Los tiempos se aceleran, el escenario cambia, la dinámica del conflicto suma interrogantes y también algunas certezas. Sabemos que el “campo” prioriza, de modo cada vez más excluyente, la discusión por el carácter móvil de las retenciones y que el resto de las cuestiones (el tan mentado programa agrícola, la distribución del ingreso y la suerte de los productores más débiles) han quedado, en el mejor de los casos, como excusas para ganar adhesión en la sociedad. Sabemos que al “campo” no le interesa demasiado aceptar las compensaciones y los reintegros que ofrece el gobierno porque, entre otras, no podría cobrarlos debido al porcentaje elevado de evasión del sector. Sabemos que está atravesado por una lógica de doble juego (entre la intransigencia de las “bases” y la sobreactuación de la dirigencia) que impide llevar a buen término cualquier negociación que se emprenda. Sabemos que por más que la protesta coyunturalmente ceda, las condiciones del mercado internacional y los cambios culturales en el sector, presagian conflictos por venir de variado voltaje. Y sabemos que hay sectores que se han aupado en el conflicto para sacar provecho político de la incertidumbre e hincarle el diente al gobierno. Ese es parte del escenario complejo sobre el que se juegan las fichas.
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