Anticipar el fracaso del gobierno de Mauricio Macri en el 2015 era relativamente más simple, por lo menos desde lo macro, que augurar un fin tormentoso a la incipiente gestión de Alberto Fernández. En ese entonces, Macri apenas superaba a un flojo Daniel Scioli en el ballotage para liderar una débil coalición de gobierno con fuertes minorías en ambas cámaras del parlamento. Recibía una "bomba de tiempo" económica de manos de Cristina Fernández de Kirchner y un kirchnerismo de guerra adiestrado y decidido a hacerle la vida imposible.
Increíblemente, y más allá de un sinfín de errores de gestión —como el incremento del gasto y una fuerte subvaloración de la complejidad del problema económico, lo que llevó a la mala praxis y al dramático empeoramiento de la situación—, Cambiemos dio una muestra de fortaleza en las elecciones parlamentarias del 2017 y llegaba a fines de ese año con una economía en franco ascenso, inflación en baja y una CFK derrotada. Más allá de la sequía y la crisis global de los mercados emergentes, el golpe de gracia al gobierno de Macri fue su propia arrogancia, cerrándose alrededor del núcleo duro del Pro en vez de buscar alianzas con el peronismo no-K (el que le votó todo el primer año de gestión y luego le dio la victoria al Frente de Todos) y aprovechar a sus aliados (el radicalismo) para finalmente generar confianza interna y externa, lo cual llevaría a la gobernabilidad. El resto de la historia ya la conocemos.
¿Logrará Alberto Fernández lo que prometió en parte de su discurso frente a la Asamblea Legislativa, conformando un gobierno de unidad que priorice las políticas de estado frente a los individuos y los partidos, finalmente poniendo a la Argentina en una trayectoria ascendente? Desde lo macroeconómico existen varias razones para ser optimistas. La reducción del déficit fiscal y el autoabastecimiento energético dejan cerca al próximo gobierno del objetivo de balancear las cuentas públicas, mientras que una gran renegociación de la deuda por parte del equipo de Martín Guzmán podrían allanar el camino para que un plan de reactivación funcione, cortando también el envión inflacionario. Hay varias otras variables y no es que sea fácil, pero es factible, y parece que los actores involucrados son conscientes de los desafíos, y a la vez los errores fatales del macrismo ayudan a marcar el camino indicado.
Discurso completo: Alberto Fernández apeló a la "unidad" para un "nuevo contrato social"
Pero el tema no es solo la macroeconomía. Es condición necesaria pero no suficiente. La gran incógnita no es Alberto sino Cristina. ¿Cuáles son los proyectos de la ex presidenta en esta nueva etapa? Parece quedar claro que para Cristina este presente es una reivindicación, como el mismo presidente le dijo a Carlos Zannini, un incondicional de CFK, cuando lo nombró Procurador del Tesoro, el jefe de los abogados del estado. Su discurso en una Plaza de Mayo colmada de fieles que llegaban hasta el Congreso fue una clara demostración de poder, del fanatismo de su gente por ella—demostrando claramente de quien eran los votos—y de lo que será su gestión. Y es ahí donde pueden entrar dudas de cara al proyecto del Frente de Todos.
En tono épico, Cristina hilvanó un nuevo capítulo del relato K, donde su resistencia desde el llano y la persecución política que sufrió fueron el motor que los llevó nuevamente al epicentro del poder. La vice presidenta proyectó todos sus logros políticos personales de los últimos cuatro años en la multitud que la observaba fascinada. Humildad y generosidad, al haberse corrido para que Alberto logre la unidad y así vencer a Macri. Voluntad y coraje, para resistir el embate judicial y mediático. Lealtad y memoria, al proyecto que inició Néstor Kirchner. Y amor, a sí misma, al poder.
"Yo no soy hipócrita", le dijo al pueblo, "saben que digo lo que pienso y hago lo que siento, nunca otra cosa diferente". En su declaración indagatoria frente al Tribunal Oral Federal 2, CFK acusó a la justicia federal de ser parte de una conspiración que cuenta con el apoyo de los medios hegemónicos, para sacarla de la cancha ("lawfare"). Ese tribunal no le importa a Cristina, ya que a ella la "absolvió la historia", y por eso se dio el lujo de apuntar con nombre y apellido contra quienes le hicieron daño a ella y a su familia en tono intimidatorio. En su discurso en la Plaza de Mayo fue más lejos, diciendo que la quisieron hacer "desaparecer". A la vez, el mismo presidente en su primer discurso recurrió al "Nunca más" para denunciar a la justicia "contaminada", prometió que se terminarían las persecuciones indebidas y las detenciones arbitrarias. Alberto estaba poniendo el cuerpo por Cristina, como ya había hecho durante la campaña mostrando que está alineado con la doctrina "lawfare" y el "Plan Libertad" de Cristina que explicó hace un par de semanas Gustavo Gonzaléz en PERFIL.
Es difícil imaginar a Alberto construyendo un gobierno de unidad y consensos si se apuesta por la impunidad en los casos de corrupción y si se ve un avasallamiento de la justicia, por más sucia que esté. También cuesta imaginar un acompañamiento social transversal si el gobierno fuera nuevamente a la guerra con los medios de comunicación, algo que el mismo Alberto pareció querer evitar en su primer discurso. Pero la obsesión con la justicia y los medios de comunicación es la piedra fundamental del "lawfare" con el que el cristinismo busca la reivindicación de la líder y los 12 años de kirchnerismo.
Si ese kirchnerismo reloaded aleja a posibles aliados legislativos, si logra que el gobierno de Alberto, como el de Macri, se cierre en el núcleo duro, entonces no hay dudas de que fracasará. Si profundizan la grieta y logran que ese 40% que no los votó, los odie, entonces estamos perdidos.