“¿Quién se queda por las noches en Arroyo Verde? Acá vienen 4.000 un domingo a la tarde, pero de noche, todas las noches ¿cómo sigue el corte?” Fueron casi inaudibles las propuestas de establecer un sistema de turnos y la razón es obvia: nadie podría imponerlos.
La oposición a las pasteras es sostenida por un movimiento social cuya fuerza sólo se funda en la voluntad de cada uno de sus integrantes. Por contar sólo con la voluntad libre, es indomable. También es frágil. Y, por la misma razón, rígida.
La asamblea sesiona cuando, alrededor de las nueve de la noche, han llegado desde Gualeguaychú más o menos un centenar de personas. Al costado de la ruta, sobre el pasto, un semicírculo de sillitas de playa rodea al coordinador que tiene el micrófono y sugiere los temas a tratar. Todo evoca un momento intenso de democracia. Se vota a mano alzada, los que piden la palabra hablan y son escuchados, los discursos más organizados son recibidos con el mismo silencio que los más caóticos. Visto desde la última fila del círculo de sillitas, la asamblea aborda los temas como si no existiera una jerarquía establecida por su importancia: todos son tratados con la extensión que elige quien los plantea. Sin embargo, la asamblea vive del eco en los medios y, como se verá, ese capítulo ocupa un lugar relevante.
Poco antes, en un grupo que no conserva nunca la misma composición, un asambleísta, que acaba de redactar una carta dirigida a Kirchner, la corrige según las sugerencias de la gente que va y viene. Se discute si al presidente se le puede “pedir” o “exigir”, si “peticionar” no es la palabra más adecuada a la Constitución, si mencionar el capitalismo para referirse a las empresas es introducir una discusión que no pertenece directamente a las reivindicaciones. Se menciona la “unión aduanera” y varios admiten que no entienden de esa cuestión, que habría que preguntarle a algún otro. Prevalece la idea de que lo que se agregue o se enmiende proviene de un colectivo que piensa mejor que un solo hombre.
“La asamblea no tiene nombre”, dice alguien. No se trata de una consigna sino de un modo de razonar la identidad y de construir la propia fuerza. Por eso, la asamblea discute todo, incluso los detalles más irrelevantes. El primer tema de la noche está dedicado a la estrategia de medios. El programa de Mariano Grondona pidió la presencia de Rivoller, y la asamblea debate si se responde al pedido, se le impone otro participante o no va nadie. “Yo estoy filosóficamente en contra de Grondona”, dice uno; otro advierte que puede tratarse de una trampa, porque a ese programa irá el ingeniero Rubio, que se dejó convencer por Botnia sobre el carácter no contaminante de las plantas. Otro finalmente da la definitiva razón para ir: “No hay que temerle a Rubio, porque no existe un hombre con tres huevos”.
Rubio, el traidor. La mención del nombre interrumpe la discusión sobre medios porque se trata de una herida recibida en el corazón de la unidad. La asamblea vota declararlo “persona no grata y traidor a la causa”. Frente a la defección, la asamblea vuelve a la unanimidad y se depura de sus elementos vacilantes (dicho con la fórmula que, en el pasado, se usaba para otras depuraciones políticas).
“La gesta de Gualeguaychú es inmune a los aspirantes a líderes”. Los asambleístas creen que ésta es su fortaleza y probablemente tengan una parte de razón. No fueron manipulados por el gobernador Busti, no fueron invadidos por grupos izquierdistas minoritarios que se especializan en copar organizaciones basistas. Se mantuvieron en su identidad, definida por el “no pasarán”: un programa de un solo punto, que garantiza la cohesión.
Pero, visto desde afuera del círculo, esta es una de sus debilidades. La democracia directa que se pone en escena en Arroyo Verde no tiene perspectivas porque no puede, ni quiere, ni está en condiciones de aceptar que la radicación de las pasteras es una cuestión que, en caso de que se resuelva más o menos favorablemente para la Argentina, siempre requerirá de una negociación.
Se ha dicho que la asamblea de Gualeguaychú es fundamentalista. Más justo es decir que es intransigente en términos políticos y que sólo contempla como posibilidad la victoria completa en cuya contracara está la derrota. Le pregunté a algunos por qué no habían festejado la retirada de la empresa española Ence. Me contestaron que sólo iban a festejar cuando no quedara ninguna posibilidad de que se instalara Botnia.
Este maximalismo es el fruto maduro del funcionamiento permanente en asamblea. Para evitar su corrupción o su disgregación no puede sino mantenerse idéntica a sí misma. La democracia directa asegura esta identidad y fuera de ella sólo pueden existir los traidores, no las posiciones diferentes.
Es notable que, la noche en que se votaba la asistencia al programa de Grondona y otros, se terminara proponiendo en cada caso que fueran dos compañeros a cualquiera de esos lugares. La asamblea desconfía de las individualidades y hace lo que puede contra los medios que buscan justamente esos perfiles. Es el momento paranoico del basismo.
La asamblea funciona como un todo en el que nadie admite estar representado por otro en la toma de decisiones. Los presentes son ese todo; los ausentes reconocen ese todo no como una instancia de representación sino como una instancia de decisión que son ellos mismos en presencia o ausencia. Frente a la política, que es representación mala o buena, la democracia directa desconoce cualquier forma de la delegación. Ningún asambleísta delega su representación, simplemente puede o no estar presente. La ficción filosófica de la democracia directa es que no existe ni debe existir la intermediación y, por lo tanto, queda excluido el representante. En consecuencia, todo liderazgo es vicioso y toda disidencia puede convertirse en una traición. Esta es la ley no escrita, pero es la ley.
Se acerca un peligro para esta unidad que quiere persistir sin fisuras. Sobre el pavimento de la ruta varios decían, en conversaciones de pequeños grupos y frases tiradas al pasar, que “no hay que hablar más de contaminación”, y que ahora el tema debe ser el de la defensa de la soberanía. Quienes dicen esto están viendo un poco más adelante. No se sabe si cambiarán el curso de las discusiones o, para resguardar la unidad de esa identidad vinculada al paisaje y el río, pasarán a ser los nuevos traidores.
Como sea, lo que sucede en la asamblea tiene sus responsables políticos muy lejos de ella. A la fuerza increíble de la movilización el Gobierno respondió con el aislamiento pasivo. No podía cooptarlos (como lo hizo con decenas de organizaciones sociales) y entonces los dio por perdidos. El Gobierno no supo hacer política frente al movimiento social y hoy está recogiendo los frutos de su descuido. Librada a su dinámica, la asamblea no podía ser sino lo que es. Pero eso no era inevitable. Lo fue porque la política no supo qué hacer frente al deseo del movimiento social.