Hace treinta y dos años se hablaba de una sola cosa en el país: el Mundial de Italia 90. La Selección había arrancado perdiendo en el debut con Camerún. Se jugaba la primera fase y el equipo de Bilardo y Maradona se preparaba para una final con la Rumania de Hagi y Lacatus. Los principales titulares de los diarios estaban dedicados al certamen deportivo más importante, hasta que un ingeniero acaparó la atención y dividió a todos cuando decidió hacer justicia por mano propia.
El sábado 16 de junio Horacio Aníbal Santos, un ingeniero químico de 42 años, persiguió con su auto y ejecutó a balazos a los dos delincuentes que le habían robado el pasacasete de su Renault Fuego. Lo llamaron el “justiciero” y su caso se convirtió en la bandera de muchos argentinos defensores de la “mano dura” y el “vale todo”.
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Santos estaba con su esposa Luisa López en una zapatería del barrio porteño de Devoto cuando escuchó el sonido de la alarma de su auto que había dejado estacionado a unos pocos metros, sobre la calle Nueva York al 4100. Al salir a la calle vio cómo un hombre se metía por la ventanilla delantera izquierda de su auto y después escapaba en un Chevy modelo 74. Le habían robado el pasacasete por duodécima vez.
El ingeniero salió a buscarlos junto a su mujer. En la esquina de Pedro Morán y Campana, a unas diez cuadras, los alcanzó. “Nos van a matar”, gritó su esposa cuando advirtió que el acompañante del Chevy se agachaba haciendo un movimiento hacia abajo como si fuera a tomar algo. Enseguida escuchó dos disparos. Y quedó aturdida. Eran las 11.30 de la mañana.
El ingeniero, que era un experto tirador, había ejecutado a los dos ladrones con un revólver Dos Leones calibre 32 largo que sacó de la guantera. Los mató con dos certeros disparos en la cabeza. Sus cuerpos quedaron inmóviles en el interior del Chevy, en una de las imágenes más recordadas e impactantes de la crónica policial argentina. Cuando la Policía Federal revisó el coche asentó uno de los datos más relevante del caso: los delincuentes no estaban armados.
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El pasacasete de Santos fue hallado entre las piernas de Carlos Daniel González, el ladrón que viajaba como acompañante en el auto que conducía Osvaldo Aguirre. Según la autopsia, los disparos fueron realizados “desde una distancia superior a los cincuenta centímetros”.
Enseguida se abrió el debate. En los bares el tema de conversación no era el estado del tobillo de Maradona o si Caniggia tenía que seguir siendo titular. Lo que se discutía también era si el ingeniero debía estar preso o no.
“Santos era un hombre que estaba harto de que lo afanen. Y reaccionó de una forma que no era su manera de ser. Le habían robado doce veces seguidas en poco tiempo y además se habían metido en su casa tiempo antes”, recordó dos años atrás a PERFIL Eduardo Gerome, uno de sus defensores.
Santos era un hombre que estaba harto de que lo afanen. Y reaccionó de una forma que no era su manera de ser, dijo Eduardo Gerome, uno de sus defensores
El ingeniero fue detenido ese mismo 16 de junio, en su casa de Villa Devoto, diez minutos después de haber cometido los crímenes. Lo imputaron por “doble homicidio simple”, una acusación que provocó un fuerte repudio del que hasta se hizo eco el entonces presidente Menem: “Yo no sé cómo habría obrado en una situación similar. Habría que estar adentro de su piel”, reconoció en Tiempo nuevo, el programa que conducía Bernardo Neustadt, uno de los más vistos de la televisión de los años 90.
Cárcel. El justiciero fue encerrado en el viejo penal de Caseros, pero una semana después lo internaron en el Instituto Cardiovascular de Buenos Aires (ICBA). El 26 de julio de 1990 el juez de instrucción Luis Cevasco decretó su libertad “al no encontrar mérito suficiente para tener por acreditado, siquiera ‘prima facie’, la existencia de un hecho delictivo del cual fuera en principio autor penalmente responsable”. Había matado a dos personas desarmadas, pero para la Justicia no había delito.
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La cuestión central pasaba por determinar si había sido consciente de sus actos, había actuado “bajo emoción violenta” o en “exceso de la legítima defensa”. Santos aseguró no recordar nada. Su defensa alegó que había sufrido “un estado de amnesia inmediatamente después de iniciar el seguimiento de los ladrones y que habría subsistido hasta recobrar la lucidez estando ya en el baño de su casa”.
Sin embargo, la Justicia descartó de plano esa posibilidad al entender que “el estado emocional del acusado, efectivamente sufrido, no lo privó ni de la consciencia de sus actos, aunque pudo ella haber estado perturbada”.
En 1994 Santos fue condenado a 12 años de prisión por “homicidio simple reiterado”, pero en 1995 la Sala I de la Cámara del Crimen, integrada por los jueces Carlos Tozzini, Guillermo Rivarola y Edgardo Donna, revocó el fallo al entender que se trataba de un caso de exceso en la legítima defensa.
“Fue el primer caso de legítima defensa, siempre me encargué de aclarar la diferencia con los casos de justicia por mano propia. Este caso se ajusta a la legítima defensa, que no requiere paridad de armas, sino que no haya una desproporción en la defensa”, explicó en esa oportunidad el abogado del ingeniero.
Santos recibió una pena de tres años de cárcel en suspenso por “homicidio en exceso de la legítima defensa”. Nunca más volvió a la cárcel. Ni volvió a empuñar un arma.
La grieta, que hace treinta y dos años inició cuando salió a buscar a dos ladrones con su Renault Fuego, cada tanto se reactiva. Su defensor todavía recuerda una de las primeras charlas que mantuvo con el ingeniero y que hoy elige destacar: “Le pregunté por qué seguía usando el pasacasete si siempre se lo terminaban robando y me respondió: ‘Porque era mi derecho’. Me pareció elemental”.
Silencio y perfil bajo
Horacio Santos solo dio su versión en la Justicia, aunque acotada porque siempre manifestó no recordar el momento del ataque ni la persecución previa. Su imagen sonriente fue tapa de diarios y revistas, pero el ingeniero nunca aceptó una entrevista. Ni siquiera cuando le rebajaron la condena de 12 a 3 años de prisión.
Su abogado Eduardo Gerome reconoció tiempo atrás que el caso de su defendido era una gran historia para Netflix y que la CBS en Español lo tentó para entrevistarlo en Miami, pero Santos no aceptó. “Siempre mantuvo una misma postura a lo largo de todos estos años”, dijo Gerome.
Cuando declaró dijo que el ladrón que le robó el pasacasete le sonrió. “Se acuerda de una cara de un pillo que acaba de hacer una pillería y estaba contenta. Y eso le provoca una crisis interna”, contó su defensor. Después, recordó que se sube al auto y arranca. Manejó sentado arriba de los vidrios de la ventanilla, pero nunca lo advirtió.
Cuando salió en busca de los ladrones condujo a contramano. Según indica su abogado defensor, el ingeniero “recupera la memoria cuando está en el baño de su casa vomitando”. Diez minutos después llega la Policía y lo detiene.