La sanación de los males por palabra en la Provincia que gobierna hace ocho años como continuidad del peronismo en el poder desde 1987, resultó insuficiente para que Daniel Scioli persuada a un electorado bajo dos efectos directos del temporal de lluvia que afecta a Buenos Aires desde hace días.
Potenció la apatía de casi un tercio del padrón de 12 millones de electores a pronunciarse en las primarias y dejó al desnudo la carencia de infraestructura que padece particularmente en el Conurbano bonaerense a los ojos de quienes decidieron hacerlo.
Si en la versión de la ortodoxia peronista la única verdad es la realidad, María Eugenia Vidal es el emergente de esa contradicción que lejos de resolver, el kirchnerismo se encargó de potenciar con dos candidatos a la gobernación predispuestos de forma involuntaria a materializar la aterradora utopía de la política de lo peor.
Expuesta de modo paradójico en el único debate de voltaje en la campaña que desató como efecto colateral la investigación de Periodismo Para Todos sobre los supuestos vínculos del jefe del Gabinete con el tráfico de efedrina, y acicateado por la polvareda levantada por Julián Domínguez, su rival y presidente de la Cámara de Diputados, con el aire de chacarera que escenificó en Showmatch. Los esfuerzos del peronismo para presentarse como la alegoría de una fiesta suelen producir el efecto contrario.
Tan escépticos como una porción de votantes con el mensaje de Scioli, pero conmovidos con su posición en la opinión pública, intendentes, punteros y hasta gobernadores de otras provincias se entregaron mansos a esa desorientación que intuyen como la única alternativa de salvación frente a una ola de cambios que aguarda la ciudadanía y que se saben incapaces de representar.
Parte de esa demanda fue interpretada por el Frente Cambiemos pero también por el Frente Renovador, sobre quien, a fines del verano, el oficialismo volcó el poder de su aparato institucional para quebrar voluntades. Sumados los votos de ambas coaliciones, equiparan los obtenidos por los K en territorio bonaerense.
La derrota de Raúl Otaheché en Merlo y la de Rubén Darío Giustozzi en Almirante Brown confirman el rechazo de la ciudadanía a esa espectacularización del contorsionismo al que tienen acostumbrados los denominados profesionales de la política que pretenden la naturalización como práctica política del cambio de bando.
Una advertencia que deberían tomar en cuenta los candidatos de la oposición para el próximo 25 de octubre: la ciudadanía no está dispuesta a premiar con aplausos lo que percibe como literales saltos al vacío.
(*) Analista político