—¿Cómo evalúa el gobierno de Néstor Kirchner?
—El año pasado, cuando vi al Presidente, elogié los resultados económicos, pero le comenté que reflejaban una situación excepcional de las exportaciones y una disminución del peso de la deuda. Pero que ese fenómeno no era el resultado de cambios estructurales. También evoqué algunos puntos inquietantes.
—¿Cuáles?
—El personalismo o la hegemonía del Gobierno, que está en manos de un puñado de personas. Luego de la reforma del Consejo de la Magistratura, el Gobierno tiene el control del Parlamento y de la Justicia, lo que significa una inquietante concentración de poder. Ahora hay en ciernes un proyecto de perpetuación.
—¿De qué manera?
—Cristina Kirchner podría ser la heredera de ese poder absoluto, a menos que la sucesión adquiera otra forma. Pero, en todo caso, el grupo ya controla todos los resortes del poder.
—¿Cómo ve el futuro?
—Argentina no puede postergar su modernización (…) ni continuar con esta deriva absolutista. La mayor inquietud que existe sobre Kirchner es su tendencia a eliminar la oposición y asfixiar a la prensa. El déficit de democracia en Argentina es preocupante.
—¿Kirchner está enojado con usted por sus críticas?
—La última vez que lo vi nos separamos en los mejores términos. Cuando Cristina Kirchner vino a París, el año pasado, tuve una reunión con ella. Al despedirme, le dije que lamentaba su política “populista”.
—¿Eso le disgustó?
—En Argentina casi todo el mundo es peronista y populista. No veo por qué pudo tomarlo mal. Sería erróneo pensar que se trata de una crítica. Pero no puedo decir que juzgo al Gobierno argentino en forma entusiasta.
—¿Por eso no lo invitó a la reunión de intelectuales que ella organizó en este viaje?
—Eso sólo ella lo sabe. Pero, si es así, no me quita el sueño.