Cuando en octubre pasen a retiro casi todos los candidatos a presidente que hayan perdido, Macri emergerá como principal aspirante a la presidencia para dentro de cuatro años. Esto ya sucedió en las elecciones presidenciales de 2003, 2007 y 2011, pero en todas ellas Macri prefirió mantenerse protegido dentro de las fronteras de la Ciudad de Buenos Aires y se abstuvo de competir a nivel nacional. En 2015 ya no le quedará esa alternativa y para entonces se verá si le habrán servido sus tres candidaturas a jefe de Gobierno y sus dos gobiernos previos. O llegará gastado para los votantes de entonces, muchos de los cuales no habrían nacido cuando el hoy jefe de Gobierno era presidente de Boca y cuando sus parodias de Freddie Mercury luzcan como piezas de museo típicas de un abuelo.
Como la virtud se convierte en defecto cuando el humor social no acompaña, todo dependerá de cuál sea la marea ideológica de la sociedad en los próximos años. Si el triunfo cultural del kirchnerismo consolida un país orientado hacia la centroizquierda o si para entonces el progresismo aburre y el péndulo de la historia se orienta hacia el opuesto.
Otro factor definitorio será si para 2015 el eje peronistas-antiperonistas continúa siendo el ordenador de la política argentina. Y en ese contexto, si Macri se posiciona en la mente de los argentinos como peronista o como antiperonista.
Las respuestas a cada uno de estos interrogantes las irá construyendo el Gobierno nacional. Si fuera el kirchnerismo quien gobernara el período 2011-2015 y se mantuviera el sesgo desperonizador que promueve la Presidenta, es probable que el espacio republicanista que en el pasado reciente encarnaron el radicalismo y sus brotes, como la Coalición Cívica, pueda ser definitivamente cooptado por el kirchnerismo. En ese caso, Macri podría anidar con más facilidad en el espacio peronista clásico, con su tradicional e histórica alianza de las clases alta y baja, oponiéndose a la clase media que –en esa hipótesis– quedaría finalmente cautivada por el oficialismo.
En el pase de las generaciones, los símbolos nacionales y populares de pertenencia al peronismo se irán desdibujando porque el hijo de un camionero, de un minero o un petrolero, por elegir tres actividades, tiene más posibilidades de formación que el de un médico o un docente.
La geografía es otra de las grandes incertidumbres de Macri. La estrategia inicial del PRO fue no desarrollar estructuras provinciales porque presumía que podría canibalizar la diáspora del peronismo clásico de Duhalde, Rodríguez Saá y en su momento Menem. Pero, con los años, ese sector que pudo exhibir un electorado propio casi de un tercio de la sociedad en 2003 hoy se ha reducido a la mitad.
De Narváez fue la otra gran frustración de Macri. En 2009 creyó que hubiera encontrado hacer pie en la provincia de Buenos Aires, pero la autonomía de De Narváez dinamitó cualquier ilusión presidencial del PRO en 2011. Del Sel en Santa Fe es ahora la esperanza de Macri para que el PRO deje de ser un gran partido vecinal de la Ciudad de Buenos Aires. Si dentro de dos domingos supera al candidato del Frente para la Victoria y se ubica segundo detrás de los socialistas, Del Sel recreará la ilusión nacional del PRO. Es poco, igual, para aspirar a un triunfo nacional.
Al PT de Lula en Brasil le llevó más de 14 años entre que Luiza Erundina fuera electa jefa de Gobierno de la ciudad de San Pablo en 1989 hasta que Lula alcanzó la presidencia después de tres derrotas anteriores. Pero, desde su fundación en 1980, el PT fue ganando el gobierno de las ciudades de Fortaleza y Porto Alegre más los estados de Espíritu Santo y Distrito Federal.
A cualquier partido no le alcanza con el éxito propio: para triunfar precisa también del fracaso de los demás. El futuro de Macri dependerá de los errores del kirchnerismo y otros opositores.