El besamanos de la entrada muestra sonrisas espontáneas, gestos de compromisos, el desagrado impostado entre unos pocos. El Estado argentino desempolvó la cadena nacional y muestra la llegada de los que juran "volver mejores". Lo que debería ser un acto protocolar desborda de expectativas, que se ajustan a tres conceptos: tierra arrasada, oposición y patria para todos. Al borde del desquicio, el argentino mira, desconcertado, el abrazo entre dos dirigentes y pierde de vista que lo verdaderamente difícil no es ese gesto de unión sino la reconstrucción de otros lazos, los que pueden aliviar a los caídos del mapa.
Hasta hoy, no se conocía el panorama completo de la "herencia M". Sí algunos de sus indicadores y ninguno es auspicioso. Con tan sólo integrar los relevamientos estadísticos del INDEC y del Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA), dos fuentes inobjetables a uno y otro lado de la grieta política, cualquiera podría concluir que el estado de situación del país es crítico y no resiste más marketing político. Ese es el primer punto de acuerdo entre el gobierno saliente de Mauricio Macri y el flamante oficialismo, con Alberto Fernández a la cabeza. La discrepancia se enreda entonces con el modelo para salir de la crisis, o al menos, retroceder unos pasos y salvarnos del abismo.
Cada vez más convencido de ser el rostro de la concordia, Fernández llega a la Presidencia con un panorama que él mismo se encarga de describir en su primer discurso ante el Congreso. Lo hace con datos que surgen, según él, del balance de la administración Cambiemos. Evidencia, más que relato. Inflación, desocupación, tipo de cambio, industria, pobreza, deuda, indigencia, cada uno de ellos reafirma el hilo de su discurso: "las expectativas diezmadas" de buena parte de la población. La cara de los caídos, "los afectados por la cultura del descarte", los primeros a los que pide abrazar en el marco del Plan Integral Argentina contra el Hambre, no sólo para abordar la urgencia de la pobreza sino también para reinsertarlos en el mercado laboral.
Para Fernández, los excluidos, los marginados de la Argentina que llega a 2020, son la prueba andante de las "heridas abiertas de la Patria", la vida que padece. Alguno pensaría en "Las venas…" de Eduardo Galeano pero se equivoca. Para el Presidente, se trata de la elaboración de un concepto bastante más humano que el de la "grieta". Las heridas sangran, condicionan, se infectan. Si no se curan de forma adecuada, provocan la muerte de quien las porta. Si se cierran, queda la marca de su existencia, un recordatorio permanente del dolor.
Así son los caídos, una sangría social que necesita del asistencialismo de corto plazo pero también de un plan humanizado de desarrollo en varias versiones, y que excede a un solo mandato presidencial. De ese modo es como promete universalizar la educación de primera infancia, ampliar planes de empleo joven, líneas de créditos para pymes y otras microeconomías, y auxilio a la tercera edad, perdida entre la burocracia kafkiana del PAMI y el ajuste en salud. Son las primeras muestras de lo que define como el Nuevo Contrato de Ciudadanía Social, una apuesta "fraterna y solidaria" para superar la emergencia. A ellos pide llegar primero.
"Es tiempo de comenzar por los últimos para poder llegar a todos" es la frase con la que resume su ética de las prioridades. Y para hacerlo, apuesta no sólo a la economía sino también a la reestructuración del esquema productivo regional. Apunta a los gobernadores: necesita de su apoyo para modificar la estructura federal que rechaza, la de "argentinos de primera (en el centro) y de segunda (en la periferia)" del país, para lo cual podría relocalizar algunos organismos estatales fuera de la Ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana.
Nada de lo anterior se logra en un solo mandato. La ambición declarada es la de sentar bases, fundar un Consejo Económico y Social, desde el cual se desarrollen políticas de Estado para los próximos diez años, surgidas de "debates informados, con evidencia científica y participación creativa". ¿Alguien pensó cómo será la Argentina de 2029?
Confrontamiento superador. Como si no bastara con lo que hereda, Fernández apuesta a ser "el Presidente capaz de convivir (con quien piensa distinto) sin horadar en sus falencias". "Argentina no necesita unanimidad ni uniformidad", insiste mientras reversiona algunas máximas alfonsinistas y pide acabar con los muros del rencor, el hambre, el odio y el despilfarro. Propone una escucha activa hacia la oposición, algo que no hicieron Macri ni Cristina en el poder. Lo aplauden muchos de los que hasta 2015 promovían juicios públicos en Plaza de Mayo y escupían afiches con imágenes de opositores. Los mismos que lo despedazaron -en público y en privado- mientras transitaba su etapa de Alberto opositor. La Argentina de Alberto y Cristina incluye a esos mismos que hoy lamentan que en el Gabinete no haya "morochos" o que consideren que el diálogo con la oposición sea un gesto de "traición" mientras debate cómo convivir con los supuestos responsables de la crisis, las figuras de esa economía especulativa y "perversa".
¿Es con todos? La voluntad del primer discurso tiene un gran interrogante: el financiamiento de las medidas y las peleas internas que provoquen. En algunos casos, se trata de reactivar la economía con miras a impulsar el crecimiento económico, como la línea de créditos no bancarios anunciados este martes. En otros, de revisar subejecuciones presupuestarias, acuerdos y licitaciones. En este último caso, aplican dos ejemplos: el abastecimiento de vacunas y reactivos en centros de salud de todo el país, y la gratuidad de medicamentos a jubilados con haberes mínimos.
El Plan contra el Hambre es el ejemplo contrario. Tiene recursos pero puede despertar uno de los primeros problemas de la gestión Fernández: recibirá el recorte de fondos reservados de la AFI y fuerzas de seguridad. La reforma de los servicios de inteligencia y el levantamiento del secreto sobre el modo en que se han financiado en los últimos años puede convertirse en un gran dolor de cabeza.
Sin libertad suficiente para recurrir al mercado externo, y decidido a no pedir más financiamiento, el nuevo gobierno se valdrá de sí mismo para avanzar en acuerdos básicos, en la medida en que pueda conciliar con todas las fuerzas que integran el Frente de Todos. ¿Cómo podrá mejorar las condiciones laborales de los docentes sin acceder a los planteos de otras fuerzas sindicales? ¿De qué manera se implementará el "esfuerzo solidario" que le pide a los que están en una mejor posición financiera, si esos mismos son los acusados de agravar la crisis con la fuga de capitales? ¿Hasta dónde avanzará en la defensa de los derechos de las mujeres –debate por el aborto legal incluido- cuando en el Congreso se han fortalecido figuras como el senador José Mayans y mientras la corporación política se mostró en silencio ante la denuncia en la Justicia de los supuestos abusos del senador (en licencia) José Alperovich?
Alberto se presenta como "el presidente de la unidad" de todos los argentinos, el anfitrión de la "mesa nacional". Es conocida su capacidad como armador político. Desde hoy, están a prueba sus dotes de equilibrista, para que su suerte sea la de todos.