POLICIA
mató a su exesposa embarazada y reapareció 22 años después

La vida clandestina de un femicida que consiguió mofarse de la Justicia

Ramón Abregú cometió uno de los crímenes más brutales de Tierra del Fuego: en enero del año 2000 mató a tiros a su exmujer en la guardia de una clínica. Lo condenaron a veinte años de cárcel por homicidio simple pero trece meses después se fugó. Cambió el frío del sur por el calor del norte argentino. Se fue a vivir a un campo y supuestamente solo salía para comunicarse esporádicamente con su abogado. Esta semana la Justicia informó que la causa prescribió.

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Regreso. El femicida regresó en octubre y desde entonces permanece detenido a la espera de una resolución. Tiene 71 años. | telam

Hay una frase que repiten muchos criminales casi como una verdad absoluta: “Mejor muerto antes que preso”. La tumba –se sabe– no es un lugar agradable para nadie, aunque se puede sobrevivir. Ramón Ángel Abregú (70), un femicida que el 23 de enero del año 2000 mató a tiros a su exesposa embarazada en el interior de una clínica de Tierra del Fuego, no eligió la muerte ni la cárcel: prefirió “cumplir” su condena a veinte años de prisión en la clandestinidad.

Para no ser atrapado borró prácticamente su vida anterior: pasó 22 años prófugo hasta que la causa por el crimen prescribió y entonces decidió entregarse para dejar de ser uno de los prófugos más antiguos del país y recuperar su verdadera identidad. 

En octubre del año pasado, se presentó espontáneamente en los tribunales de Río Grande. Pensó que se trataría de un simple trámite burocrático, pero desde entonces está detenido a la espera de una resolución judicial que podría salir en los próximos meses.

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Abregú es el autor material de uno de los asesinatos más horrendos de la ciudad. El 23 de enero de 2000 fue hasta la casa de su exesposa, Eva Azulina Falcón, con una pistola 9 milímetros.   

La mujer era la madre de sus dos hijos y estaba embarazada de siete meses. Semanas antes había intentado reconciliarse, pero aquella tarde de enero fue decidido a matarla. La baleó en el interior de su casa. Eva consiguió escapar. Corrió hasta la clínica Cemep, ubicada en la calle 20 de Junio al 800, y se refugió en la guardia. Su ex entró unos segundos después y volvió a dispararle. La remató de cuatro tiros más.   

El femicida estuvo preso entre el 23 de enero de 2000 y el 15 de febrero de 2001, fecha en la que se fugó del “Puesto 1”. A diferencia de otros casos, Abregú fue juzgado y condenado en tiempo récord: ocho meses después de haber sido detenido recibió 20 años de prisión, una pena más leve para este tipo de delitos porque en aquel tiempo no existía la figura agravada del homicidio por femicidio.  

Abregú escapó de un centro de detención policial que tenía graves fallas en la seguridad. Ni siquiera tuvo que cortar una reja o saltar un paredón: se fue directamente por la puerta.       

Pese a su condición de preso “mediático” y las dificultades geográficas que existen para escapar de Tierra del Fuego sin pasar por un control policial, el femicida logró salir. Supuestamente cambió el frío del sur por el calor del norte. No se fue a vivir a otro país –según dijo él y repitió más de una vez su abogado defensor–, aunque los investigadores manejaban otra teoría: que escapó a Chile oculto en un camión (a través del Paso Fronterizo San Sebastián) y luego empezó de cero en un país del norte.

En todos estos años que pasó en la clandestinidad, el asesino no cortó lazos con Alejandro de la Riva, su histórico abogado defensor. En marzo de 2021, por ejemplo, el letrado presentó un escrito pidiendo la “exención de prisión” de su cliente porque el delito por el que había sido condenado (homicidio simple) había prescripto.

Sin embargo, la medida fue rechazada por el Tribunal de Juicio: “Hasta tanto el imputado se encuentre a derecho, desestímense las pretensiones del abogado”, fue la respuesta negativa que recibió. Abregú no se presentó en lo inmediato: demoró cerca de dos años en aceptar la condición que le impuso la Justicia.

Según su abogado, el femicida vivió todos estos años indocumentado en una zona rural del interior de una provincia del norte argentino. Y sin señal telefónica. Nadie lo podía llamar. Abregú solo iba a un pueblo cercano para hablar con él.

De la Riva justificó que su defendido eligió otra forma de cumplir su condena: “Estar escondido”. “Son veinte años el plazo de prescripción, que es el tiempo que logró mantenerse prófugo viviendo en la clandestinidad. Recién ahora pudo llegar a Tierra del Fuego porque estaba indocumentado. Tuvo que viajar de polizón hasta que entró y se entregó”, explicó el abogado en octubre pasado, cuando su cliente finalmente se entregó.

Desde entonces Abregú permanece detenido a la espera del certificado de la extinción de su pena que ahora deberá definir el Superior Tribunal de Justicia de Tierra del Fuego. Su pase a la libertad. Y a la impunidad eterna.

 

Como fantasmas: los prófugos que regresaron años después

Para la Justicia son prófugos. No importa si desaparecieron hace una semana o veinte años: están obligados a buscarlos pero todos sabemos que eso en la práctica pocas veces sucede. Después de un determinado tiempo, los investigadores se vuelcan por otras causas y la búsqueda queda en piloto automático.

La única manera en que el evadido caiga es que se relaje y cometa un error, como volver a robar en el caso de un delincuente o que se ponga en contacto con un viejo amigo o familiar. Una infracción de tránsito o una discusión en la calle puede ser fatal.

Como Abregú, hay otros homicidas, estafadores y secuestradores que lograron evadir la acción de la Justicia y que la causa finalmente prescriba.

El más recordado es el de Daniel “Maguila” Puccio, quien después de permanecer 13 años prófugo consiguió el certificado de la extinción de su condena pese a que solo pasó dos años en prisión.

Maguila era uno de los integrantes del clan familiar liderado por Arquímedes, que a fines de los años 80 sembró el terror secuestrando y asesinado a poderosos empresarios. El más joven de los hijos del líder recibió la pena más leve pero ni así la cumplió.

En 1990, el expolicía Héctor Oscar Ferrero (40) fusiló a Maximiliano Albanese, un joven de 17 años, en la puerta de una fiesta de estudiantes de la ciudad de La Plata. Pasó apenas siete meses detenido y recuperó su libertad porque la Justicia recartuló el hecho como “homicidio culposo”, con pruebas y testigos falsos, un sello de la vieja “Maldita Policía”. Cuando la imputación volvió a agravarse y la Justicia ordenó su detención ya era tarde: Ferrero había escapado a Brasil.

Si instaló en San Pablo. Rehízo su vida. Conoció a una mujer y tuvo hijos. En 2006, ya sabiendo que la causa había prescripto, llamó por teléfono a los padres de Maxi. “Lamento mucho haberle arruinado la vida. Ahora sé lo que es tener hijos y no me imagino cómo sería vivir sin ellos”, les dijo.

La comunicación fue rastreada y el expolicía pudo ser detenido en un taller mecánico y extraditado a la Argentina en 2006. Poco después recuperaría la libertad porque la acción penal estaba extinguida.