”. Es una falacia. También el “vienen por nuestra querida familia Vicentin”. Hay que preguntarles a los gerentes de los grandes bancos despedidos por los créditos que le dieron a Vicentin y que no supieron administrar. Actuaron por lo menos con un criterio económico pésimo. La Justicia está determinando cuánto hay de ilegalidad en esas maniobras. Hay presunción de delito. Sorprende que haya un movimiento político detrás de todo aquello.
—Para que lo pueda empujar tiene que haber algo que resulta verosímil. Evidentemente una parte importante de la gente del campo tiene un juicio negativo sobre el kirchnerismo.
—Tenemos que hacer más, comunicar más, dialogar más para que se interpreten nuestras decisiones. Es el caso de las retenciones. Interpretamos que aspiramos a que al campo le vaya bien. La respuesta fue que si no hubiera sido por la seca, llegaríamos a los 7 millones de hectáreas. No fue factible porque no vieron las lluvias. Ahora estábamos con previsiones de superar todas las expectativas de siembra también, pero el tiempo no ayuda. Se va logrando recuperar una confianza después de un discurso de cuatro años contra los K. No hablaban del peronismo. Decían que si volvían los K lo que seguía era el infierno. Trabajamos para recuperar la confianza de todos los sectores y, en mi caso, de los productores. Lo estamos demostrando en los hechos porque aplicamos políticas muy moderadas. El hecho es que estamos con los indicadores que el mismo Pelegrina decía. ¿Podría ir mejor? Siempre se puede; pero no le va como a otras actividades.
—¿La reacción fue la misma que en Entre Ríos ante el conflicto de la familia Etchevehere?
—Me cuesta mucho hablar de la familia Etchevehere por dos motivos. Primero por una cuestión ética: es mi predecesor. Me cuesta involucrarme en aspectos de su vida personal. Pero no puedo dejar de ver que detrás de esto hay una intencionalidad política adicional al conflicto que tendrá que resolver la sucesión. La gente que intervino en eso se ajustó a derecho Se fueron cuando actuó la Justicia. Cuando obligaron a salir a la hermana, lo hizo. Es muy triste. No voy a decir que soy un asceta, ni una persona desprendida de lo material, pero a mí lo material no me va a llevar a un conflicto con mi familia, al contrario.
—¿Tienen la misma visión sobre la cuestión agropecuaria Alberto Fernández y Cristina Kirchner?
—No lo sé.
—¿Si tuviera que hacer una conjetura?
—Por lo que conversé con Alberto Fernández y las veces que he conversado con Cristina, que fueron muy poquitas, no encontré una contradicción. Jamás.
—Está el ejemplo de la 125.
—Eso fue hace 12 años. Hace dos años estaban en listas separadas.
—Hermenéuticamente podría pensarse que la mala imagen es sobre el kirchnerismo. Y que Alberto Fernández no puede imponer una mirada diferente.
—Entiendo. Son procesos. Si mañana un dirigente de la Mesa de Enlace decide entrar en política y viene a nuestro espacio, también le va a costar reconstruir ese nexo.
—Se rompió algo en la 125.
—Es lo que pasó con determinados sectores de la ruralidad. Al inicio de la gestión, previo al aislamiento, cuando estaban todos muy preocupados por las retenciones, recibimos no solo a los dirigentes, sino a los autoconvocados, que normalmente tienen menos responsabilidad institucional. Terminábamos sacándonos selfies.
—En las provincias con mucha producción agropecuaria, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, hubo una derrota del Frente de Todos y un triunfo de Juntos por el Cambio.
—Son situaciones que hay que construir.
—Y su tarea es esa: reconciliar al campo con el Gobierno.
—Sin duda. Es mi voluntad personal y la convicción política que anima a mi presidente. Me instruye para que avance en el diálogo. Intervenimos no solo con la Mesa de Enlace; ampliamos la visión con el Consejo Agroindustrial Argentino. Traigo al recuerdo: de las 23 leyes que salieron, de las 43 que tuvieron media sanción, todas fueron por unanimidad y la mayoría con firmas compartidas.
—¿Qué pensó cuando Gustavo Grobocopatel, conocido como el Rey de la Soja ,se radicó en Uruguay?
—Él se siente cómodo allá. Me alegro de que no se haya ido a Suiza. Se fue a Uruguay, un país del Mercosur, con el que tenemos mucha identidad.
—¿Cuál es su mirada sobre 2021, especialmente a partir del precio de la soja?
—Es una gran oportunidad. Debemos seguir comprometidos con la producción agropecuaria, sin dejar el concepto de agregación de valor. El mundo con pandemia no dejó de alimentarse. Apenas surgen vestigios de reactivación, se disparan determinados productos. Tenemos que estar preparados para aprovechar esa oportunidad. Logramos ordenar la deuda con los acreedores. Quizás alguno se olvida, pero teníamos vencimientos por 50 mil millones de dólares este año. Había un default no declarado. La renegociación que hizo Martín Guzmán nos abrió un horizonte que no es eterno. Tenemos que aprovecharlo. Se está renegociando con el Fondo Monetario. Debe ser la otra pata de un horizonte previsible. Riesgo habrá siempre, pero es la probabilidad de ocurrencia. Uno debe atemperarlo. Por eso ponemos pautas para dar certidumbre.
—¿La diferencia entre riesgo e incertidumbre se aprende en la Facultad de Agronomía?
—Tengo un trayecto bastante amplio. Hice algunos posgrados, maestrías y demás. Me gustó mucho estadística en la facultad y lo profundicé luego.
“Se percibe una obstinación de los medios hacia Formosa y la gestión de Gildo Insfrán.”
—¿Se vuelve a repetir una oportunidad en materia de exportaciones?
—Está claro. Tenemos una oportunidad, tanto de commodities como de especialidades. Ahí estamos poniendo la energía.
—Grobocopatel hablaba de “Vaca Viva”. China demandaba primero granos y ahora carne.
—Es una gran oportunidad que tenemos. China demanda carne porque tuvo un conflicto de aprovisionamiento en un contexto de expansión de su capacidad de consumo.
—¿Es una demanda coyuntural por la enfermedad de los cerdos?
—Tiene un componente estructural y uno coyuntural. El coyuntural hizo que hubiera un interés por acelerar el aprovisionamiento. Buscan aprovisionamiento como sea. Lo estructural es que todos los años entran 40 o 50 millones de chinos que pasan a ser consumidores de clase media. Comer proteínas animales es un símbolo de acceso a mayor poder adquisitivo. No hay un modelo de aprovisionamiento de esa demanda, sino varios. Lo que se puede es estar a favor de un sistema que no considera el ambiente y la inclusión de todos los actores. El espectro de posibilidades de producción va desde producciones de agricultores familiares hasta granjas de gran escala. En el mundo hay granjas de gran escala muy bien hechas, y otras muy mal
—¿Hay una oportunidad en la Argentina de la producción de carne de cerdo para exportarle a China?
—Sí. Pero no de cualquier forma, sino con estricto respeto por los aspectos ambientales y sociales. No existe un modelo que expulse a otro. Nuestro campo es un campo muy diverso, no hay un solo tipo de productor. Hay una gran oportunidad para todos los sistemas, desde el que es un agricultor familiar hasta los pequeños y medianos productores que pueden asociarse. Ya existen experiencias muy buenas en las que las madres están en un lado y el engorde se hace en otro. Hay que ser muy estrictos en los protocolos y en los criterios de fiscalización, y nosotros en eso tenemos en el Senasa un instrumento muy eficiente. En materia de cerdos, la mejor sanidad del mundo la tenemos en Argentina. Se generó una visión apocalíptica de la producción de cerdo. No vamos a permitir que eso ocurra en la Argentina porque es incoherente con nuestra propia filosofía y decisión política. En el campo pueden coexistir los distintos sistemas. No hay un sistema por encima de otro. Sí con el menor uso de productos agroquímicos, sí mejoramos el capital natural que representa nuestro suelo con las mejoras de sus condiciones de fertilidad. Estamos en un proceso de pérdida de fertilidad con los sistemas productivos. Tenemos que trabajar para frenarlo.
—Las actividades que emplean mayor cantidad de personas en la Argentina son los servicios. Encabezan la lista con 65%; la industria el 20%, la construcción el 7%. ¿Usted cree que hay un problema con el empleo en la Argentina y que el campo puede ser parte de la solución o es parte del problema porque su productividad es tan alta porque tiene menos mano de obra dependiente?
—Tenemos una gran oportunidad para la generación de trabajo en la ruralidad. Si uno va a modelos de producción de commodities, está claro que Argentina tiene un nivel de eficiencia altísimo. Contamos con tecnologías que nos ponen a la vanguardia y modelos productivos que estamos defendiendo ante la Unión Europea como sostenibles, mucho más sostenibles que los que usan ellos, a pesar de que están intentando trabas arancelarias para la cuestión de la distancia y de determinados criterios de producción agropecuaria. Cuando uno ve un frigorífico en funcionamiento y observa la cantidad de operarios se dice que estamos perdiendo una oportunidad si no transformamos nuestros granos en proteínas animales. En Chaco y en Misiones hay explotaciones piscícolas con frigoríficos que ocupan una cantidad muy importante de gente que en otras circunstancias migraría a los centros urbanos. Ese concepto de equidad tiene dos componentes. La equidad social y la equidad territorial. Al principio hablábamos de mi experiencia en Laguna Yema en Formosa. Si llegaba a llover había cuatro o cinco días en que no se podía salir. Un gran emprendimiento de unos australianos se interrumpió porque cada vez que llovía no podían sacar los camiones con el producto. Hoy eso está una empresa nacional argentina. Producen algodón. Fue elegida porque tiene vías de comunicación, pavimento, energía e internet, todo al pie de la desmotadora. Permite entender el concepto de equidad territorial. Hay que trabajar para que la infraestructura posibilite que cada argentino pueda desarrollarse en el lugar que eligió.
“Hicimos 18 protocolos para el campo cuando apareció el coronavirus.”
—¿China saldrá más fortalecida en la pospandemia? ¿Hay allí una oportunidad para Argentina?
—China demostró ser un buen socio. Podemos encontrar complementariedades, porque cambió su actitud. Hoy XI Jinping tiene una feria en Shanghai donde invita a que traigan productos elaborados para ser vendidos en China. Es todo un símbolo de que no aspiran a seguir siendo solo consumidores de materia prima de transformación local, sino que en su modelo de integración buscan el “ganar ganar”. Comprendieron que después de un período de gran aislamiento, si no generaban bienes, no había posibilidad de bienestar. Entendieron que tenían que lograr volúmenes e integración a través del equilibrio
—¿Hay entre Deng Xiaoping y Xi Jinping una continuidad histórica?
—Sí. Hubo un salto de autonomía con Mao. Con Deng Xiaoping revierten varias de las cuestiones del modelo maoísta para avanzar hacia un mayor volumen de bienes materiales para distribuir.
—¿El punto de contacto es entre Deng Xiaoping y Xi Jinping y no con Mao?
—Sí. También para despejar las cosas porque algunos ignorantes pusieron algunas historias sobre mi persona.
—¿Lo colocan como maoísta?
—Sí. No sé...
—Hay una descripción sobre usted que dice que es “vegetariano hace años”, aunque come un choricito cada tanto en campaña; que no toma vino. Más allá del mate, no parece tener la liturgia de una persona de campo. Al mismo tiempo en su estilo, con su pelo, con la colita, tampoco parece una persona de campo. ¿Cómo construye esa imagen?
—Cumplo diez años de ser ovolactovegetariano, pero por una decisión estrictamente relacionada con mi bienestar. Muy circunstancialmente por ahí como algo de proteína animal.
—En campaña.
—Es imbatible un chorizo en un buen acto peronista. Abracé mi profesión siendo un urbano amante de la naturaleza. Siempre tuve un vínculo con la naturaleza. Fue lo que me llevó a una profesión orientada a la transformación material, pero con un respeto absoluto por el ambiente y el equilibrio de la producción con el entorno. Ya con la reunión de Río de Janeiro de 1992 tuve la oportunidad de vincularme a gente que hablaba de la rentabilidad económica, la sostenibilidad ambiental y el equilibrio social o la justicia social. Esto a mí me llevó a tener una visión positiva sobre la producción agropecuaria no idealista. En el campo hay heladas, inundaciones, hace frío, hace calor, hay mosquitos. No es una vida sencilla. El que la abraza realmente lo hace con pasión. Y la producción agropecuaria para mí es muy coherente con mi perspectiva de la vida. Por mi origen urbano tengo algunos gustos que se compatibilizan. El tema más apreciado por mí es el chamamé “La calandria”, pero también escuché rock nacional desde chiquito.
—¿Y el pelo?
—También viene de ahí. Dibujaba cantantes de rock con pelo largo. Viene de ahí.
—¿El rock nacional podrá ser su conexión con Alberto Fernández?
—Es muy probable. Tenemos identidad en autores y en la música. Somos de la misma generación. Soy un poquito más grande, pero somos casi coetáneos. Eso nos define también como argentinos.
Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo.